El país político de estos momentos, se encuentra en un dilema y no se perfila en la actualidad, pese al notable descenso de la popularidad del presidente Medina, activo fundamental del peledeísmo gobernante y la innegable crisis interna que atraviesa el PLD. Así como los casos de corrupción vinculados al gobierno, quién o quiénes podrían terciar por la nominación presidencial en los comicios venideros y desplazar a los morados del poder. No obstante; las diferentes aspiraciones de carácter individual que se han manifestado en algunos segmentos de la oposición.
No cabe la menor duda de que para estructurar una fórmula política con miras a obtener el poder, se necesita esencialmente de espacio y tiempo. Factores de los que adolece el sector oficial para poner en marcha la reelección con la efectividad del torneo pasado. Sin obviar los enfrentamientos internos con resortes en las cámaras legislativas y las carencias de toda índole que vive el dominicano de a pie. Obstáculos y contradicciones que pudieran aflorar ventajas significativas para los opositores, siempre que estén dispuestos a sacar provecho de aquello.
Aun así; la mayoría de los que ejercen la opinión en materia política como especialidad, alertan sobre un panorama electoral difuso y unas probabilidades inciertas que arrojaría la posibilidad, por la indefinición de la oposición en la construcción de proyecto cohesionador de ideas e intereses, enfocados en la obtención del triunfo sobre la base de un bien mayor. De que lastimosamente, se repitan en el peor de los escenarios; los errores de aquel funesto 1990, cuando el ego de algunos estuvo por encima de los intereses de la mayoría y al final salió perdiendo el pueblo dominicano.
No sería pues nada justo, sumergir nueva vez el Estado en manos de un gobierno cuyo estandarte es la violación flagrante de los cánones legales y jurídicos y la protección absoluta de aquellos que siendo parte de un engranaje mafioso, caminan exhibiendo sin remordimiento visible, las inmensas fortunas obtenidas con los impuestos nuestros y que a todas luces se muestran como dueños de las instituciones públicas, las que usufructúan cual patrimonio familiar.
Todo por el simple capricho que tienen algunos de querer o pretender ser “presidentes”, aun cuando ciertos indicadores establecen posibilidades nulas para esos políticos que sueñan con un rompimiento abrupto del orden establecido y que su actitud anti-histórica permite; a veces con intención previa, la continuidad de la carroña que hoy nos gobierna en el manejo inadecuado de la cosa pública.
La indefinición parte básicamente de la incapacidad de entablar un acuerdo basado en las posibilidades electorales de todos los actores de oposición. Primero: enfocado en el radio de acción de cada estructura partidaria, segundo en la capacidad de movilidad de los activos políticos y tercero en el establecimiento de unas líneas programáticas en las que mínimamente, se satisfagan las pretensiones de todos los involucrados. Y mientras esto exista, probablemente estaremos escuchando el discurso de sectores interesados de aquí “no hay oposición”
Por suerte para todos, el panorama político se encuentra difuso, pero no perdido y aun se pueden enmendar los pequeños errores cometidos por los llamados a brindarle a este país una salida definitiva de los peledeístas. Alcanzando antes que nada el pacto posible, nunca el deseado, porque en la política como en la vida misma, trasciende como diría -Gastave Flaubert- “esa peculiar brutalidad que infunde el dominio de las cosas semífasciles en las que se ejercita la fuerza y se complace la vanidad”.