La " coalición por una educación digna" logró lo que parecía imposible: un compromiso de la clase política con la educación en la búsqueda de condiciones que nos permitan mejorar en un mundo globalizado, en la que los mercados cada día más exigentes y sofisticados imponen las reglas de la competencia en todos los ámbitos de la actividad humana.
Alcanzar esa meta requiere de muchos recursos y de firme voluntad política. Y esto es lo que ayer, en el recinto de la Universidad Católica, los candidatos a la presidencia de la República se comprometieron a garantizar en el caso de ganar las elecciones del año próximo.
En 1997, el país se fijó una meta similar, al establecer por ley un mínimo del 4% del PIB, al sector educación. Sin embargo, nada de eso se ha cumplido, con lo cual la ausencia de tan necesaria voluntad cedió al inmediatismo que caracteriza el quehacer político nacional, echando a un lado la mayor de nuestras prioridades.
En todo el lapso transcurrido, el sector educación ha sufrido los embates de la desatención oficial y las estadísticas y el panorama de la educación son deplorables y desalentadores.
La cobertura escolar deja fuera a más del 60% de los niños en edad escolar y el estado físico de cientos de escuelas es deplorable representando para los que en ellos reciben docencia un grave peligro.
Los salarios de los maestros son una vergüenza y sus beneficios marginales, propios en toda actividad profesional, se los traga cada día la horripilante corrupción que nos arropa.
El desayuno escolar apenas suple, cuando y donde se imparte, un mínimo de calorías y vitaminas a decenas de miles de niños que van a la escuela con los estómagos vacíos. La educación es el futuro mismo.
Por esa razón, recibamos con beneplácito tan feliz iniciativa y armémonos de valor para ejercer cuantas presiones sean necesarias para lograr que la meta del 4% se cumpla.