Hace unos días comencé a escuchar y por supuesto a leer en los discursos de técnicos/as y empleados/as del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, la expresión “Ministerio Ambiente” para referirse a su institución. Ignoro el origen de tal imposición y las razones por las cuales se suprimen varias palabras de la designación institucional establecida por la ley 64-00 del 2000 y que a partir de enero del 2010, con la puesta en vigencia de la nueva Constitución, se cambia por el de ministerio.
Sé muy bien que un ministerio se nombra bajo ley, y por supuesto se da un acuerdo entre oralidad y escritura, fundamentando el discurso de la autoridad. El texto de la ley 64-00, fue objeto de revisión y discusión, incluyendo el nombre de la institución por aquello de la redundancia discutida entre “medio” y “ambiente”, pero sobre todo para no permitir la omisión de los aspectos sociales incluidos en el concepto de “recurso”.
Sin ser lingüista, ni mucho menos especialista en análisis del discurso, me llama la atención la expresión que escamotea varias palabras del nombre de la institución y produce incómodos tropezones de lengua a los locutores en los actos públicos. (Ministerio Ambiente). Por lo tanto, no es un simple apodo o una comodidad para ahorrarse palabras en medio de esta crisis de los discursos en el ámbito de los debates políticos de lo hoy llamado ambiental.
Tampoco pienso que pueda ser un lapsus lingues que me asegura un camino difuso hacia la inconsistencia de lenguaje en el que se fugan los sentidos del rastreador o arqueólogo de las instancias profundas de la psiques, que en buen camino denotaría la presencia del faltante o lo que en nombre del psicoanálisis se ha llamado el Lenguaje del ausente, aquel que muestra las grandes razones de un fracaso.
La especulación es madre de los disgustos, pero si me permiten la palabra, reunamos los trozos cortados en los textos del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, y hagamos inferencias que delaten “algo”. Quizás podría apresurar sin enredar la integridad del psicoanálisis, la lingüística o la hermenéutica, el argumento que nos dice que suprimir la letra, es un acto en el que se fugan otros sentidos. O con más claridad, expresan las singularidades de los sujetos, aquellos significantes que no están a la vista, pero que se escapan, “sin quererlo” para darte la oportunidad de conocer lo que se oculta, la trama del otro.
La supresión de la letra y la oralidad, te lleva de inmediato a preguntarte qué querrá decir la institución expresando “Ministerio Ambiente”.
Hay un mensaje que viene de la profundidad de la psique, un mensaje de un sujeto que habla y define unos efectos, por medio del mensaje cuyo destinatario es el Otro, aquel Otro del significante. No es una simple borradura; pronostica la prevalencia de sus síntomas, que se envuelven en un ritual de obediencia a la falta, a la nada, al dolor de saber que lo que está pasando revela algo, aquello que han llamado, la voz del otro, el que dice y censura, el que te muestra la relación con lo que ata, determina y predetermina a los sujetos y la inmanente afirmación de que hay Ley y un orden que no es mío.
Todo robo circunscribe a un acto policial, un relato, un enigma, como lo hace Alan Poe en su Carta robada, o como dice Lacan, si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, ¿qué acto, pasión o dolor se refugia en el agujero de esta trama? Con simple intelección puedo sobornar los sucesos e intentar desvelar el enigma que se resuelve conociendo lo que está debajo de la alfombra. Reconociendo la huella se puede ver, conocer y comprender que suprimiendo, olvidando y queriendo poseer la letra, el acto te arroja a la situación simbólica del despojo.
Quién suprime se mete en la alegoría del narrador que “despojado de poder” tanto en sus actos como en su psique, no encuentra otra cosa que tachar para disipar lo que no posee.
Por igual, ocultar la letra (recursos naturales, medio, etc.) te plantea de inmediato, lo que no se soporta, aquello que te causa roncha, escozor y dolor, el saber que “la naturaleza” es un significante social, que denota los contratos con el otro, el que usa, maneja, destruye o conserva. Ese otro, te anula y te confronta con la imposición de un modelo autoritario, te impone la presencia y el fracaso de los atropellos, la ruina del modelo proteccionista, te arroja al síntoma, ya que está dirigido al orden de lo simbólico.
La colocación de hitos para delimitar territorio, la supresión de la letra, la nueva arquitectura ambiental-militar, sitúa muy bien lo dicho, que no hay posibilidad de elección, no se puede poseer la letra, ni la carta, porque está dentro del orden simbólico y muestra al faltante o lo que es igual a la máscara del goce que llevó al fracaso de la gestión, al falso goce del poder.
Lamentablemente, ni la palabra, ni su tachadura nos alivian cuando se anida en el síntoma y la repetición o como dice Zizeck “mancha a su poseedor momentáneo” cuando el pronóstico se cumple en la medida que ya no puedo verla más. La tachadura de la letra revela lo que no tengo, ni puedo poseer, el poder.