Hará casi 400 años, otro sacerdote, Baltasar Gracián, también jesuita, escribió lo siguiente acerca de un historiador: “[J]unta el estilo sentencioso de los filósofos con el crítico de los historiadores y haze vn mixto admirado” (Agudeza y arte de ingenio).  Parecería que Gracián hubiera escrito un espejo prospectivo del filósofo dominicano Pablo Mella acerca de su libro Los espejos de Duarte (2013), laberinto de espejos del cual el autor logra salir airoso, usando como hilo de Ariadna el análisis crítico del discurso, con el que logra encontrar y destruir el monstruo de la ideología, escondida al otro lado de los espejos de Duarte. Aunque no es mi intención escribir uno de los discursos epidícticos que tanto crítica Mella, o un ditirambo, a lo que tan acostumbrados estamos en este país, mi juicio, sin embargo, es acerca de su pensamiento, no de su persona; ¿o no es acaso el pensamiento, la materia de la que está hecho el intelectual?

En su libro, Pablo Mella retoma la imagen de espejo del género literario medieval “Espejos de Príncipe” para referirse al discurso construido alrededor de una persona, en este caso, sobre Juan Pablo Duarte. Acerca de este último se han escrito espejos y contra espejos, es decir, discursos en los que se le alaba o se le detracta. Y no podía ser más propicio el año de la publicación de este libro, 2013, año de la funesta Sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional, por medio de la cual los ciudadanos dominicanos de descendencia haitiana fueron despojados de su ciudadanía, retroactivamente hasta 1929, convirtiendo así en apátridas a miles de ciudadanos. Y digo año propicio, porque Pablo Mella desmonta, en los espejos sobre Duarte, el profundo racismo anti haitiano en el discurso nacionalista de los siglos XIX y XX.

Los espejos de Duarte está dividido en un prólogo, escrito por Raymundo González, una introducción, siete capítulos, unas reflexiones a modo de conclusión y un apéndice con el plan original de la obra: El capítulo 1: “En el laberinto de los espejos: la historiografía dominicana y la interpretación duartiana” examina los límites de la historiografía dominicana y sus fundamentos neopositivistas; el capítulo 2: “La construcción discursiva del espejo. Propuesta de análisis crítico del discurso para la literatura duartiana”, tal vez el menos interesante para muchos lectores, a causa de su especialización es el más importante para comprender el marco teórico fundado en la lingüística del texto y el análisis crítico. Como no puedo detenerme a resumir cada uno de los capítulos, señalaré grosso modo que, en los capítulos subsiguientes, Mella analiza cinco de los espejos y contra espejos de Duarte: el espejo creado por Rosa Duarte, el contra espejo elaborado por Pedro Santana, el espejo apoteósico consagrado por Fernando Arturo de Meriño, el espejo escrito por José María Serra y, finalmente, el construido por Emiliano Tejera. En el plan original, propuesto por el autor, quedaron fuera de este libro trece capítulos, que ojalá algún día podamos leer en una publicación ulterior. El análisis de los cuatro espejos y un contra espejo le tomó al autor alrededor de dos años de trabajo.

¿Qué aporta de nuevo este libro que lo hace tan importante en la bibliografía dominicana? Pablo Mella hace acopio de su vasto conocimiento de la filosofía occidental para analizar las ideas sustentadas por políticos e historiadores. Luego, aplica el análisis crítico del discurso, utilizando las teorías de la lingüística del texto y el análisis del discurso de autores tales como Teun Van Dijk y María Cristina Martínez, por un lado, y del crítico jesuita francés Michel de Certeau.

Si se recuerda que la etimología de la palabra “crítico” proviene del griego “kritikós” (cortar, separa, distinguir, “el que sabe distinguir”), Pablo Mella es un crítico que no da tregua en sus análisis; su verdad no está comprometida por organizaciones culturales mafiosas, ni su palabra coartada por hampones de la política. En sus análisis, ni la misma iglesia católica como institución se le escapa: “[Santana] También tuvo que lidiar en contra de la jerarquía de la Iglesia católica, que creía que iba a recuperar los privilegios de que había disfrutado en tiempos coloniales, contando esta vez con los visos hispanófilos neocoloniales de los protagonistas criollos de la independencia” (119). Los espejos de Duarte desmitifica la sociedad y la cultura dominicanas y desmonta los discursos históricos, para poner en evidencia las ideologías racistas y clasistas.

“La dominicana es una cultura de la intrascendencia”, dice un amigo mío. Desde la publicación de Los espejos de Duarte (2013), tuvieron que pasar cuatro años de silencio (el silencio es elocuente) para que se celebrara el Encuentro sobre Pensamiento Social, organizado por el Centro Universitario de Estudios Políticos y Sociales (CUEPS) de la PUCMM (2017), coordinado por Ramonina Brea, para discurrir sobre este libro. En parte, estoy de acuerdo con mi amigo, en tanto un libro como éste debió haber causado una conmoción nacional, debatido en muchos foros, agotado múltiples ediciones y reseñado ampliamente. Difiero de mi amigo, ya que ha sido la misma cultura dominicana la que ha producido un filósofo como Pablo Mella, entre otros, excelentes escritores. Premio Nacional de Ensayo (2014) (a veces, los premios se otorgan a quienes lo merecen), Los espejos de Duarte de Pablo Mella es un libro imprescindible para comprender, no sólo la construcción discursiva acerca de un sujeto histórico, Duarte, en este caso, sino también las limitaciones de la “historia patria” y el profundo racismo, clasismo y sexismo que permea el discurso histórico y político en la República Dominicana.