El germen que comenzó a palpitar a lo interno del PLD para dar vida a la Fuerza del Pueblo como formación política llamada a ser una respuesta antitética a la degeneración progresiva de aquel viejo partido,  comenzó su incubación en un proceso de luchas internas que se remontan a los años 90 cuando las actividades grupales, venidas de antes en forma de tendencias ideológicas, lograron establecerse de manera abierta y franca, cuando un hombre de méritos políticos y patrióticos, decidió accionar al margen de las ideas y los canales institucionales, arrastrado por sus ambiciones pequeño burguesas.

Juan Bosch lo definió como un “hombre de acción”. Con esta definición quedaba claro que las luces políticas no eran su fuerte, y que, la carencia de un discurso de contenido conceptual que le diera preeminencia, lo conducía hacia la práctica, al trabajo de campo; a lo territorial basado en un pragmatismo que se anclaba en los compromisos de ascensos políticos sobre la base de lealtades grupales que se garantizaban con amarres que se lograban mediante la creación de estructuras paralelas y de carácter nacional.

El proyecto que a lo interno de la organización encabezaba, solo procuraba poder político, quizás como un fin en sí mismo, hasta que, su operador político, el que tenía el contacto directo con los integrantes del grupo a nivel nacional, mediante golpes bajos y artimañas aprendidas en su antigua militancia partidaria, lo despojó de la jefatura, tras fraguar un golpe que buscó que éste no fuera electo al Comité Central para que, de esta manera, no pudiera aspirar la Comité Político y quedara eliminado como jefe del grupo más fuerte que, para entonces, se enfrentaba con los definidos como socialistas y sindicalistas a los que Bosch era más afín.

El sustituto, que resultó ser más astuto, reorientó el proyecto, lo consolidó, procuró alianzas internas para derrotar a los preferidos del líder que, con inexplicable torpeza, renunciaron a la organización dejándole el control partidario absoluto al hombre que comenzó a acumular poder echando manos de las viejas prácticas del Partido Comunista de la República Dominicana (Pacoredo), donde militó; una organización política que creía en las recomendaciones de Nicolás Maquiavelo al príncipe de que el fin justifica los medios, “principio” que les guiaba para emprender toda suerte de acciones sin importar razones de índoles éticas ni morales en el ejercicio de sus praxis “políticas”.

Así, estas prácticas se fueron haciendo habituales, cuasi normales en el PLD, y muchos, para sobrevivir políticamente, debieron en algún momento acercarse al “padrino” en busca de la bendición para aspirar a algún cargo partidario o puesto de elección popular. Su destreza y acumulación de poder lo llevó a burlar las reglas, a manipularlas y a doblegar a las autoridades partidarias para convertir a la organización en un proyecto económico que, desde el poder, pudiera convertir al país en una finca de propiedad familiar.

La desviación del proyecto originario precipitó el fin del rol histórico de la organización, y aquel germen de su destrucción (minoritario y cualitativo) se fue convirtiendo en el de la construcción de un nuevo proyecto partidario que deberá operar bajo las prácticas boschista como negación al pacoredismo que definió el accionar de aquel jefe político que produjo la disrupción y el congreso constitutivo de la Fuerza del Pueblo.