Ilustraciones de Odalís G. Pérez

Yo no soy médico, admiro, hoy más que nunca a los médicos, ellos se interesan o deben interesarse por la salud de los sujetos que conviven en una sociedad,  sin embargo, teniéndolos a ellos y a la medicina, como soporte, los "gobernantes", como en este caso del COVID-19, aprovechan su espacio de oficialidad y de "gobernabilidad", para imponer y abusar de su discurso y/o de su poder.

Como puede darse cuenta el lector, en ese primer párrafo he hecho uso de tres concepto básicos para el tema que estoy tratando en esta ocasión, me refiero al concepto de "sujeto", en acepción de Ser o de entidad tangible o intangible; al concepto de "discurso", en base de significación más amplia, como construcción de una determinada realidad moral, ética, política o social, y, además, he hecho uso del concepto de "poder". Esos tres conceptos los remiten de manera directa a un filósofo, sin el cual, es bastante difícil entender este presente que está lleno de dudas o de incertidumbre, me refiero al filósofo, psicólogo e historiador francés, Michel Foucault (15/10/1926-Poitiers, Francia.-25/6/1984, París, Francia).

He recurrido a Foucault, como una válida excusa, en mi calidad de humanista y académico-político, para referirme al hecho de cómo, nuestros políticos y/o politiqueros, han manipulado la pandemia en este país, procurando sacar provecho personal, "negociando" o engañando al Estado dominicano, con la complicidad de funcionarios, los cuales, ante esa burda realidad contra el erario público, lucen ser sordos y ciegos, como ocurre con el actual Ministerio Público, donde ya no es suficiente el rumor público, ni la acusación directa. Para esos que han hecho de la pandemia su negocio, su finca de amplias ganancias económica, no existe Ley de licitación de compras del Estado, ni existe Constitución, ni existe Código Penal. Ellos están por encima del bien y del mal.

La pandemia ha servido para encerrarnos o confinarnos sin tiempo definido. Ante esa acción, el Estado, y, en particular, el gobierno, ha impuesto su "discurso", ha construido su dominio en la ciudadanía y ha maniobrado en ese panorama, hasta tratar de posicionar su candidato a la presidencia de la República, en base a una campaña clientelista, paternalista y patrimonial.

Ese es el panorama que prevalece en nuestra sociedad, antes y en la pandemia. Desde esa perspectiva, la nación dominicana no puede esperar cambios profundos en el contexto de los partidos, ni en la educación de los ciudadanos y las ciudadanas. No se propugna por el desarrollo del razonamiento en los sujetos, por lo que el Ministerio de Educación y el MESCyT, tienen que asumir con responsabilidad su misión ante la sociedad dominicana.

En otro orden, la mirada del "gran hermano" o del ojo mágico de acechanza del Estado, ha encontrado ampliar su cobertura de vigilancia. Antes teníamos al DNI, al G-2; J-2, el M-4; entre otros organismos de seguridad y control estatal, desde lo personal o individual, lo cual, ya se ve como algo necesario, pero hoy, esa estructura de vigilancia entra a una fase más sofisticada, desde el control electrónico de imagen, voz y data, esta vez desde los controles y/o record médicos.

Esta nueva "generación de los confinados" (encerrada, atemorizada, aterrorizada y vigilada), se encuentra, ya no sólo con el 911, sino también con el Centro de Control e Inteligencia C5i, bajo la dirección de las Fuerzas Armadas Dominicanas. Y a nivel general, con la instalación de las peligrosas antenas  G-5, las cuales son también medios para controlar los movimientos de la ciudadanía, a cada instante.

 

Todos esos estratagemas de control estatal, obligan de nuevo a retomar el teorizar de Michael Foucault y detenerme un poco a ver la amplitud del pensamiento de este humanista y su visión de la vida y la libertad del Ser, desde los perfiles enunciativos de su obra "Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones" (2012), donde, en su introducción, nos encontramos con estas cortantes interrogantes citadas por Miguel Morey, veamos:

"¿Qué no se ha dicho sobre esta sociedad burguesa, hipócrita, pudibunda, avara de sus placeres, empeñada en no reconocerlos ni nombrarlos? ¿Qué no se ha dicho sobre la pesada herencia que ha recibido del cristianismo el sexo-pecado? ¿Y sobre la manera cómo el siglo XIX ha utilizado esta herencia con fines económicos: el trabajo antes que el placer, la reproducción de las fuerzas  antes que el puro gasto de energías? ¿Y si todo esto no fuera lo esencial? ¿Y si hubiera en el centro de la política del sexo unos mecanismos muy diferentes, no de rechazo  y ocultación sino de incitación? ¿Y si el poder no tuviera como función esencial decir no, prohibir y castigar, sino ligar según una espiral indefinida la coerción, el placer y la verdad?» Estas interrogantes, con las que en 1976, Michel Foucault presentaba su último texto " (p.173).

He colocado esa cita ahí para que se pueda entender la amplitud del pensamiento de Foucault en relación a la libertad, sobre la vida, el placer y el goce del ser, en vez de estos enclaustramientos que, al final van a apuntalar hacia la muerte lenta de nuestro espíritu de sujetos activos y el debilitamiento planificado de nuestro sistema inmunológico, desde esta cárcel familiar, politizada, viciada horrorizada, muy propia de estrategas negociantes del dolor de esta nación.

Esa es mi misión, oponerme a todo cuanto signifique la muerte en forma abusiva y perversa del sujeto en movimiento. Vaya mi discurso contra aquel, el otro que pierde su tiempo controlando las estadísticas de los muertos y de los infectados y, tú, escritor, poeta, humanista (¿?) en silencio ante tanta inmundicia.

A ti, que vives del silencio cómplice junto con los arrabales y los amuletos palaciegos, ahí te dejo lo que nos dice ese rompedor de estigmas y barreras, Foucault, para que lo apliquemos en esta hora de decretos de confinación para unos, y de repartideras de panes, longanizas, miserias, salchichas y demagogias, para otros. Veamos:

¡Cómo! ¿Se imaginan ustedes que me tomaría tanto trabajo y tanto placer al escribir, y creen que me obstinaría, sino preparara –con mano un tanto febril– el laberinto por el que aventurarme, con mi propósito por delante, abriéndole subterráneos, sepultándolo lejos de sí mismo, buscándole desplomes que resuman y deformen su recorrido, laberinto donde perderme y aparecer finalmente a unos ojos que jamás volveré a encontrar? Más de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trate de escribir. (FOUCAULT, Michel. La arqueología del saber).

En este tiempo de pandemia, de vigilancia y abuso de poder, asumamos el discurso de Foucault  y hagamos que explote las redes del ciberespacio, contra los abusos del poder, no importa de dónde proceden, y levantemos su bandera humanística y libertaria, por la soberanía de esta nación y la defensa del planeta.