“Felices e indocumentados”, como acostumbra decir él, abordamos Pablo McKinney Ortiz y yo el 30 de agosto de 1987 en el aeropuerto Las Américas un vuelo de VIASA que nos llevaría a Willemstad, Curazao. Nuestro destino final era Bogotá, donde arribamos ya de noche, tras hacer escala en Barranquilla, luego de trasbordar a la aerolínea AVIANCA en las Antillas Holandesas. El motivo de tantas escalas era poder dormir aquel domingo en Bogotá para comenzar nuestras actividades el lunes a las 8:00 de la mañana.
Mi amigo y compañero de trabajo y yo llegamos a la capital colombiana para participar en el “Taller de Redacción Técnica Agrícola para Autores y Editores”, auspiciado por el Centro Internacional de la Papa (CIP), con sede en Lima, Perú. Pablo fue invitado en su condición de encargado de la sección de Publicaciones y yo como editor de la revista Investigación, órgano del departamento de Investigaciones Agropecuarias, ambos organismos de la Secretaría de Agricultura.
Los participantes en el evento realizado en instalaciones del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), procedían de México, Centroamérica, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador y República Dominicana. Un taller similar se había impartido la semana anterior a técnicos delCono Sur, en Montevideo, Uruguay. El evento se extendió del 31 de agosto al 5 de septiembre.
A Pablo y a mí nos habían asignado una habitación doble. Desde el primer día del taller Pablo entabló amistad con otros participantes, sobre todo del sexo opuesto, de modo que lo volví a ver poco. También, se integró a un “coro” de entusiastas de la Nueva Trova, principalmente centroamericanos, en las cuales fue muchas veces el centro de las tertulias.
El último día, ellos improvisaron un concierto con canciones de Silvio Rodríguez y otras de similar repertorio. Nuestros anfitriones del ICA y del CIP no ocultaban su desdén por el contenido de las canciones. ¡Imagínese usted! en plena guerra de los Estados Unidos contra la revolución sandinista de Nicaragua, encontrarse con la sorpresa de que los responsables de la comunicación rural en 12 países de Latinoamérica mostraban abiertamente simpatías nada aceptables para el poder metropolitano. Los funcionarios de esos organismos internacionales, aunque formalmente dependen de las Naciones Unidas, son adiestrados e ideologizados por Estados Unidos y responden a las estrategias e intereses de la superpotencia.
Un pequeño incidente que nos dejó perplejos sucedió el día que nos llevaron a dar un paseo turístico informal por la ciudad y, al llegar al Palacio de Nariño, sede del Ejecutivo colombiano, nos negaron la entrada, pese a nuestras credenciales de funcionarios extranjeros y a estar acompañados por funcionarios del Gobierno nacional.
La edificación rodeada de barreras y retenes, al parecer por temor a que ocurriera algo semejante a la “masacre del Palacio de Justicia”, de noviembre de 1985. Además, el país estaba en medio de la sangrienta guerra de los carteles de la droga. Como lo describe Manuel Salazar Salvo: “A fines de los años 80, Colombia se convulsionaba en una lucha fratricida.
Los carteles de Medellín y de Cali no se daban tregua, sembrando calles y caminos de explosiones y muertos. La policía, el Ejército y varias de las agencias de inteligencia de Estados Unidos redoblaban sus esfuerzos para frenar la violencia y detener el creciente tráfico de drogas hacia las principales capitales del mundo (ver Capítulo IV, “El debut de los colombianos”, LND del 15 de abril de 2007)”. Pablo Escobar ordenó la explosión, en pleno vuelo, de un avión de Avianca en 1989.
Durante una de las tertulias se dedicó tiempo a hacer chistes exclusivamente de los presidentes de cada país. Del nuestro Pablo relató uno de los tantos que hay sobre el presidente Antonio Guzmán; de haber sido ahora, ¿de cuál Presidente habríamos contado el chiste?
El más jocoso de los chistes allí contados y que recuerdo bien fue sobre el presidente colombiano Julio César Turbay Ayala (1978-1982), a quien sus conciudadanos al parecer consideraban dotado de pocas luces. Contó el chistoso que un día un asistente de Turbay le dijo “Señor Presidente, de ahora en adelante usted va a gobernar desde un submarino” ¿Cómo así hombre?, le preguntó el buenón de Turbay. Pues, contestó el asistente, porque la gente dice que “en el fondo usted es capaz”.
De regreso a Santo Domingo nos ocurrió esto que dejo como anécdota final. Durante la escala en Barranquilla nos topamos de frente con monseñor Nicolás de Jesús López Rodríguez, quien todavía no era Cardenal y que al parecer retornaba de alguna actividad del organismo de los obispos (el CELAM) en Medellín. Como católicos, contentos de ver en el extranjero a su excelentísimo y reverendísimo arzobispo metropolitano, primado de la Indias Occidentales, quisimos ejercer el privilegio de saludarlo. El alto dignatario de la jerarquía eclesiástica no nos respondió-utilizando palabras de mi abuela materna-ni musú perro, o sea, nada.