Hace poco la Cámara de Diputados de la República Dominicana aprobó una resolución que impone la lectura de la Biblia en los centros educativos del país. Alegan los honorables diputados que su lectura en las escuelas y colegios del país ayudará a que en el futuro tengamos mejores ciudadanos y menos delincuentes.
No quiero discutir si la resolución es anticonstitucional o no. Para eso están los entendidos en el tema. Yo quiero enfocarme en la visión teológica que se agazapa en esta propuesta aparentemente piadosa que pretende convertir a los dominicanos en buenos ciudadanos. Pero sabemos que quien lee la Biblia (y especialmente el Antiguo Testamento) sin formación y sin el mínimo respeto por el prójimo, más bien se convierte en fanático religioso que se cree iluminado por las aberraciones y los disparates bíblicos que se desprenden de una lectura fundamentalista.
No es verdad que el estudio de la Biblia dará mejores ciudadanos y menos delincuentes al país. ¿A caso los países mayoritariamente cristianos como República Dominicana tienen mejores ciudadanos? Todo lo contrario, si visitamos los centros penitenciarios y realizamos alguna encuesta encontraremos que todos, o al menos la mayoría, de los que están cumpliendo alguna condena han sido bautizados o han recibido alguna formación religiosa, ya sea evangélica o católica.
¿Qué podemos decir de los partidos políticos supuestamente cristianos? ¿No han sido igual de corruptos, tiranos y traidores que los otros? ¿No han pensado los dominicanos y dominicanas en la dignidad moral de los diputados que propusieron y aprobaron esta resolución? ¿Realmente son honorables? Y estoy seguro que en su mayoría se consideran cristianos y al parecer conocedores de la Sagrada Escritura. Hombres y mujeres bautizados y redimidos y sin embargo, ¿son realmente honorables y cristianos, insobornables y honestos?
La lectura de la Biblia no cambia a nadie por arte de magia y menos cuando se pretende imponer a garrotazos. La fe es una invitación y nunca deberá ser una imposición, como en el tiempo de la mal llamada “evangelización” de América. Jesús dijo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Pero sabemos que quien lee la Biblia (y especialmente el Antiguo Testamento) sin formación y sin el mínimo respeto por el prójimo, más bien se convierte en fanático religioso que se cree iluminado por las aberraciones y los disparates bíblicos que se desprenden de una lectura fundamentalista
Por otro lado, pretender enseñar la Biblia como si todo lo escrito en ese antiguo libro fuese “palabra de Dios” denota un gran desconocimiento de exégesis bíblica, de historia, de literatura. No todo lo que allí está escrito es inspiración divina, sino obra de hombres hijos de una historia, de una tradición, de un contexto que no es el nuestro.
El problema de leer sin comprender es que todo puede ser interpretado erróneamente y esa mala interpretación conduce al tan indeseado fanatismo religioso. De ahí que la mayoría de iglesias evangélicas y muchos católicos poco instruidos piensen que la Biblia es un libro histórico, que Adán y Eva existieron realmente, que el hombre es la cabeza de todo y la mujer es un animal de segunda o tercera categoría creada de una costilla; que Moisés dividió el Mar Rojo, que hubo un diluvio que acabó con la primera humanidad, que Dios destruyó a dos ciudades, Sodoma y Gomorra, porque eran homosexuales, que el mismísimo Dios escribió la tabla con los diez mandamientos y se la entregó a Moisés y otros tantos relatos bíblicos que pueden prestarse para justificar el rechazo a la ciencia, el machismo, el odio por el “infiel”, la homofobia y el irrespeto al que piensa diferente.
La Biblia es la colección de libros más vendida en la historia de la humanidad, es Sagrada Escritura para dos de las religiones más grandes del mundo, el judaísmo (Especialmente los cinco primeros libros del Antiguo Testamento llamado “Torá” ) y para el cristianismo, que aunque se acoge más al Nuevo Testamento, acepta el Antiguo como anuncio de las promesas del Nuevo.
Ciertamente la Biblia es un libro que ha influido mucho en la cultura occidental, para bien o para mal. Merece la pena conocerlo como cultura general en las clase de literatura universal; pero no como un libro histórico o científico y mucho menos como si todo lo allí escrito fuese palabra de Dios o inspiración divina. La Biblia, como cualquier otra buena novela escrita por algún gran escritor, contiene grandes verdades pero nunca se debe absolutizar ni conferirle un poder divino por encima de toda lógica humana.
Es conocido que los evangélicos, aunque son cristianos, se inspiran más en el Antiguo Testamento. Basta escucharlos en algunas de sus prédicas. Algunos son intolerantes con todo el que no pertenece a su grupo, condenan al infierno con tal ligereza que es imposible salvarse. Los encuentras citando la Biblia para condenar a las personas LGBTI, para condenar el vino, la música que llaman mundana, la poesía erótica o subversiva y todo lo que tenga que ver con la cultura, pues para ellos el único libro que se debe leer es la Biblia.
Y es precisamente en el Antiguo Testamento donde se encuentran los mayores problemas morales de la Sagrada Escritura. Por eso ya en el siglo II, Marción, un griego convertido al cristianismo, rechazaba la lectura del Antiguo Testamento por todas las narraciones escandalosas que en este aparece como “palabra de Dios” o hechos inspirados y aprobados por Dios.
La Biblia es un libro complejo lleno de símbolos y de metáforas escrito en diferentes momentos de la historia. Debe ser estudiado con las herramientas que nos proporcionan las ciencias teológicas: exégesis, hermenéutica, historia, etc. No debe ser enseñada por docentes que carecen de estos conocimientos, no debe ser usada para incitar al odio y tampoco debe ser impuesta en un estado laico que respeta la libertad de culto.
Si los honorables diputados quieren que se enseñe la Biblia a sus hijos, deberían enviarlos a la catequesis de sus parroquias o a la escuela bíblica de sus iglesias evangélicas.
Por último, la Biblia se convierte en palabra de Dios sólo cuando acogemos en nuestras teorías y praxis el mensaje de amor y subversivo de Jesús que pasó por la vida haciendo el bien.