“No nos engañemos, jamás volveremos al aula física tradicional, si no transformamos la mente, la mano y el corazón del sistema nos atrasaremos aún más”.
Padres docentes y administradores educativos han sido impactados por las condiciones de la pandemia. Más que nada, han sido consternados por las revelaciones que la pandemia ha provocado sobre contenidos, procesos, capacidades y resultados educativos. Me atrevo entonces a provocar reflexión sobre algunos puntos relevantes.
En base a los parámetros tradicionales en los procesos dominicanos de enseñanza-aprendizaje, bien podríamos decir que este año escolar se ha “perdido”. También se podría decir que las lagunas en los educandos son insalvables. Sin embargo, si nos separamos de las expectativas tradicionales, también podríamos decir que:
- Tanto los educandos como los padres han aprendido mucho y han alcanzado niveles de adaptabilidad, flexibilidad y paciencia nunca antes vistos por ninguno de ellos.
- En lugar de la inteligencia cognitiva tradicional, tanto los padres como los educandos han ejercitado múltiples aspectos de inteligencia cognitiva, emocional/afectiva, social y en muchas otras dimensiones.
- Los docentes por primera vez descubren cuán poco preparados están excepto para enseñar tradicionalmente y los que tienen verdadero amor por la docencia han desarrollado destrezas y capacidades que quizás no pensaron que tenían.
- Los administradores del sistema, tanto por parte del Estado como por parte de la clase profesional, tienen grandes oportunidades para provocar profundas transformaciones sistémicas. No todo está perdido porque mientras haya vida y propósito hay esperanza.
Nuestra educación tradicional sigue el modelo de “bancada”, explicado por Paulo Freire como aquél en el que el maestro es el que escoge, acumula y distribuye la mercancía llamada “conocimiento.” Por eso es que cuando se habla de lagunas, lo que realmente quieren decir es que los alumnos no “recibieron” del docente los “paquetitos” informativos para “bajarlos” al disco duro interno de los educandos.
La educación progresista y alternativa no se limita a bajar información al disco duro interno de los educandos sino en proveerlos de las capacidades y destrezas para buscar, explorar, adquirir y manejar la inmensa cantidad de fuentes disponibles para su desarrollo, de una manera inquisitiva y abierta, no sólo en lo cognitivo sino en todas las otras dimensiones del ser. Un maestro progresista es un facilitador, un animador, un sostenedor y un oyente visual, para poder responder adecuadamente a la curiosidad crítica en el educando. Sin pensamiento crítico no hay desarrollo intelectual integral, por lo que no debe sorprendernos que los numeritos señalan que el producto de nuestro sistema educativo, los educandos, carecen de un desempeño a la altura de las necesidades del país y de las metas generales de la educación. El sistema promueve copiones mentales e insiste, lamentablemente, en la retención de datos. Para hacerlo todo peor, ahora la educación se enfoca en producir obreros para el sistema productivo, el resultado normal del sistema neoliberal imperante y que ha sido adoptado por el tren gubernamental en todos sus aspectos.
Si el sistema educativo dominicano tiene un desempeño bajo en todos los parámetros, entonces eso es reflejo no solamente de los docentes sino del sistema en general. No es solamente asunto de limitaciones socio-culturales en los educandos y sus familias (la mayor y mejor excusa para la mediocridad), sino de las carencias del sistema desde dentro y en todos sus componentes.
Parte del problema central de las deficiencias harto conocidas del sistema educativo dominicano es la ausencia de una filosofía educativa ajustada a nuestras realidades, nuestros contextos y nuestros recursos. Por eso no debe sorprendernos que tengamos ocho años pensando que la inversión en educación debe centrarse en lo material: los edificios, el mueblario y los ordenadores.
La alternativa es más prometedora: invertir en el desarrollo humano. Ese desarrollo humano es incluyente de una sustancial mejoría en el pensum académico de la carrera, en la capacitación en destrezas pedagógicas no tradicionales y, más que todo, en fomentar una concepción visionaria del docente, la que incluye una pasión por la enseñanza en detrimento de la tradicional “conquista” económica que muchas veces es la prioridad en la mente y corazones de muchos.
Esa transformación debe ocurrir en medio de una obvia realidad: el aula se ha transformado. Ya no es un aula física sino también virtual. Las “lagunas” se llenan con una variedad de modalidades y no sólo con un maestro frente al aula. Los mismos educandos pueden llenar sus propias lagunas si se les presentan los recursos y oportunidades que tienen a su alcance. No nos engañemos, jamás volveremos al aula física tradicional, si no transformamos la mente, la mano y el corazón del sistema nos atrasaremos aún más.
El Ministerio de Educación hizo lo que pudo y logró ciertas conquistas notables dentro de las condiciones de la pandemia; pero no debe quedarse ahí. De aquí a agosto debería prestar más atención a la capacitación humanística y técnica en los docentes y en los procesos administrativos. Junto a la ADP deberían aprovechar el trauma actual y transformarlo en oportunidades para dar un giro casi total a las prácticas docentes tradicionales. Aún somos prisioneros no de la circunstancia externa llamada pandemia, sino de la fuerza más contraproducente para el desarrollo humano: la mediocridad.
Hay buenas y mejores prácticas y filosofías educativas alrededor del mundo que se ajustarían bien a las condiciones y contextos locales, pero más que importar un modelo deberíamos pausar para reflexionar y ahondarnos en nuestros corazones con el firme propósito de trasladar la educación dominicana de cola a cabeza. No será fácil, tenemos décadas de instrucción, prácticas y ejercicios deplorables y eso no se puede cambiar de la noche a la mañana. Quizás podríamos empezar una maestra a la vez, una escuela a la vez, un distrito a la vez hasta lograr una masa crítica transformada.
Este año se “perdió”, en la modalidad tradicional, pero nos ofrece la oportunidad de ganar mucho. ¿Dónde empezar? Hay muchos puntos de despegue, pero yo sugeriría que cada maestro lea un libro una vez al mes y, quizás, más adelante, uno cada semana. Un maestro que lee es un maestro que fomenta la lectura. Y cada lectura debe ir acompañada de la reflexión porque sin ésta no hay desarrollo cognitivo-afectivo integral. Muchos de nuestros docentes que tienen 5, 10, 15, 20 años de experiencia en verdad tuvieron su primer año de docencia y luego lo repitieron 5, 10, 15 y 20 veces. Si no hay lectura y desarrollo profesional y personal no hay crecimiento integral.
Entonces, respetuosamente, ministro Fulcar, presidenta Xiomara Guante, empiecen un programa de lectura formativa y reflexiva entre los docentes y administradores y veremos a ver si es verdad la perogrullada de que “leer es crecer”. A partir de ahí, enfoquen sus energías en el verdadero desarrollo docente y en la formulación de una filosofía educativa transformativa y progresista. Los edificios son importantes, el desarrollo humano y profesional lo es aún más.