País del no, del afuera, de la aglomeración, de palabras que se sueltan por el eco que producen pero no por la gravedad que establecen con tus estamentos internos más secretos.

Cada viaje a Santo Domingo es pasar una inmensa página a la izquierda. Página de hierro, de mármol, de losa. Cada vez que viajo a Santo Domingo y Carlos Castro me va a buscar hay posibilidades de que el Carlos se pierda, “cuidado, mucho cuidado, que estás cogiendo por el rumbo equivocado”, darling. Si es el Súper que me llevará al Aeropuerto la cosa será peor: se olvidará, pasará algo en la carretera, los diagramas de flujo fluirán de alguna manera pero tal vez en dirección contraria.

Quien viene brinca. Ver la Isla cada año o cada seis meses es verla entre cerrar y abrir de ojos, con el temor de que algo se te quede a mitad de camino.

Ahora pienso en la bondad de la naturaleza, en el frescor de una brisa única, de un agua cristal que tomo cada día como un pedazo de paraíso, porque en todas mis cataduras de agua por el globo terráqueo nunca he sentido tanta felicidad como con esta agua.

Pienso en la naturaleza, luego insisto: es demasiada. Es tan vital nuestra naturaleza que la misma ha creado un principio de desperdicio, de desborde. Nuestro verde se da tan pronto que hasta de la basura pueden salir hojas.

Luego vienen los principios creativos. Tanto-tanto nos impide ver el encanto de lo mínimo, lo simple, lo que realmente debería tocar y tocarte.

Hablo del poeta que explica demasiado sus metáforas, del ensayista que no atina a expresar con claridad una idea, de quien se lanza por lo más difícil -el haiku, el cuento corto-, sin haber experimentado por la simple idea que abre puertas o ventanas. Está el pintor que domina la técnica o el trazo, pero que es incapaz de brindarnos magia.

Y este es el punto de la creación: sacar hilos de sorpresa de las inmensas alfombras que esconden las historias. ¿Pintar después del Bosco? ¿Componer después de Bach? ¿Interpretar después de Coltrane? La cuesta siempre estará empinada. El resultado no tendrá que ser algún sol desconocido. No. Tampoco puede uno eclipsar las respiraciones internas por temer a la no hiper-originalidad. Si lo tuyo es crear, entonces hazlo. El punto es expresar con sinceridad, de hablarte como lo haces con tu almohada, porque al final sólo queda la almohada, como lo expresó el filósofo mexicano José José.

Lo mejor del arte se produce cuando no tienes mayor aspiración de descubrir que te puedes alegrar con tus propias cosas, que puedes gestar metáforas como otros-yoes que luego se convertirán en algo ajeno, compartido, cada vez menos tuyo y más de gente que ni conozcas, con los que irás produciendo felicidades o ahogos, pero cositas humanas, finalmente.

Entonces uno puede saltar. Ya no habrá país del no sino de hileras con síes. El afuera se quedará ahí, pero tendrás un adentro con serpentinas y motivos para respirar a todo dar. ¿Aglomeraciones? Sí, que se queden ahí.

Lo más simple, solo o sola, sin tener que hablarlo, puede ser un buenísimo refresco para el alma.

En eso andamos.

​*Esto se escribe por una sencilla razón: mientras oía a la Dave Matthews Band feat Warren Haynes y su versión de "Cortez The Killer":
http://www.youtube.com/watch?v=6QjIHnb5Ivs