Me siento como la mata de mango en tiempo de frutos –decía ella con fingida alegría- porque todo el que se me acerca me tira piedras.  El amigo le miraba sin decir nada.  ¿Qué le iba a decir?  ¿Que él sabía perfectamente lo que era sentirse así? ¿Qué peores experiencias había vivido?  ¿Qué todo era cuestión de resistir y que vendrían mejores tiempos? Si bien es cierto que esas frases de estímulo y consuelo tienen su importancia, también lo era el hecho de que en ese instante, lo adecuado era callar y escuchar, pues eso era lo que ella requería, unos oídos dispuestos a oírla.

¿Tienes hambre? Preguntó él forzándola a esquivar el dolor emocional, para que se enfocara en la posibilidad de un deleite culinario.  ¿Qué te gustaría comer hoy?  Pues no sé, suspiró ella.  Tú conoces la zona mejor que yo, así que estoy abierta a sugerencias…

Una vez en el restaurante, los temas se desarrollaron en torno a comidas favoritas, postres que una vez saborearon en tal o cual lugar, nombres de bebidas y destrezas culinarias.  Un día de estos tenemos que armar una “comedera” todos juntos, tu familia y la mía; sugería ella con entusiasmo.  Sabiendo él que era improbable se limitó a sonreír mientras masticaba.  Por ahora le satisfacía no sólo el tener una excusa para salir a comer, sino el hecho de que también sirvió de válvula de escape para ella.  Más deleitoso le resultaba la satisfacción de que la tristeza de su rostro se había disipado, que la apetitosa comida en su boca.

La semana siguiente los amigos se saludaban por el chat.  ¿Cómo va la cosa? ¿Cómo te sientes? Eran preguntas obligatorias.  Tras “ponerse al día” y desearse mutuamente mejores tiempos, recurrieron a darse fortaleza citando promesas Bíblicas.  Acuérdate de lo que dijo El Señor: Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me han aborrecido antes que a vosotros. (Juan 25:18)Quítale los ojos a las personas, sugirió uno de ellos, y ponlos siempre en Jesús. No te llenes de rencor, míralos como lo que son, pecadores, ora por ellos y Dios aclarará las cosas y te hará justicia.

Tras una breve meditación, la conversación vía chat cerró con un escrito muy satisfactorio: Alzaré mis ojos a los montes, de dónde vendrá mi socorro?, mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.  Salmo 121:1-2

¡Bendiciones!