Puede que a muchos resulte chocante el reclamo de un gobierno para una transición democrática como propósito político inmediato, porque lo que se conoce en nuestro país es que algo así corresponde para dejar atrás regímenes totalitarios como los de Trujillo aquí, Pinochet en Chile, Franco en España y otros tantos que harían larga la lista.
Aquí inició una tras la caída de la dictadura de Trujillo en 1961; sazonada por tanto tiempo, y tanto esperó el pueblo sus beneficios sin que llegaran, que el reclamo se esfumó sin más ni más, y se la recordó de manera fugaz un día que el ex presidente Leonel Fernández la dio por concluida tras resaltar los logros de su gobierno último (2008- 2012).
Además, así no hayan crímenes, ni presos ni deportados políticos como los había en tiempos de Trujillo, tampoco se conoce en momento y lugar algunos que un proceso de ese tipo haya concluido en resultados tan parecidos a los que debió superar en materia de distribución de la riqueza y de democracia con justicia social.
De la dictadura de Trujillo transitamos a una realidad como la actual, que tiene entre sus componentes más sobresalientes la concentración de los eslabones principales de la economía en pocas manos y en algunos municipios, y su correspondiente impronta en el régimen político e institucional.
Cuando Trujillo, una mano tenía casi todo el poder económico; se ha dicho que el 85-90% de las empresas. Cincuentitrés años después, poco más de veinte controlan lo que aquella tenía, y mucho más. Por esa misma cualidad de la economía dominicana, casi el 80% del crédito de los bancos va dirigido a un grupo muy pequeño y se concentra en el Distrito Nacional y unas cuantas provincias; lo propio ocurre con la inversión pública y privada, y por eso también el mercado de valores no ha podido ser más dinámico, porque más que compañías por acciones, las empresas han sido de familias y difícilmente van a la bolsa a poner acciones en venta para capitalizarse y abrir así la posibilidad de que la propiedad se diversifique.
En cuanto al régimen político e institucional, no es como en la dictadura de Trujillo. No lo es; pero ha sido centralizado en manos de unas cúpulas y ha devenido en una “dictadura perfecta” en la que un solo partido controla todas las instancias y resortes del poder, dispone de la sustancia económica que le da sentido, en el marco de una constitución y leyes adjetivas elaboradas y monitoreadas por esa voluntad política.
En este caso, la transición democrática que ahora nos desafía, debe proponerse superar lo que estudiosos de las transiciones han caracterizado como “una democracia restringida”; que en el caso dominicano se mueve hacia menos desde la condición de “democracia de electores” en la que avanzó en el período 1996-2004, y comenzó a declinar en este año último, justo cuando el PLD inició la tendencia a afirmarse como partido único en la dirección del Estado.
La aspiración mínima, básica, de un gobierno de transición para ulteriores cambios, debería ser una sustancial democratización, desconcentración y equidad del régimen político y de la propiedad económica; la recuperación de la propiedad pública como factor de desarrollo y democracia; la renovación del liderazgo político; participación directa y efectiva de las mayorías populares en las decisiones políticas sustantivas y la distribución de la riqueza, entre otros.
Para esto hay una gran oportunidad en la política de Convergencia con perspectivas hacia el 2016. Digo en la política de Convergencia, que no es necesariamente la expresión orgánica, en tanto en esta faltan todavía importantes sectores que deberían suscribirla, para un gobierno de transición.
Esta transición pudiera darse por vía revolucionaria, es el ideal en que milito. Pero como revolucionario orientado en la ciencia, me ciño al concepto de correlación de fuerzas, y se que las fuerzas progresistas y de izquierda no bastan en este momento para trazar un rumbo propio; y en ese entendido, lo pertinente es la concertación electoral amplia de los sectores democráticos de la oposición en torno a un programa de gobierno con aquel propósito.