En medio de las crisis que azotan a todas las instituciones de la República Dominicana hay una de ellas que me ha dejado reflexionando, esta es la cancelación o extirpación del padre Rogelio como sacerdote Salesiano.
Justamente el mismo día que se supo la noticia de su sanción sacerdotal, el miércoles 20 de Junio del 2018, estaba con el padre Rogelio y otros sacerdotes reunidos en La Vega hablando de cómo podemos motivar al pueblo dominicano a ser más fiel a Jesús con su conducta ciudadana. El padre Rogelio estaba atento a los comentarios que hacíamos, su físico natural y humano llenaba el espacio de esperanza y confianza, estaba muy contento y me mostró una rancheta con troncos que funcionaban como sillas, el púlpito era un tronco de una mata de mango y el techo era de cana, en el fondo estaba el Cristo, el mismo Cristo que Rogelio ha vivido por más de veinte años. Me dijo: Samuel esta es la iglesia de los olvidados.
La reflexión que hago aquí es porque no entiendo como una institución como la iglesia del Estado, la Católica Romana, llena de imperfecciones, como todas las demás instituciones, y digo esto porque como protestante también debo admitir que en nuestros grupos evangélicos existen los mismos errores y pecados. Pero, es ahí donde quiero llegar, Rogelio es un CONTRAPESO, es la voz de los pobres, representaba la fortaleza de una iglesia viciada y que siempre ha gozado de las elites y de las estructuras del poder. Sin embargo, el padre Rogelio es un Juan el bautista, una voz que clama justicia, amor y equidad. Simplemente Rogelio respira la verdad, la dice y la vive. Imperfecto, claro, como todos nosotros, pero con una clara e insoslayable vocación de servicio al pueblo, y que se ha convertido en un oído caminante para aquellos olvidados y rechazados por el sistema y por los llamados ministros de Dios.
Seguimos cometiendo errores como religiosos, me incluyo, porque soy parte de una estructura religiosa. Seguimos desobedeciendo a Jesús, al cortarle sus manos y sus pies que somos nosotros aquí en la tierra. Rogelio entró al sacerdocio para ser luz y sal, pero la misma institución no resistió la luz y la sal. Espero que todos nosotros, todos aquellos que somos parte de instituciones religiosas o no religiosas, entendamos que existimos para emprender, transformar y gobernar correctamente en este mundo.
Termino diciendo que la Iglesia ha perdido un contrapeso y un sacerdote que producía equilibrio en un sistema muy homogéneo y tradicional. Pero la sociedad dominicana siempre tendrá un padre Rogelio, espontáneo, con barba larga y un corazón sacerdotal.