La paternidad en nuestra cultura tiene débil promoción y visibilidad. La cultura patriarcal fortalece una masculinidad sostenida en las múltiples parejas paralelas y la conquista permanente, prácticas poligámicas que afectan notablemente el ejercicio de la paternidad en forma responsable o la reduce a ser proveedor.

Han existido y existen muchas familias de “madres solteras” en las que las mujeres son estigmatizadas. En vez de llamarse “familias de madres solteras”, deben ser denominadas “familias de padres ausentes”.

La responsabilidad paterna a su vez está socialmente limitada a “proveer” sustento a hijos e hijas, no así ejercer paternidad en todos sus ámbitos. Refiriéndonos como paternidad al ejercicio de una relación de comunicación, afecto, seguridad y acompañamiento a hijos e hijas que incluye su educación, salud, seguridad, necesidades vitales en su desarrollo integral.

Esta irresponsabilidad paterna tiene sus raíces en la ausencia de formación de padres. Las mujeres somos educadas en una estrecha vinculación entre mujer-madre con una alta exaltación de la maternidad como símbolo social en conflicto con la paternidad. Las mujeres son las que mayormente asumen la educación, salud, seguridad, afecto y desarrollo emocional de niños y niñas.

La paternidad no se visibiliza en la vida social. El hombre está excluido de las campañas de prevención de embarazos en adolescencia y de su incidencia en el nacimiento de niños y niñas en condiciones vulnerables.

Hay que reconocer que junto a esta situación se produce una tendencia entre un grupo importante de hombres adultos y jóvenes que está cambiando esta práctica. Hombres adultos y jóvenes que asumen su rol de padres en toda su magnitud (educación, crianza, afecto, seguimiento, salud).

Lamentablemente no contamos con mediciones estadísticas sobre los padres y su perfil en nuestra sociedad. Carecemos de datos sobre porcentaje de hombres que son padres, cantidad de hijos según número de uniones (porcentaje de prácticas poligámicas), y proporción de padres adolescentes. Tampoco tenemos información sobre la edad en que los hombres inician la paternidad en nuestra sociedad ni el porcentaje de padres responsables y ausentes.

La paternidad debe integrarse desde una perspectiva de equidad de género en el sistema educativo y en las políticas sociales. Los programas sociales deben tener como punto de partida información estadística y cualitativa sobre la paternidad y la maternidad adulta y adolescente.

La promoción de la paternidad integral y responsable desde un enfoque de género debe ser parte de los programas de educación sexual y reproductiva, así como de erradicación de la violencia de género, igualmente reforzar y visibilizar las buenas prácticas de paternidad responsable que existen en nuestra sociedad y su potencial de cambio hacia una nueva masculinidad.

Hombres padres que están cambiando la masculinidad asumiendo su responsabilidad asi como los roles reproductivos y domésticos pueden aportar al cambio organizándose en redes, orientando y educando a otros hombres y jóvenes para que se logren transformaciones hacia la equidad.