Un niño al que quiero mucho, le vendieron un yoyo…
Y su yoyo, como todo objeto que funciona verticalmente, en especial uno que funciona también de manera inclinada, crea una sombra en plena luz, que no se llena ni de ideal, ni de historia, ni de propósito. Pero las sombras son sólo perceptibles cuando hay luz, y últimamente es como si la luz nos viera, y se regresara por el túnel que llegó.
En fin, que el niño subía y bajaba su yoyo creyendo que se divertía, sin poder percibir esa sombra, hasta que un día el yoyo se le escapó de las manos. El niño, pensando inocentemente que tan sólo lo había dejado caer, se hincó con el propósito de recuperarlo, y al hacerlo, aunque creyó haber cumplido su misión, tan sólo cumplió sumisión… Porque de lo que el niño no se había dado cuenta, es que todo este tiempo era el yoyo quien jugaba con él, y que su único interés lo decía su nombre.
¿Adivinen quién es el niño?
Esto que hay entre el poder y la corrupción fue amor a primera triza.
El movimiento del yoyo no es más que una pantomima, y el yoyo en sí, es tan sólo un artilugio.
El verdadero culpable es el niño, que se dejó vender el yoyo. Pero el niño es niño… Y quizás sólo lo hizo porque al mirar el cielo creyó que su color azul era infinito, al no haber estudiado la atmósfera. En cuyo caso no sería culpable, sino víctima.
……………………………………..