En un Congreso de Comunicación celebrado hace casi una década en San Luís Potosí, México, prestigiosos comunicólogos formularon una ácida crítica respecto de los contenidos del programa en desarrollo, porque –desde su perspectiva– estaba muy distante de la agenda latinoamericana. La presión fue tan fuerte que la presidenta de la institución organizadora (Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social), frente al público, admitió el desfase y reveló que la agenda había sido impuesta por la fundación donante, la Konrad. El desencanto copó el auditorio, y, desde ese momento, el ambiente enrarecido dominó hasta el final.
Ese condicionamiento para la donación no es aislado. En el mundo de hoy es el primer requisito para que gobiernos y organizaciones privadas extranjeras flojen sus carteras de "ayuda" a proyectos académicos y comunitarios.
Así que nadie regala nada. Cada dolar o euro que filtran hacia el tercer mundo con ropaje de solidaridad, trae implícito el objetivo no declarado de "colonizar conciencias" y borrarles el espíritu de rebeldía. Son verdaderas apuestas a la dependencia, el individualismo, el conformismo, la mendicidad y el deslumbramiento por una riqueza solo alcanzable por dos o tres elegidos que son usados como carnada apetecible y voceros apasionados.
Pienso que, por esta vía, nos han formateado una "nueva sociedad", muy distante de nuestra cultura.
Ante un Estado irresponsable, cuya política fundamental es la indiferencia de cara al desorden que él mismo auspicia, unos cuantos influyentes han decretado la obsolescencia y muerte de nuestras matrices culturales que nos tipifican como dominicanos y dominicanas. Y, con ello, han echado a rodar la autoestima para inocularnos formas de pensar y actuar propias de otros territorios del globo.
Avergonzados de nuestros orígenes, somos hoy unos vulgares consumidores de lo extranjero; acríticos hasta resultar imbéciles. Desde la comida, la ropa, los colores, el caminar, los tonos en el hablar, los gestos, las relaciones de pareja, la sexualidad, la tecnología, "la libertad", la música, el peinado, el baile, las creencias… Entre esa humareda, se esfuma nuestra identidad. Se van nuestros valores. Hasta la amistad y el amor dependen de don dinero. Si él se achica, se marchan a paso de gigante. Vivimos hoy muy afanados en darnos "tumbes": en el trabajo, en la familia, en las calles. A través del tiempo nos prostituimos como como familia y como sociedad. Estamos en una lucha sin cuartel por sacarle provecho al otro, sin importar los medios. La batalla gira en torno a quien engañe más. Un pulso por la falsedad y el oportunismo. El sentido común y la solidaridad han quedado atrás.
No me extraña, por tanto, la violencia social que se refleja hasta en la sopa. Ella ha sido construida pacientemente, de manera artesanal, por una empresa con calidad garantizada: el Estado charlatán que pone en manos particulares sus altas responsabilidades, y ni siquiera vigila.
No conozco ni del mínimo celo de nuestras autoridades por el accionar de centenares de organizaciones no gubernamentales desparramadas en el territorio nacional, pese a que muchas de ellas atúan a base de sus propias políticas, como gobiernos aparte. Políticas que, para colmo, chocan con la cultura dominicana.
Nos colonizan desde la sombra, y no es para bien. Eso es muy grave. Catastrófico.
Como padre, hasta ahora, siento orgullo por mis dos varones y mis dos hembras. Axel y Alexa, menores de diez años; Zoraya y Juan José, mayores de 18, constituyen mi vida. A ellas y a ellos, igual que a mi padre –Don Curú, ya muerto– y a la sociedad, les pido perdón por los errores cometidos, y les garantizo que cada día haré un esfuerzo nuevo por ser mejor papá, mejor ser humano. Aún así, sientiéndome feliz por su desarrollo, albergo temores. La sociedad donde les ha tocado vivir está en crisis y el liderazgo nacional ´huye al fondo. Lucharé a contracorriente, hasta el final de mis días.