Según Edgardo Castro, la pandemia no es inocente ni culpable, tampoco es  buena ni mala, maldita y dañina.  Se trata de un uso y una amenaza a la llamada “normalidad”, pues toda normalidad en el caso de la pandemia generada por el covid-19, engendra una narrativa de la violencia, así como un posicionamiento del miedo, el desastre, el horror y el desajuste en el centro mismo de la socialidad o sociabilidad. (Ver, entrevista, publicada el 3 de  junio, 2020, 12., 01 GMT, sobre la “nueva normalidad”).

Imagen de Odalís G. Pérez

Muchas zonas del Diccionario Foucault (2004, 2011), explican problemas de tensión biopolítica, que implican aclarar la bioseguridad, a propósito del individuo social en tiempo de catástrofes o pandemias (como la presente), que como ya hemos escrito, engendra el horror y el pánico, la fuga de lo social normalizado por estructuras de reglamentación e impedimento de las relaciones sociales y productivas en el espacio público y privado.  ¿Seguridad, improvisación, institución del sujeto público, jurídico, histórico y proyectual?  No hay forma de “saber mucho” sobre la familia coronavirus, ya que la cepa generadora del mismo se explica por, o a través de la biología, las disposiciones médicas, económicas y políticas.

El punto débil es la confusión creada por las instituciones estatales de seguridad y defensa de sujeto contagiado y precisamente tratado por el sistema de salud y antisistemas de salud que operan en casi todo el mundo en nuestros días:

¿A qué nos conduce cualquier averiguación del virus covid-19 y otras que han golpeado progresivamente al mundo oriental, occidental y sus desprendimientos poscoloniales.  Los obstáculos creado por la aparición de este virus remiten también a la economía, la educación, las artes, las costumbres de vida y las relaciones interhumanas en general. Pero lo que más afecta es la suma de narrativas, las más de las veces contradictorias que cuestionan los límites del Estado-nación, sus instituciones, los diversos modos de restricción y violencia de las imágenes públicas y privadas antes y después de la imperfecta y hasta perversa “normalización”.  La “normalidad” de los “normales” se opone a la “anormalidad” de los “anormales”, tal y como lo subraya Michel Foucault en su obra titulada Los anormales; este seminario ofrece los signos y análisis de lo que el encierro hace con los sujetos que chocan con la sociabilidad llamada normal.

De hecho, las reglas que producen las narrativas de la violencia oficial son también las ideas de una norma que “respeta”, según Foucault, la unidad de las formas jurídicas.  El humor negro, el humor trágico de raíz social, los modos de alusión a la enfermedad y los enfermos construyen precisamente un discurso de la violencia, tal y como sucede en el diálogo de la covicotidianidad, en gran parte de los espacios estatales y hasta privados del país.

Cada secuencia organizada para maltratar y normalizar al sujeto social implica por sus fuerzas, imágenes y consignas un modo autoritario de trabajo, intervención, diálogo protocolar, funcionamiento, rechazo, determinación y estatización del individuo social.  Tramas, relatos, pautas dialógicas, recursos combinados, acciones prácticas, domesticación moral, cumplimiento y representación de eventos que conducen a una aplicación severa a la luz del registro jurídico y deontológico.