Afincada en el escenario de la crisis de los grandes modelos históricos de sociedad en el Caribe hispano: el Estado Libre Asociado en Puerto Rico (1952), la Revolución cubana (1959) y la democracia de la posguerra civil en República Dominicana (1965), la poesía de las últimas dos décadas del siglo XX y el nuevo milenio tematiza este desequilibrio al tiempo que ensaya modos de la escucha y la mirada ligados a imaginarios geográficos extra insulares.
La isla a la que alude la poesía caribeña de este período es un tropo que sirve de pretexto para diálogos de diversa índole, en particular sesgos estéticos y teóricos muy lejanos a los de la poesía que despuntó cercana a esos cambios históricos como para atisbar las grietas en la pretendidamente infalible modernidad anunciada por esas mudanzas.
La obra de los escritores cuya obra despunta a partir de los años ochenta evidencia ese tránsito hacia formas más complejas de dimensionar el horizonte histórico que sirve de marco a su producción. Se trata de un gesto que se puede rastrear sobre todo a partir de la aparición de los libros de la cubana Reina María Rodríguez, la puertorriqueña Áurea María Sotomayor y el dominicano Alexis Gómez Rosa.
Nacidos en los albores de la década del cincuenta, la obra de esta tríada puede servir para señalar el cambio de rumbo hacia una dicción iconoclasta que en sus múltiples tendencias y derivas atraviesa el fin de siglo y refulge en la poesía de los autores venidos al mundo cuando aquellos empezaban a definir una poética.
El archivo poético caribeño al que haré referencia es amplio y diverso; con todo, es posible identificar coordenadas que caracterizan la dicción de escritores que no pocas veces aparentan ser coetáneos. Por ejemplo, la ciudad persiste como espacio privilegiado del decir. Es una ciudad que ya no sirve de pretexto para el canto de una épica, sino como escenario maleable de un sujeto igualmente cambiante que asume la seña de la Historia con ironía y en ocasiones con total indiferencia.
Otro de esos planos en los que se intersecan poéticas es la tendencia a un intimismo que se podría denominar “analítico” por su hondura y sobriedad. Con personalísimos matices, esta inclinación resalta en la poesía de Irina Pino, Jamila Medina y Marcelo Morales en Cuba; Irizelma Robles, Jocelyn Pimentel, Margarita Pintado y Zaira Pacheco en Puerto Rico, y Carlos Rodríguez, Plinio Chahín y Ariadna Vásquez Germán en República Dominicana.
Otro núcleo relacional significativo es la apuesta por una poesía que a partir del énfasis en las cartografías de lo íntimo explora también los límites de su propia hechura, como se aprecia sobre todo en la obra de los puertorriqueños Juan Carlos Rodríguez, John Torres y en la del dominicano Alejandro González Luna.
La ironía demoledora es otra variable que permite establecer vínculos. Es el rasgo que predomina en los poemas de los cubanos Emilio García Montiel, Damaris Calderón, José Ramón Sánchez y Legna Rodríguez Iglesias, así como en la del puertorriqueño Rafael Acevedo.
Tampoco falta en el archivo de la poesía caribeña actual el desenfado propio del giro antipoético en la producción de los cubanos Ramón Hondal y Javier Marimón; las ondulaciones de la mirada en los textos de los puertorriqueños Servando Echeandía, Noel Luna, Mara Pastor y Yara Liceaga, la pulsión barroca en los del también puertorriqueño Juan Carlos Quintero Herencia y en los del dominicano León Félix Batista.
Asimismo, el sello reflexivo que caracteriza la producción del puertorriqueño Joserramón Melendes a partir de La casa de la forma (1986) halla conexión con la poesía de los dominicanos José Mármol y Médar Serrata, así como con la de los cubanos Pedro Marqués de Armas y Sergio García Zamora. Otro tanto podría decirse del singular coloquialismo en el hacer poético del cubano Oscar Cruz y los dominicanos Homero Pumarol y Frank Báez.
El sujeto de la poesía caribeña inscribe su tránsito por un territorio invariablemente ajeno a la voz que lo nombra. La contingencia de ese desplazamiento lega un archivo de indiscutible vitalidad para identificar los hilos de la tramoya en el horizonte de la discordante modernidad de las islas.