En primer lugar, quisiera explicar la razón de esta reunión. No he venido a pontificar. No he venido a dar una conferencia ni a impartir instrucciones. En realidad, he venido a abordar un problema con ustedes, un problema que solo puede resolverse no cuando yo, los funcionarios del ministerio o ustedes lo comprendamos, sino cuando el maestro lo comprenda, pues la figura más importante de lo que perseguimos es el docente.
Existen dos factores en las influencias formativas de la vida de los jóvenes: uno es el hogar; el otro, la escuela.
No podemos incidir mucho en el hogar, pero sí en la escuela. Estoy impaciente por hacer lo que tenemos que hacer muy rápidamente, porque temo que de lo contrario se nos agotará el tiempo… – el primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, hablando a directores de escuela en 1966.
Entre los diez principios que caracterizan la praxis de destacados líderes educativos, extraídos por Fernando M. Reimers de las diez Cartas a un Nuevo Ministro de Educación, epístolas escritas para la antología de ensayos compilada y prologada bajo ese título por el distinguido educador, el noveno enunciado nos parece particularmente pertinente para la reflexión sobre la situación actual del sistema educativo dominicano. Reimers subraya la necesidad de “equilibrar la paciencia con los reveses y los procesos con la impaciencia por obtener resultados”.
Sin docentes de excelencia no puede haber resultados profundos y duraderos en el aprendizaje de los estudiantes. Tenemos que ser pacientes, porque formar verdaderos maestros, no meros instructores, no se logra de la noche a la mañana: es un proceso que idealmente debe iniciarse en la infancia, antes de la alfabetización del futuro maestro, y seguir mucho más allá de su formación profesional inicial e inserción en el aula. Tenemos que ser pacientes, no debemos desesperar por los reveses del pasado ni escatimar sacrificios para formar una nueva generación de maestros, pues la educación es a largo plazo y debemos concentrarnos en el futuro, aprendiendo del pasado sin recriminaciones para mejorar los resultados.
Pero sí debemos ser impacientes en procura de acelerar al máximo posible el largo proceso de formar suficientes maestros de excelencia, porque esa es una tarea que urge y que no podemos postergar. Eso no significa festinar la formación de los maestros, bajando las exigencias de entrada a la carrera, diluyendo los programas de estudios profesionales e inflando títulos para autoengañarnos. Todo lo contrario, tenemos que preparar mejor a los candidatos que aspiran a ingresar a los estudios profesionales en educación, pues debido al abandono del sistema preuniversitario durante décadas, son muy pocos los jóvenes que egresan espontáneamente de la educación media con la capacidad para cursar los exigentes programas de formación en instituciones como el ISFODOSU. Para acelerar el proceso de formación de suficientes maestros de excelencia debemos hacer una selección temprana de los mejores talentos al egresar de la escuela primaria y acompañarlos con programas especiales para que aprovechen al máximo la educación media. Muchos jóvenes talentosos no realizan su potencial de aprendizaje por falta de apoyo en el aula y en el hogar (por carencias de la escuela y el hogar), y debemos identificar a esos prospectos al concluir sus estudios primarios y brindarles la oportunidad de prepararse bien antes de sus estudios profesionales. La meta es que eventualmente, al elevar el nivel de desempeño de todas las escuelas, todos los estudiantes tengan esas oportunidades sin participar en programas complementarios de formación; pero mientras tanto, debemos desplegar esfuerzos para asegurar que un número suficiente alcance el nivel de conocimientos y competencias para competir agresivamente por las plazas disponibles en los programas de formación de excelencia docente. En base a un mayor flujo de candidatos, el ISFODOSU y las universidades deberán expandir su capacidad para atender a los aspirantes mejor calificados y formar a suficientes docentes de excelencia comprometidos con la transformación educativa. Es la mejor manera de responder a la urgencia de renovar el cuerpo docente en un plazo razonable.
Al ritmo que marchamos, los programas de formación de maestros de excelencia no logran ni siquiera reponer a los maestros que salen del sistema por razones de edad y salud. El cuello de botella es reclutar suficientes candidatos con las competencias mínimas para hacer con éxito los estudios profesionales en los nuevos programas, superando las dos pruebas de ingreso, la Prueba de Orientación y Medición Académica (POMA) del MEESCyT y la Prueba de Aptitud Académica (PAA) del College Board, con calificaciones cada vez más altas. Esto como mínimo, pues no debe ser el único criterio de selección: debemos ser cada vez más exigentes.
El objetivo de los programas preparatorios propuestos es lograr un exceso de solicitantes a las carreras de formación docente de excelencia para incluso poder aumentar las exigencias para el ingreso a los estudios universitarios. Los que no puedan ganar una plaza para estudiar educación que estudien ingenierías o administración de empresas, pero que siempre haya suficientes jóvenes con altas calificaciones compitiendo para estudiar educación. Es lo que ocurre en los sistemas educativos de más alto desempeño.
Según el profesor Oon-Seng Ten de Singapur, el primer mandamiento de la política docente (nosotros diríamos de toda la política educativa) es “seleccionar y contratar a candidatos de calidad. Atraiga a personas con el equilibrio adecuado de aptitud y actitud. La aptitud incluye el dominio de la materia y buenas habilidades de comunicación, mientras que la actitud debe caracterizarse por pasión veraz por trabajar con niños o jóvenes. Someta a estos candidatos a periodos de prácticas y procesos similares de forma que puedan beneficiarse de una experiencia en el aula”. Las buenas noticias: ya estamos en ese camino, contratando a los educadores por concurso de oposición. También contamos con programas para la formación de docentes de excelencia. Las malas noticias: el flujo de buenos candidatos es muy exiguo, pues nuestro sistema educativo en su conjunto no produce egresados de ese perfil sino muy excepcionalmente. Debemos estar impacientes por mejorar en el más breve plazo posible el flujo de los jóvenes con aptitud y actitud para estudiar educación; y tener la paciencia para hacerlo correctamente, iniciando su formación desde su ingreso a la educación media en programas preparatorios especiales.
Debemos “mirar hacia el futuro, teniendo en cuenta el pasado, pero sin reproducir en el presente lo que se ha hecho anteriormente”. No podemos desmotivarnos por los tropiezos del pasado, pero tampoco ignorar la urgencia de preparar a más jóvenes con una sólida base para aprovechar bien los programas de formación de maestros de excelencia.