En los últimos 60 años Noruega ha vivido un rápido crecimiento económico y es en la actualidad uno de los países más ricos del mundo con un universalmente reconocido sistema de provisión de bienestar social. En 2010, Noruega fue clasificado como el país con mejor índice de desarrollo humano (0,938). Es también el país más pacífico del mundo de acuerdo a un estudio de Global Peace de 2007 y conocido por ser uno de los más seguros.
Más cerca de nosotros tenemos a Colombia. Un país de inmensas riquezas naturales. Su economía es la número 4 de América Latina y la 27 del mundo. Sin embargo, Colombia es violenta, el país más violento del mundo. Los asesinatos de todo un año en Noruega equivalen a un fin de semana en Cali o Medellín. Popularmente se presupone que las amarguras colombianas son obra del narcotráfico y los conflictos armados. Pero la organización Justicia y Paz cree diferente. Según sus estudios de campo 7 de cada 10 crímenes puede atribuírsele a lo que llaman la violencia estructural de la sociedad. Resulta que Colombia también es uno de los países más injustos del mundo: 80% de pobres, 7% por ciento de ricos; de cada 100 adultos, 22 están desempleados y 55 trabajan a la buena de Dios. Sector informal le llaman los expertos.
No es que Noruega no tenga sus problemas, de hecho estuvo en los titulares recientemente como resultado de la iniciativa criminal de un demente que terminó con la vida de decenas de personas y llenó de pánico a todo el país. El hombre fue apresado, será procesado y seguramente condenado. Allí la discusión pública no gira tanto en torno al individuo. La gente confía en que la justicia hará lo apropiado. Mucho más notable es el proceso auto-crítico protagonizado por el colectivo social. Qué debemos corregir y cuáles ajustes debemos hacer para atender los descontentos que alimentaron la locura terrorífica de este hombre son algunas de las preguntas sometidas a debate en la actualidad.
Los colombianos, recargados con gigantes iniquidades sociales han elegido históricamente una respuesta diferente para el asunto de la delincuencia. Mas plomo, mas sentencias ejemplares, mas cárceles. Al igual que nosotros, la falsa efectividad del discurso de mano dura los encanta por encima de cualquier otro número de razones. Por alguna suerte y contra toda la evidencia ellos y nosotros nos resistimos a considerar que es posible que las raíces de todo aquello que los lastima puedan estar precisamente en la cuestionable ingeniería de un modelo de sociedad que favorece a pocos a expensas de muchos.
El quid del asunto no está en la riqueza, sino en cómo la repartimos. Al repartir los panes y peces entre la multitud Jesús nos enseña claramente que en la equidad está la clave para mantener tranquila a la multitud. República Dominicana, no lo discute nadie, ha crecido económicamente en los últimos años. Sin embargo, seguimos siendo, como los colombianos, una sociedad agrietada por la pobreza, la desesperanza y la corruptela.
Tal y como están las cosas, para salir adelante, aquí hay que ser un tigre. Entonces, a la mayoría nos queda dejarnos comer o empezar a comernos a otros con la esperanza de ganar un espacio en el corral de los privilegios. El asunto es que la mayoría no quiere comerse a nadie, solo quiere vivir dignamente y en paz. No me queda claro cuál será el modelo alternativo ideal, de lo que no tengo dudas es que el actual nos lleva de forma apresurada al atolladero.