Querida Foniuna: quise llegar en silencio mas esto no fue posible. Quisimos llegar. Levantar el polvo… ruido de caballos. Quisimos Foniuna ser un hueco dentro del aire caliente. Pero el comandante del batallón se afanaba en que se nos reconociera. Era la marcha de la bergoña, decía él, ya borracho de derrota, abatido, sin poder saborear ese cansancio que le dejaba el domingo, la pasada campaña. Nunca una derrota fue más dulce, dijo un León entre toses y calores. Porque te apunto, Foniuna, que lo que había entre nosotras era un calor tremendo. Del polvo pasamos a las avenidas, de la arrogancia y los cacerolazos pasamos al sueño de una mujer llamada Faride y guirnaldas y dolores de cabeza y niños con globos. Pedacitos de papel en el aire. ¡Ahí van los rebeldes!, me dices adelantada y con la boca de limoncillo dulce, de playa a las once del día. ¿Qué códigos te trasmito para que despiertes al gusto, al amor, al sabor que te tengo Foniuna? Entramos triunfales a un pueblo muerto de hambre. La gente celebrando la fiesta de la sangre seca. Le cambio el tono pesadilla a esta carta para decirte que de ti soy soldada y también quiero ser dulce, pasamanos, cojollito, quiero ser. Por y para ti, mi Foniuna. De madrugada, alabo el secreto tacto de las cosas, el árbol del musgo de tu alegría, donde ya tú sabes, calaveras en ruinas, en playas de islas que no he visto nunca en verano, el polvo, de nuevo, el polvo echado, diluyéndose como azúcar parda en vuestras manos, en la boca, de mamar, los pechos, en el aire, como canciones muertas, como logias en el centro de los altares, como mi propia madre, como la biblia sagrada del santo sueño.
Sagrada sea la tela de la bandera que la patria de tu cuerpo enarbola, Foniuna.