La discusión sobre el futuro de la enseñanza ha tomado un giro equivocado. Intelectuales, periodistas y maestros parecen más enfocados en el tema de la educación sexual que en mejorar la capacidad del niño para expresarse bien en su propio idioma, mejorar su capacidad de comprensión e intensificar el estudio de las ciencias y las matemáticas. Es como si diéramos prioridad al buen uso a destiempo de los órganos sexuales, en lugar de corregir los malos hábitos en el hablar y en la escritura.
Parecemos más interesados en adiestrar a los niños en los secretos de la sexualidad y el uso de preservativos, que enseñarles a hablar con propiedad e interesarse en el estudio de las disciplinas que podrán hacer de ellos mejores ciudadanos, que es el único camino posible y seguro para encarar el futuro y alcanzar nuestro enorme potencial y riqueza. Los defectos del sistema educativo no residen en la ignorancia de los escolares sobre su identidad sexual, su capacidad reproductiva y mucho menos en su falta de información sobre las bondades del sexo, porque nada de eso es responsabilidad de la escuela, ni tampoco del Estado. Para eso están los padres.
La prioridad del sistema de enseñanza tiene necesariamente que estar asociado a la obligación de mejorar la capacidad de discernimiento de los escolares, ampliar su capacidad de concentración y prepararlos para competir como profesionales en un mundo global que cada día se hace más exigente y reclama más competencia profesional. Deberíamos preocuparnos más por los defectos de pronunciación y el pobre léxico predominante en casi todos los niveles del sistema y el bajo nivel de lectura, que mostrar el buen uso de un condón.
Infundirles a los niños un concepto antinatural de su propio cuerpo me parece irresponsable, porque a despecho de lo que se pretende el varón nace con pene y la hembra con vagina. Y así será por siempre.