Algunos lectores se hacen la falsa idea de que los autores de columnas como esta son personas influyentes, con capacidad para moldear opinión pública y cambiar políticas erradas.
Afortunadamente no es así. Como por lo general los temas objetos de atención en este espacio son de carácter crítico y hacen pocas concesiones, a excepción de las que exige el sentido de la prudencia y el buen gusto, a causa de esa hermosa realidad uno puede dormir tranquilo y hacer vida normal. No hay necesidad de solicitar escoltas oficiales que en el fondo más que de cuidarte cumplen la estratégica misión de llevar información diaria sobre los hábitos personales de quienes supuestamente cuidan. Además, esas escoltas se reservan para las personas que caen graciosas.
Quien se ilusiona creyendo influir o impresionar al gobierno o a otros sectores de poder con artículos necesita de espejuelos para ver las cosas como son. En una sociedad sin instituciones, donde el ejercicio del poder es ilimitado, al punto que se pueden usar sin consecuencias los recursos públicos para financiar actividades privadas o campañas políticas, ningún funcionario, incluyendo el presidente, le va a poner caso a un columnista o va a perder el sueño por una crítica, por más que ella intente ayudarle corrigiéndole un error.
La crítica es un ejercicio personal que se requiere para mantener el cerebro activo y evitar caer en la trampa de aceptar todo cuanto se nos dice y promociona, y que actúa de contrapeso contra la infamia propagandística que pretende vendernos una verdad oficial, como si todos los dominicanos fuéramos puros idiotas o mercancía barata que se ofrece a cualquier postor. Recordemos que la función hace el órgano y aquel que no funciona se atrofia. Así llegamos al objetivo de escribir una columna, el de evitar que la cabeza sólo se mueva para decir “Ok señor, está bien”.