La política y el béisbol son nuestras dos grandes pasiones y en la primera frecuentemente se olvida que el éxito y la fama en el deporte les llegan a un jugador cuando logra la cifra mágica de los 300, para lo cual sólo se necesitan tres imparables en cada diez turnos al bate. Hago mención de esto por la añeja y errada costumbre, de sostener la crítica a un programa de gobierno sobre la base de que sólo se haya cumplido parcialmente lo prometido.
Sostener, por ejemplo, toda una estructura de campaña en el hecho de que no todos los compromisos formulados en las llamadas “visitas sorpresas” del Presidente han sido honrados a los grupos con los que se ha reunido en estos años de gestión gubernamental, me parece un enfoque equivocado, porque centra la discusión en temas sobre los cuales hay evidencias de resultados. Lo mismo está ocurriendo con los programas de educación, cuyos efectos son tangibles, al pretender que han fracasado porque no todas las aulas prometidas han sido construidas, cuando hay varias miles de ellas en pleno funcionamiento.
Es cierto que la realidad nace de la percepción que se tenga de ella, pero no siempre la percepción la oculta y el intento de desmeritarla suele tener un efecto de “boomerang”, es decir lo inverso a los fines perseguidos. Este defecto ancestral de nuestra práctica política nace de la presunción, muy arraigada en la psique nacional, de que todo cuanto hace un gobierno es malo o contrario al deseo general. Por ende, oponérsele es situarse siempre en el lado bueno, como si se necesitaran más de tres incogibles para ascender a la cúspide, vale decir sólo un 30 por ciento de las oportunidades al bate, a sabiendas de que ocurrieron ponches e inofensivos elevados al cuadro otras siete veces.
Lo esencial es entender que el país conocido en campaña electoral, no es siempre el que se encuentra al subir las escalinatas del Palacio Nacional.