Desde Europa a República Dominicana, pasando por Estados Unidos, el comportamiento de la juventud frente a la pandemia ha dejado mucho que desear. Actúan despreocupados, indisciplinados, exhibiendo una irresponsabilidad que raya en lo criminal. No todos, pero demasiados, andan por ahí, indiferentes a las medidas sanitarias y resistiéndose a la vacunación.
Así las cosas, debemos pensar que ese absurdo comportamiento tiene alguna explicación. Esos vándalos no han salido de la nada, crecieron en una sociedad que debió darles educación, trabajo y esperanzas en el futuro. En todo esto hay culpas compartidas.
No es lo mismo Europa que Centroamérica, mucho menos Nueva Zelandia que Norteamérica, pero es un hecho, sea cual sea el continente, que a mayor educación, empleo y apego a la ley, mejor será el comportamiento de la ciudadanía. En caso contrario, sin educación, empleo, ni respeto a las leyes, el desorden predomina. El postulado es universal.
Actualmente, el ritmo de vacunación en Estados Unidos es espectacular: en la mayoría de los estados pronto se alcanzará el 70% de vacunados y la consiguiente inmunidad de masa. Sin embargo, esta hazaña sanitaria, lograda también en otras naciones, está siendo entorpecida por dieciséis estados de la unión; los llamados “estados rojos” (no por ser comunistas, sino por lo contrario: allí se encuentra una mayoría republicana)
Esos estados presentan un perfil cultural conocido: baja educación, alto desempleo, influencia evangélica, y fanatismo trumpista. Poblaciones desfavorecidas, incultas, que alivian su angustia existencial recurriendo a dogmatismos políticos o religioso. Esa gente, desafía cualquier medida sanitaria.
En Francia y España, frustrados también por la indisciplina de su juventud, existe un alto desempleo, consumo excesivo de drogas, y un marcado desencanto con los gobiernos del sistema. En otras palabras, la pandemia encuentra en esos países a una juventud insatisfecha y desubicada, disgustada con un sistema que no puede darles trabajo ni ilusionarlos con el futuro. Por eso, el Covid-19 les brinda una oportunidad singular para expresar su rebeldía.
Ahora, miremos a nuestros muchachos y muchachas; esos que retan al virus, la vacuna, y les trae sin cuidado la salud de sus compatriotas. Esos que en gran número viven un estado de veleidad y anomia. Bisoños ciudadanos que no son otra cosa que el resultado de generaciones anteriores; sus mayores construimos una sociedad inconsecuente y corrupta, sin educación académica de calidad ni ambientes domésticos adecuados. Nacieron en un país donde aproximadamente el 60% de los niños se crían en hogares sin figura paterna, disfuncionales; presenciando violencia doméstica y alcoholismo. Mordidos por la pobreza y sus secuelas.
Esa juventud disoluta e indisciplinada, si bien pudiera parecerse a la de los “estados rojos” de Norteamérica, en nada se asemeja a sus contemporáneos de Israel, Nueva Zelandia o Costa Rica, porque esas naciones facilitaron educación, respeto a la ley, y ejemplar rectitud ética de sus gobernantes. Se formaron de diferente manera.
No señalemos indignados el absurdo del “teteo”, ni pongamos el grito al cielo con el desenfreno, las fiestas clandestinas, el consumo excesivo de alcohol, las drogas, la delincuencia, y el desprecio marcado de la muchachada a las leyes. Señalemos también, con el mismo disgusto, a quienes gobernaron por décadas a este país deshaciendo civismo en lugar de construirlo.
Esa gente joven que gusta de letras violentas en sus canciones, drogas, y sexo desenfrenado, no ha tenido oportunidad de ser diferente. No ha podido no ser así. Fueron criados observando gobernantes ladrones y delincuentes de cuello blanco. No aprendieron buenas costumbres.
Esos jóvenes del pandemónium no podían ser de otra manera. La pata que puso esos huevos es una pata coja y cabrona. A ellos les faltó el ejemplo que solidifica valores y forma ciudadanos probos. “Mea culpa”. “De tal palo tal astilla”.