No me canso de

ver

tocar

sus pelos

sus vestidos verdes, amarillos, multicolores…

No me canso de sentir

la suavidad de las miradas que iluminan sus vuelos:

vuelos

inexistentes a veces,

a veces bajos o de medianos alados

a veces vuelan alto y trascienden…

 

Con un caminar suave, coqueto, indefenso,

vulnerabilizado

despiertan con esperanzas en algunas de las largas horas

despiertan con desconcierto,

despiertan con alegrías…con certezas.

 

Y se puede ver rubor

en los abrazos grises, negros,

blancos, marrones, cremas…

 

Sobreviven, mueren,

tienen miedo.

Sienten la suavidad,

perciben sentimientos

pero hay en sus mundos veleidades:

sin remedio.

 

Asombran los cambios de emociones sobre los vientres

sus piernas, a veces largas, delgadas, casi rudas,

se besan con los dedos en las rocas de los caminos

en los apretones de los camiones

y puede brotar sangre, sudor, y más aguas saladas.

Y en las aguas profundas, a veces,

las inmigrantes nadan, flotan, descansan…

 

Las inmigrantes

con las aguas de sus ojos hacen océanos

y la miel hace para ellas surcos para que pervivan

gracias a la ternura de los sueños.

 

La mujer inmigrante

la embarazada, sale a parir,

buscando donde colocar latidos propios

y los de sus proles,

quieren acogerse al amor,

y al desamor desafían en los mundos hostiles;

en los mundos suaves abrazan sus vientres

piensan que en algún lugar habrá unas cunitas.