Rafael de la Cruz vive en una casa alquilada en un barrio pobre con su mujer y cuatro hijos menores de edad. Es chofer de carro público. El dinero que gana mensualmente apenas le alcanza para lo básico. Belkys Sánchez es madre soltera de tres hijos también menores. Vive en un apartamentico en una popular barriada de la ciudad capital. Consigue dinero en lo que aparece. Los padres de sus hijos no la ayudan. Uno de sus vástagos, una niña de dos años, tiene necesidades especiales para cuyos tratamientos no consigue recursos.

Rafael y Belkys opinan que todos los políticos del país son corruptos y embusteros. Sin embargo, en las pasadas elecciones ambos han votado por el partido que lleva años en el poder. Belkys, incluso, que se la busca como puede, hace poco fue a una caravana partidista y allí, vistiendo unos pantalones cortísimos que exhibían sus grandes caderas, se subió a la capota de una guagua forrada con la imagen del gran candidato desde donde pasó media tarde bailando para deleite de cuanto macho la pudo ver. Rafael y Belkys representan un pueblo adormecido que apenas sobrevive en un marco de necesidades, exclusión estructural, inexistencia de oportunidades y muy baja educación formal.

¿Cómo hablar a Rafael y a Belkys de que es posible otro país?, ¿cómo lograr que se detengan por un momento, en medio de sus rutinas infernales en una sociedad agresiva y deshumanizada, a pensar en el poder que ellos siendo el pueblo, si se organizan y ejercitan sus derechos, tienen para forzar cambios en su sociedad?, ¿cómo explicarles qué es eso de la sociedad? en fin, ¿cómo politizar a dos personas así que cada día, por encima de todo, tienen que salir a la calle a llevarse el mundo por delante para conseguir lo de comer?

En las sociedades desiguales parece imposible articular un mensaje transformador que, a partir de entendidos basados en la solidaridad, la humanización y la politización, logre introducirse en los sectores mayoritarios sin que medien las dádivas, las falsas promesas y la compra de conciencias. Empero, ello no es para nada imposible. La injusticia, el empobrecimiento de las mayorías, la exclusión y la desigualdad, en tanto realidades creadas, se pueden, asimismo, cambiar. Esto es, así como se montaron, con otros métodos, se desmontan. Y a partir de ahí crear lo diferente. Ahora bien, en el contexto material (socioeconómico) y simbólico (cultural) de este pueblo, hay que, antes que todo, establecer un nuevo marco de conversación con ese hermano-compatriota empobrecido y sistemáticamente excluido por un sistema que se alimenta de su desmovilización y cosificación.

Una conversación que, me parece, debe comenzar trabajando la sanación. Las sociedades desiguales aplastan al pobre hasta reducirlo a una cosa. Para que, en ese contexto, naturalice su condición de condenado al margen de la “buena vida”. El pobre no es por cuanto carece de lo que tiene el otro que sí es: educación, dinero, “belleza” física, el color de piel “correcto”. Así las cosas, constantemente se construye en el marco de un paradigma de las ausencias: partiendo de lo que no tiene. Ahora bien, en la medida que se acerque o parezca al otro que sí es, entiende, “tendrá” y “será”. Por tanto, ese pobre desprecia al otro pobre igual que él porque en éste ve reflejadas sus ausencias: todo lo que no tiene. En un mundo que lo reduce a cosa y viviendo en medio de quienes desprecia (y contra quienes tiene que competir por los pocos recursos disponibles), ante todo, el pobre de esta sociedad precisa sanarse: para eliminar el desprecio que se tiene a sí mismo y al otro pobre igual que él. Y entonces que descubra que tiene: ¡que ya es! Es decir, una sanación que parta en primer lugar de reconocerse a sí mismo y al otro igual que él.

De otro lado, debe ser una conversación que propicie el sentido de la con-vivencia. Los barrios empobrecidos, marginales como los designa el discurso clasista y racista de la élite, son auténticos escenarios infernales en los que cada quien busca su sobrevivencia como pueda sin importarle dónde queda que el otro. No se convive donde lo primordial es el Yo sobrevivo. Con-vivir implica construirse a partir del otro, esto es, una ética basada en la relación con-el-otro. Entonces, si el fin de la vida es estar bien, por consiguiente, en el marco de esta ética, el otro debe estar bien para uno estar bien. En la con-vivencia la vida es una relación-con-el-otro. No se trata, pues, de uno sobrevivir ni de ganar o perder, sino de con-vivir entre todos para todos estar bien. El bienestar del individuo depende, por tanto, del bienestar del otro. Una relación que no se monta en el control-dominio del otro sino que en su reconocimiento como persona humana (que al igual que uno siente y sufre) con quien con-vivimos.

Si hay sanación y aprendemos a con-vivir están dadas las condiciones de posibilidad para crear sociedad. Sociedad es vivir en grupo compartiendo unas aspiraciones, espacios y símbolos que nos son comunes. Mediante la simbolización de la vida creamos una cultura en el marco de la sociedad. A partir de la materialidad del cuerpo, como por ejemplo la necesidad de comer, creamos estructuras con las cuales satisfacemos las necesidades materiales del grupo social. Esto es, la sociedad se construye y opera en base al interés común. Por tanto, puestos a vivir en sociedad, en la medida que administremos mejor ese interés común, de forma tal que las necesidades y aspiraciones, tanto simbólicas (religiosas, culturales, etc.) como materiales (vivienda, alimentación, educación, salud), de la mayoría de los que vivimos en una misma sociedad sean satisfechas, mejor nos irá a todos. Crear sociedad, por consiguiente, implica hacer lo posible, cada día, por construir lo mejor para todos partiendo del interés común por encima del individual. Es un dar al grupo para que el grupo, a su vez, le de a uno.

Sanar, aprender a con-vivir y crear sociedad. Puede sonar a ideal inalcanzable, tanto para el de arriba cuyos privilegios dependen de la exclusión del de abajo, como para el de abajo que naturalizó su condición de vida en la sobrevivencia. Pero no lo es. Es posible. Lo que hay que hacer es hacernos preguntas como las antes formuladas. Establecer un marco de conversación con el que es mayoría y a quien la estructura de la exclusión prevaleciente aplasta, esto es, el pobre. Una conversación-relación que lo humanice ante nuestros ojos en tanto humanizar al otro es, a su vez, un proceso para uno mismo humanizarse. Y desde esa plataforma hablarle de igual a igual. Creo firmemente que así podremos comenzar a construir otro país. Si no lo logramos, al menos en el camino mejoramos lo que hay. Repito: sanar, aprender a con-vivir y crear sociedad. Hagámoslo, los Rafael y Belkys, que son nuestros hermanos/compatriotas, lo necesitan. Será mejor para todos.