La Universidad Autónoma de Santo Domingo no se puede dar el lujo de vivir continuamente afectada por la voluntad e intereses de grupos y personas que muchas veces no tienen relación con la institución y sin embargo utilizan su espacio para delinquir o como simple modo de vida, en el que se creen con autoridad y poder para decidir por encima del interés colectivo de estudiantes, empleados y profesores.

Llama la atención los últimos brotes de “protestas” escenificados en las inmediaciones del campus universitario, recogidos por un periódico digital con las siguientes palabras: “Ayer, jóvenes encapuchados, y sin motivo aparente, lanzaron piedras, quemaron neumáticos, esparcieron basura en las calles, rompieron cristales de vehículos y provocaron daños a la propiedad privada. Estos hechos y la presencia policial obligaron a la suspensión de la docencia”. La situación descrita no es nueva y se viene repitiendo desde los años noventa, cuando la Universidad tenía menos control de su espacio que en la actualidad.

Todavía no se borran de la memoria aquellos años cuando un grupo de “encapuchados” secuestró unos quince autobuses del transporte colectivo privado y para exigir rebajas en los precios del pesaje impusieron su actitud delincuencial, incendiando la mayoría de los vehículos que tenían en condición de incautados en la Plaza de Abril.

Tampoco puede ser olvidado como en allanamiento realizado por autoridades, a finales de los años noventa, fueron encontrados computadoras y otros electrodomésticos, al parecer sustraídos en la zona universitaria por delincuentes que utilizaban la Universidad como refugio, ni como, con cualquier excusa ajena a la institución, sectores que resultaban sospechosos no permitían el desarrollo de la docencia, bajo la consigna de protestar por protestar; haciendo que por esos desordenes, la más antigua universidad de la República perdiera millones de pesos anualmente. Se recuerda que en más de una ocasión, cuando algunos de los vándalos que así actuaban eran detenidos por la seguridad universitaria, entonces se descubría que tenían carnets de otras universidades o simplemente eran miembros de la policía.

Y se daba el caso de que en aquellos tiempos se organizaban grupos que se autodefinían sin sonrojo como delincuenciales, integrados por algunos chiriperos, cobradores de guaguas, vagos y personas que medraban en la periferia, que abusaban de la Universidad organizando en su campus sospechosas protestas que nadie sabía con claridad a qué obedecían. Entonces se veían transitando de manera amenazantes por las calles de la universidad, y tanto profesores, empleados como estudiantes nos sentíamos arropados por el miedo y la impotencia, pues los “encapuchados” por no ser en su mayoría miembros de la familia universitaria, parecía que nos tenían como  si fuéramos sus enemigos.

Por suerte, la Universidad ha ido cambiando. Se nota la limpieza, se ha controlado el ruido, se siente organizada y se percibe un inmenso  deseo de que por fin se convierta en una institución académica de calidad, generadora de conocimiento y conciencia, en condiciones de poder impactar positivamente en el progreso de la República dominicana.

No existe razón alguna para que así no sea. Se entiende que no todo es color de rosa en la Academia, y que todavía hay problemas que no están resueltos y que se arrastran por décadas; que se hace necesario elevar el nivel académico y mejorar los servicios a los estudiantes y las condiciones de trabajo de los empleados y profesores. Pero no se entiende el por qué los diferentes sectores no se sientan a conversar y dan los pasos necesarios para alcanzar un acuerdo que haga posible que por fin desaparezcan estos brotes de intranquilidad, que cada cierto tiempo afectan a la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Un pacto a favor de la calidad académica y del bienestar de todos los universitarios.

La familia universitaria tiene que compactarse alrededor de sus autoridades, armada del estatuto orgánico, de las leyes y de la constitución dominicana, y tomar el control de manera definitiva del presente y el futuro de la universidad del pueblo, la única que tiene sus puertas abiertas a los sectores más pobres de la juventud dominicana.

Por esa razón, entendemos que debemos apoyar al señor rector Iván Grullón en su posición de descalificar a los que llevan la intranquilidad a la Universidad, para que definitivamente dejen reinar la ciencia, el orden, la docencia y  “a desistir de la comisión de tropelías y a no usar el campus de la UASD para fines aparentemente personales que nada tienen que ver con los problemas que afectan esa alta casa de estudios”. Pero esto solo es posible, si todos los sectores llegan a un acuerdo y hacen prevalecer los intereses de la comunidad universitaria por encima de los que no permiten el avance institucional. Esa sería una forma inteligente de salvar la UASD. Ojalá y así sea.