El avance del populismo al interior de democracias estables, con economías industrializadas y beneficios de salud, educación y seguridad social para toda la población, particularmente en países de la Unión Europea y los Estados Unidos, ha tomado de sorpresa a muchos que consideraban el populismo un mal crónico de las democracias latinoamericanas y otros países “bananeros”. Su surgimiento ha generado una serie de publicaciones a partir del 2016, con la finalidad de entenderlo, definirlo, y encontrar soluciones a sus efectos destructivos en las instituciones de sociedades organizadas como estados de derecho.

La dificultad de definir el “populismo” deviene de la ambigüedad en el uso del término en una variedad de contextos históricos. Así, observamos que el populismo ha sido identificado con movimientos de oposición y con políticas de gobiernos establecidos; con ideologías de derecha y de izquierda; con ideologías seculares y religiosas; y con connotaciones negativas en muchos casos y positivas en otros. 

Wikipedia presenta evidencias de la prominencia de gobiernos populistas en la América Latina. Argentina constituye el ejemplo de populismo más extendido: todos los gobiernos democráticos electos han sido calificados como populistas por algún analista, con la excepción de Fernando de la Rúa (1999-2001). No es casual que el discurso del Papa Francisco haya sido analizado en Europa y los Estados Unidos como peronista, o en términos más generales como populista. Excepcionalmente, la cadena noticiosa Fox de los Estados Unidos lo tildó de marxista. 

Ante los análisis de las encíclicas papales por cientistas sociales y periodistas, Eduardo F. Valdés, embajador argentino ante la Santa Sede, escribió un artículo que niega toda dimensión política a las encíclicas y discursos del papa Francisco, asumiendo el infeliz argumento cíclico de que es el peronismo el que se fundamenta en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. En particular, las encíclicas sociales como la Rerum Novarum, de León XIII (1891), y la Quadragesimus Annus, de Pío XI (1931)”. (1)

El populismo latinoamericano no se limita a la Argentina. Wikipedia enumera a Evo Morales (desde 2006) en Bolivia. En Brasil el populismo ha estampado los gobiernos de Getúlio Vargas (entre 1930 y 1945, y entre 1951 y 1954), Lula (2002-2006), y Dilma Rousseff (2011-2016); en Chile, los gobiernos de Arturo Alessandri, Carlos Ibáñez del Campo, y el Frente Popular han sido analizados positivamente como populistas, y los de Sebastián Piñera, y Michelle Bachelet peyorativamente igualmente populistas. En Colombia el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) fue considerado populista y en Ecuador los gobiernos de José María Velasco Ibarra (1934-1935, 1944-1947, 1952-1956, 1960-1961 y 1968-1972), Abdalá Bucaram (1996-1997), Fabián Alarcón (1997-1998), Rafael Correa (desde 2007- ) también son considerados populistas. 

En Venezuela, Hugo Chávez (1999-2013) y Nicolás Maduro (desde 2013) son modelos de populismos Latinoamericanos. Como veremos más adelante, Cuba no encaja en esta categoría, porque Fidel Castro instituyó el comunismo, no una democracia representativa.

En los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt (el New Deal) y John F. Kennedy (la Nueva Frontera) han sido considerados "populistas". En la reciente campaña presidencial, Donald Trump, sin experiencia política en el Partido Republicano, corrió como candidato y ganó las elecciones como un "populista de derecha"; mientras Bernie Sanders, previamente un senador independiente de Vermont desde 2007, perdió como "populista de izquierda”. En la campaña para las elecciones presidenciales de 2008, el periódico español El País calificó de «populistas» tanto a Hillary Clinton como a Obama, y hasta el mismo el presidente George W. Bush ha sido considerado populista.

Con esta introducción para definir el populismo es necesario preguntarnos, ¿que tienen en común gobiernos como los de Donald Trump y Hugo Chávez, ambos clasificados como populistas? En la República Dominicana, el populismo ha permeado sus gobiernos a partir del ascenso al poder de Joaquín Balaguer (1966-1978). Permanece en la actualidad latinoamericana como evidencia el caso Odebrecht y se extiende por Europa arriesgando la permanencia de la Unión Europea con el Brexit y el surgimiento de movimientos populistas de derecha en los demás países de la UE. Para definirlo, es necesario analizar sus fundamentos. 

La RAE define el populismo como una “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”; conceptualización que no diferencia entre regímenes democráticos populistas y no-populistas. En otras palabras, no define nada, porque hasta las dictaduras golpistas y militares, buscan de manera demagógica el apoyo de las clases populares. 

Para definir el populismo, sintetizo las siete tesis de Jan-Werner Müller sobre el populismo. Müller es profesor de política en Princeton University, y ha escrito varios libros, recientemente, Contesting Democracy, Political Ideas in Twentieth Century Europe. 

En su reciente volumen, What is Populism? Müeller afirma: “Populismo, sugiero, es una particular imaginación moralista de la política, un modo de percibir el mundo político que establece una moral pura y un pueblo completamente unificado—pero, yo argumentaré últimamente ficticio–contra élites consideradas corruptas o de alguna manera inferiores”. Mueller concluye sus argumentos con siete tesis sobre el populismo que nos ayuda a comprender este fenómeno, nacido de la introducción en la historia de la democracia representativa. A continuación sintetizo sus tesis.  

Tesis 1. Sobre el anti-elitismo. El populismo es un fenómeno de sistemas con representación política. No es “la parte auténtica de la política democrática moderna” pero tampoco constituye “una forma patológica causada por ciudadanos irracionales”. El populismo “es siempre la sombra permanente de la política representativa. Siempre existe la posibilidad de un actor de hablar en nombre del ‘pueblo real’ como una forma contestataria dirigida a las élites que mantienen el poder. Los populistas no están en contra del sistema de representación política, solamente insisten en que solo ellos son sus legítimos representantes”. 

Tesis 2. Sobre la anti-diversidad o anti-pluralismo. No todos los que critican a las élites son populistas. Además de ser anti-élites, los populistas son anti-diversidad o anti-pluralistas. Claman que solo ellos representan al pueblo. Otros opositores son considerados como ilegítimos. “En la oposición, los populistas insisten en la inmoralidad de las élites, mientras el pueblo constituye una entidad moral homogénea, cuya voluntad no puede errar”.

Tesis 3. Sobre el bien común y la mis-representación del pueblo como un ente homogéneo y unificado. El populismo asume representar el bien común. Pero cuando se analizan sus propuestas en la oposición o sus gobiernos, no tienen la voluntad política para adoptar procesos que permitan definir el bien común. En la oposición, el populismo juega la carta de representar “al pueblo real” o la “mayoría silenciosa” contra políticos legítimamente elegidos, o contra los resultados oficiales de una votación, inmunizándose contra refutaciones empíricas.

Tesis 4. El populismo no es un camino para mayor representación política. Aunque con frecuencia los populistas busquen referendos, estos carecen de resultados abiertos al establecimiento de procesos democráticos para aunar voluntades.  “Los populistas simplemente desean ser confirmados en lo que previamente determinaron ser la voluntad del pueblo real”.

Tesis 5. Sobre el efecto de los populistas en el gobierno. Cuando candidatos populistas son electos, tienden a gobernar en línea con la idea de su compromiso básico de que solamente ellos representan el pueblo. “Concretamente, se dedicarán a ocupar el estado, a un clientelismo y corrupción masivas, y a la supresión de todo lo que sea una sociedad civil crítica.  Estas prácticas encuentran una justificación moral explícita en la imaginación política del populismo y por eso son defendidas abiertamente.  Los populistas pueden además escribir constituciones; estas serán partidistas, o “exclusivistas” diseñadas para mantener a los populistas en el poder en nombre de perpetuar algún supuesto original y voluntad popular auténtica.  De una u otra forma, tienden a llevar a conflictos constitucionales serios. 

Tesis 6. El populismo debe ser criticado por lo que es—un peligro real para la democracia (y no solo para el liberalismo). En vez de evitar el debate con los populistas, este debe promoverse. Es posible tomar los problemas que ellos levantan sin aceptar la forma en que los enmarcan. “Hablar con populistas no es lo mismo que hablar como populistas”.

Tesis 7. El populismo no es un correctivo para la democracia liberal. Esto es, en el sentido de traer la política “más cercana al pueblo” o asegurar la soberanía popular como a veces se afirma. Pero puede ser útil al descubrir que parte de la población no está realmente representada. El populismo debe forzar a los defensores de la democracia liberal a reflexionar y actuar sobre los fracasos reales de la democracia representativa.  Debe forzarlos a responder a preguntas morales generales. ¿Cuáles son los criterios para pertenecer a la política? ¿Cuales aspectos del pluralismo merecen ser preservados? Y finalmente, ¿Cómo tomar en cuenta las inquietudes de electores populistas como ciudadanos y ciudadanas libres e iguales, y no como casos patológicos de hombres y mujeres motivados por frustraciones, ira y resentimiento?

Para concluir, creo que la lectura de estas tesis y su reflexión pueden ayudar al debate constructivo que tan raramente se logra en Republica Dominicana. Particularmente somos testigos de los efectos destructivos del populismo en las instituciones del Estado democrático de derecho dominicano, debido a la continuidad de gobiernos populistas a partir de 1966. La tesis no. 5 se ajusta como un guante a los populismos latinoamericanos en general y particularmente al dominicano. Además, en América Latina, la alianza del populismo político con el católico, en vez de reforzar las instituciones democráticas, las corroen, y llegan a alterar constituciones y crear conflictos entre los diferentes poderes del estado.

El catolicismo con Francisco a la cabeza, no busca un estado laico, se ajusta más bien a criterios populistas aquí presentados. Busca el reconocimiento de la inmortalidad o trascendencia de los humanos, y de su hegemonía moral para guiar de manera muy desigual a hombres y mujeres bajo su influencia. Repito una vez más, el nacional catolicismo no es un fenómeno esencialmente diferente al sistema de países musulmanes con leyes Sharia. En ambos, las mujeres son privadas de libertad para decidir, son excluidas, y son tratadas como personas no dignas, mantenidas como niñas que deben regirse por mandatos creados por hombres en contra de sus conciencias y la igualdad de género. Los líderes de estas religiones y otras sectas del cristianismo, sienten tener el derecho moral de dictar normas para el comportamiento de las mujeres y forzar los aparatos coercitivos del estado para castigarlas cuando las normas son violadas.

 Notas

  1. Eduardo F. Valdés. Ni marxista, ni populista, ni peronista. Periódico El País, septiembre 2, 2015. (http://elpais.com/elpais/2015/08/31/opinion/1441023907_165720.html).
  2. Jan-Werner Müeller. What is Populism? Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2016, pp. 19-20, mi traducción del original en Ingles.