La Iglesia católica, en su acostumbrado sermón de las siete palabras con motivo de la Semana Mayor, volvió a la carga contra el aborto.

Recordemos su posición: “Todo ser humano” debe ser reconocido como una “persona” desde el momento de la fecundación, por tanto, el aborto es un crimen.

Olvidan nuestros prelados que para que un embrión sea un ser humano primero tiene que ser un individuo en toda regla.

Francis Kaplan (1927-2018), filósofo francés de origen judío, quien difícilmente obtendría el perdón de nuestras autoridades eclesiásticas, en su obra “L’embryon est-il un être vivant?” (¿Es el embrión un ser vivo?), ed. Félin, 2008, nos explica que el hecho de que un embrión sea vida no hace de él desde el inicio un ser vivo y mucho menos un ser humano.

Su tesis consiste en afirmar que un embrión no puede ser un ser humano, ya que ni siquiera es un ser vivo, esto lo conduce a focalizar parte de su argumentación en la distinción entre vida y ser vivo.

El embrión, nos dice, es ciertamente vida, un conjunto de tejidos y células, igual que un pie o una oreja, pero no es todavía un ser vivo, un individuo dotado de unidad, identidad e independencia. La idea de ser vivo presupone una suficiente independencia, un funcionamiento y un desarrollo autónomo. Todavía más, un ser vivo no se define solo por sus funciones, también es necesario que estas funciones le permitan vivir, sin que necesariamente sea totalmente autárquico, esto es contrario al concepto de la vida, pero de ninguna manera debe depender de una o varias funciones ni de otro ser vivo para asegurar su existencia.

Las principales funciones del embrión, nos explica Kaplan, son aseguradas por el cuerpo de la madre. Por ejemplo, son las secreciones de ciertas células de la madre que suministran al embrión los metabolismos necesarios al funcionamiento de los suyos, el aire le llega por la función respiratoria de esta, la función renal evacua sus excrementos, etc. Ciertamente el embrión realiza algunas funciones, pero depende en mucho de la actividad biológica de la madre para mantenerse vivo.

Kaplan, consciente de las objeciones que podían hacerle a su tesis, no se queda en esta dimensión biológica, sino que toma también en cuenta el argumento del ser humano en potencia y establece la diferencia entre dos acepciones del concepto de potencial: el potencial como simple posibilidad (un pedazo de mármol en estatua) y el potencial como necesidad (la semilla en la planta), si se entiende que el embrión es un ser vivo en el sentido de una posibilidad, él no sería más un ser vivo que un pedazo de mármol es una estatua, su determinación se mantiene del exterior, depende del agente que la realizará, él no es por sí solo un ser vivo. Si, por el contrario, se entiende el potencial en el sentido de una necesidad de transformarse, habría que mostrar que el embrión podría convertirse en un ser vivo por si mismo, por su desarrollo interno, pero su dependencia funcional de la madre impide concebirlo como un ser vivo en potencia.

Vemos pues que, la luz de la tesis de Kaplan, a Iglesia católica se mete de cabeza en un gran problema filosófico: validar una teoría materialista del alma.

Además, afirmar que todo “ser humano” debe ser reconocido como “persona” desde el momento de la fecundación, plantea muchos otros problemas que trascienden la filosofía y pasan a otros campos, la ciencia, el derecho, la ética, etc.

La lista de problemas que plantea esta afirmación es larga, pero brevemente me referiré a tres: las investigaciones sobre las células madres con lo que ya la ciencia comienza resolver algunos problemas y muchos otros podrían resolverse en el futuro, serían ilegales; una mujer que, sabiendo o no que está embarazada, se fuma un cigarrillo o se toma una cerveza podría ser acusada de maltratar al “ser humano” que tiene en el vientre y, finalmente, habría que satanizar, condenar, a las Naciones Unidas y a todas las organizaciones de defensa de los derechos humanos que operen en el mundo por su total inferencia frente a un descomunal genocidio: Las decenas de millones de abortos que anualmente se producen en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud, solo en 2014 se realizaron 56 millones de interrupciones voluntarias de embarazos, cifra que podría ser muy superior, dado el carácter clandestino de muchas interrupciones. Recordemos que en la mayoría de los Estados el aborto es autorizado únicamente bajo condiciones excepcionales, generalmente las tres casuales que aquí siguen siendo una aspiración de la mayoría de la población, a la que se opone una clase política anclada en el siglo XIX