-Me van a matar- le susurró Papilín a Fafa Taveras. Haz correr la voz.

-¿Cómo?

-Que me van a trasladar a la fortaleza de La Vega y allí me van a asesinar.

Estaba estrictamente prohibido que los presos se comunicaron unos con los otros pero Papilín rompió la regla y se le acercó a Fafa, cuando, en fila india con otros presos, los arrastraron desde La Victoria al Palacio de Justicia de Ciudad Nueva.

-¿Por qué no te tranzas con el Jefe?- le sugirió en una ocasión el Rector del Seminario Santo Tomás de Aquino, el jesuita de ojos de maco, Juan López Pedráz.
– Jamás- contestó Papilín- lo que tenemos que hacer es tumbarlo.

Esa fue su sentencia de muerte.

Se rumoraba que una comisión de la OEA iba a visitar al país para verificar el estado de los prisioneros políticos. El se había hecho famoso en La Victoria porque, a la hora del Ángelus, rezaba en voz alta el Santo Rosario para que todos lo acompañaran desde sus celdas. Al final de la última Ave María, siempre añadía esta jaculatoria: "¡Abajo el tirano!" Y Rafael Augusto Sánchez le respondía desde la otra celda: ¡Abajo, carajo!  Este intercambio terminó por causarle la muerte a ambos.

Luis Ramón González Peña (Papilín), oriundo de La Romana, era alumno de filosofía en el Seminario Santo Tomás de Aquino y se había unido al grupo de jóvenes que luego fueron parte del 14 de Junio.

Su anti-trujillismo era más simbólico que real, pues en el Seminario solamente se podía hablar durante los recreos y poco se podía hacer para tumbar al tirano, que saludaba a los seminaristas todos los días como una campana, a las doce del medio día, desde su Cadillac blindado, al pasar frente a frente al Seminario, antes de doblar a la derecha hacia su residencia de la Estancia Radhamés.

Los seminaristas, reunidos a la entrada del edificio de la que hoy es La Pontificia Universidad Madre y Maestra, en la Avenida Abraham Lincoln, levantábamos la diestra contestando al saludo fascista….como cantando “Cara al sol con una camisa nueva” (el himno de La Falange en tiempos franquistas). Todos, menos Papilín. Después que cayó preso esa animadversión se convirtió en visceral.

Recuerdo que, en una ocasión en que conversábamos con el Padre Salvador Freixedo, expulsado de la Cuba batistiana por haber escrito un libro donde documentaba cuarenta y cinco casos de injusticia social en la isla, Papilín le hizo al jesuita una pregunta nefasta: “¿Cuánto tiempo nos va a tomar tumbar a Trujillo?” Yo comencé a toser como un tísico y me excusé por razones de salud pero jamás me olvidaré de la pregunta, porque en aquellas circunstancias hacerla, aún ensotanados como nos encontrábamos, equivalía a una sentencia de muerte.

Ambos admirábamos a Salvador Freixedo, quien nos mantenía informados sobre los acontecimientos relacionados con la revolución cubana, con la cual muchos simpatizaban (de hecho, algunos eran cubanos). Aún dentro de aquella programación jesuítica de túnel en la cual nos habíamos formado, algunos de los profesores eran de avanzada.

El caso fue que, como antes había hecho Pipe Faxas, caído mas tarde en el frente oriental guerrillero del 1963, Papilín también trató de “reclutarnos”. Años después nos enteramos que ambos formaban parte del famoso "Complot develado", que de develado tenía sólo el nombre, porque el SIM lo había penetrado desde el principio.

Papilín pensaba que la caída del tirano era inminente y solamente se equivocó por dos meses, cuando ya él estaba en la tumba. Su muerte fue la muerte más tonta que ojos humanos hayan visto, porque jamás empuñó un arma, al menos que no fuera la del Santo Rosario a la hora del Ángelus, cuando el sol se cernía sobre nuestra isla-cárcel.

Cuentan que cuando su madre se le acercó al tirano (durante su última visita a La Romana) éste, consciente del respeto a la presencia de una madre, se paró en seco y acercó su oído al susurro materno. Alguien que se encontraba presente me contó que la madre le mencionó el nombre de su hijo, LUIS RAMON GONZALEZ PEÑA, y que la respuesta fue la siguiente: "¿El mentao Papilín? Ah, pero ese hace tiempo que está muerto por bocón". Las lágrimas de otra madre desde el Gólgota fueron la respuesta. Esto confirma que la única arma con que contaba Papilín era su boca.

Somos un pueblo desmemoriado. Hoy, en este instante y ante Dios Omnipotente, afirmo lo siguiente: todos fuimos culpables de la muerte de Papilín.

-¿Cómo es posible que la Iglesia Católica no haya nombrado ni una escuelita de barrio con el nombre de Papilín Peña? El fue un mártir y un testigo de la fe.- Así me dijo Fafa Taveras, quien fue uno de aquellos muchachos, junto a mi otro amigo, Mariano García Cepeda (Marién), y los hermanos Taveras de Estancia Nueva, y muchísimos más.

¡Mea culpa! ¡Mea culpa! ¡Mea máxima! ¡Todos fuimos culpables! Pero ¡ay! de aquellos que asesinaron a Papilín. ¡Tendrán que pasar, palmo a palmo, por lo que ellos le hicieron pasar a Papilín! Puede que algunos de ellos aún estén muertos en vida pululando por nuestras calles.