El pánico se apodera de nuestros partidos cada vez que llega el momento de elegir de forma democrática a sus directivos y sus candidatos.

Motivados por el temor a la democracia interna, muchas veces, sus élites se ponen de acuerdo para eternizarse en los cargos mediante la extensión, por largo tiempo, de las plazos establecidos en los estatutos para la celebración de sus asambleas o convenciones electivas.

Esta evasión a la soberana voluntad de los electores internos de los partidos, encuentra justificación en el vano argumento, con el que atemorizan a sus militantes y simpatizantes, de que la convocatoria de las elecciones internas pone en riesgo la unidad partidaria.

Las elecciones que acaban de transcurrir constituyen la muestra más evidente del sometimiento de la dirigencia media y la militancia a la tiranía de las élites partidarias. Esta penosa sumisión permitió que las cúpulas impusieran, con escasas resistencia interna, las 4,106 candidaturas de cargos de elección popular.

Todos pudimos observar como en el pasado proceso electoral, a lo interno de los partidos, se negociaron las candidaturas presidenciales, congresuales y municipales, sobre la base de la extensión de los mandatos correspondientes a los cargos de dirección, o del apoyo o rechazo, en el caso de los legisladores, a la Reforma Constitucional que se hizo para habilitar la reelección presidencial.

Debido a la falta de democracia, las pasadas elecciones se vieron afectadas por un transfuguismo sin precedentes. Después de la traumática escogencia de los candidatos, muchos dirigentes, disgustados por no haber podido competir por las candidaturas a las que aspiraban, decidieron abandonar sus organizaciones y sumarse a otras.
Como era de esperarse, este comportamiento antidemocrático provocó un profundo disgusto en los dirigentes y militantes, afectados, de los diferentes partidos. Este malestar ha empezado a aflorar a lo interno de los mismos. Por este motivo, tan pronto pasaron las elecciones han salido a relucir los reclamos de renovación partidaria.

Al interior de cada partido subyace un motivo distinto para exigir la convocatoria de la elección de las nuevas autoridades que deberán guiarlos hacía la batalla electoral del 2020. En el caso del partido de gobierno, el de la Liberación Dominicana (PLD), el grito de renovación tiene como fundamento la antigüedad de los actuales directivos en los cargos, sin la legitimación del voto de las bases. Por su lado, los actuales directivos del principal partido de oposición, el Revolucionario Moderno (PRM), provienen del Partido Revolucionario Dominicano, del que pasaron con los mismos cargos que, ya vencidos, ocupaban al momento de producirse la división, motivo más que suficiente para que sus dirigentes y militantes exijan la elección democrática, por primera vez, de sus directivos.

Sin lugar a dudas, después de las pasadas elecciones la credibilidad de los partidos políticos debe haberse reducido significativamente. Por ello, el deterioro del Sistema de Partidos debe ser una preocupación de todos. Nuestros partidos con su comportamiento antidemocrático han dañado seriamente la democracia. De cara a esta realidad, están en el deber de procurar superar su fobia a la democracia, para lo que es recomendable que apliquen la frase de Alfred Smith que reza: “Todos los males de la democracia pueden curarse con más democracia”.