El lunes 10 de diciembre del presente año, fue aprobado por aclamación en la ciudad marroquí, Marrakech, continente africano, el pacto migratorio de Naciones Unidas (ONU). Dicho documento dice que procura una “migración segura, regular y ordenada”, el deseo que se propone cada nación y estado.
La firma contó con una asistencia de más de 150 países de 194 que son miembros titulares, los cuales representan el 77% de la matrícula total.
Hace dos años fue la declaración de New York, que se produjo como respuesta a los grandes desplazamientos de refugiados y migrantes que estaba aconteciendo en diferentes partes del mundo, y en donde se suscitaban episodios infrahumanos, lo cual llevó que producto de estos sucesos fuese cuestionado el acatamiento de los derechos básicos del hombre, una declaración que busca proteger al ser humano, en cualquier parte del mundo, y garantiza sus derechos universales.
Según Díaz (2018) sólo en el año 2016 la cantidad de desplazados que arribaron a Europa se contabilizaba en el millón y medio de personas, estos seres humanos los cuales buscaban refugiarse de la inseguridad y el hambre producida en gran parte por la guerra y la inestabilidad política del medio oriente. Cientos de miles fueron rescatados de naufragios y más de 4,000 murieron en la travesía llegando la cifra a 15,000 fallecidos en el año 2018, convirtiendo el mar Mediterráneo en un inmenso cementerio.
El pacto migratorio fue elaborado y discutido por dos años por numerosos foros y consultas regionales atendiendo a un mandato de un abordaje integral de los movimientos humanos y de la necesidad de fortalecer la cooperación global con énfasis en mecanismos para proteger las poblaciones migrantes. En el entendido que las migraciones son tan antiguas, el pacto se centra en las personas y en la universalidad del tema tratado, pero en ningún momento obliga a los firmantes, es decir, a los estados a renunciar al derecho soberano de determinar su propia política migratoria y la prerrogativa de dictar y regular la migración dentro de su territorio.
Hecho este esbozo, no se entiende la posición de República Dominicana, luego de haber firmado la declaración de New York, representado por el Canciller dominicano, y la postura doblegada por parte del anuncio del consultor Jurídico del Poder ejecutivo en rueda de prensa anunciado que República Dominicana no asistiría a dicha reunión y que por tanto no firmaría el pacto por una migración segura, declaración realizada una semana antes de la cumbre de Marrakech.
Todo esto parece indicar que la República Dominicana no ha escapado del chantaje de grupos ultra nacionales que xenófobamente persiguen, exclusivamente, a los haitianos en territorio dominicano y lo hacen desde el racismo, desprecio y odio, esta política de xenofobia ha sido rechazada por líderes mundiales cómo el papa Francisco, dirigentes de La Unión Europea, entre los cuales se encuentra la canciller alemana, quien apoya la migración y el trabajo de los migrantes, pero con regulación, ordenada y de manera segura.
Yuval Hariri (2018), en su libro “21 Lecciones para el siglo XXI” habla ampliamente sobre el problema de la inmigración y dice, entre otras cosas, que “la Unión Europea se construyó sobre la promesa de trascender las diferencias culturales entre franceses, alemanes, españoles y griegos, y esta podría desmoronarse ante la incapacidad para contener las diferencias culturales entre europeos y emigrantes de África y Oriente Próximo”, sin embargo el gran éxito de los europeos por construir un sistema multicultural es lo que en definitiva ha atraído a tantos emigrantes, dice el escritor y profesor de historia del mundo de La universidad Hebrea de Jerusalén.
¿En qué ha fallado la República Dominicana? En asegurar que la migración, no solo la haitiana, sea ordenada, regulada y de manera segura, lo que evidencia que la política del ladrillo no será la solución para que la frontera dominicana pueda servir como un dosificador de migrantes, y se pueda reducir la pobreza extrema en la que están sometidas las provincias fronterizas.