No solo el modernismo, sino también la modernidad fueron los temas que abrazó desde muy temprana edad Max Henríquez Ureña. El poeta, dramaturgo, ensayista, músico, narrador y erudito dominicano tuvo y sintió profunda pasión por lo moderno en lo poético y viceversa. Los diecinueve textos que conforman la selección publicada en el Tomo XIII-v.3 y titulado por sus editores Literatura no Hispánica, constituyen una gran vocación por lo universal y lo europeo.

Al leer las páginas de este volumen de ensayos y estudios literarios, bajo la advertencia que “aparece en la primera edición en México, 1960”, su autor le explica al lector que:

“La mayoría de los ensayos contenidos en el presente libro fueron escritos para México en la Cultura, suplemento literario del diario Novedades, de México, de 1954 a1959; y los demás, en años anteriores, para La Nación, de Buenos Aires (El pecado de William Watson), la revista Nosotros de Buenos Aires (Cunnighame Graham), Cuadernos Americanos, de México (La América de Joseph Conrad), y algunas otras publicaciones literarias de América hispana”. (Op. cit. p. 3)

MHU ha leído desde el discurso literario moderno, un amplio mapa europeo con sus modernidades creadoras y sus caminos constituidos como cuerpos literarios orientadores de ideas, travesías artísticas y poéticas. Los estudios y ensayos que, como podemos observa,r componen este volumen, justifican su mirada a lo moderno de la cultura y la literatura europeas, destacándose en este orden su búsqueda estético-literaria en vertientes que se erigieron en lenguajes de la modernidad y por lo mismo de la contemporaneidad.

Nuestro intelectual y erudito pensó Europa desde Europa y desde América, de suerte que su lectura orgánica de autores y obras se apoyó en las visiones y mundos orientados a una investigación biográfica y crítica de alta significación para la contemporaneidad. Muchos de estos ensayos han sido ignorados por una gran parte de nuestra intelectualidad que solo quiere conocer de MHU su condena por haber sido funcionario de Trujillo, olvidando la otra cara de una historicidad-fin. Los jóvenes poetas de los años 50, 60, 70, 80 y 90 ignoraron que los ansiados modernos, los malditos y desgraciados modernos fueron estudiados por este crítico, historiador y estudioso dominicano en revistas y periódicos donde florecían las vanguardias de América y Europa.

MHU analizó los mitos y textos modernos que ejercieron influencia en Hispanoamérica y Europa. Al leer el ensayo Rimbaud: Centenario y mito, descubrimos a un crítico sagaz y conocedor de fundaciones poéticas motivadoras de vertientes estéticas y textuales cuya travesía de lenguaje y ruptura marcó la modernidad y con ella la contemporaneidad más crítica, filosófica y poética.

Según MHU:

“Al cumplirse el primer centenario del nacimiento de Jean Arthur Rimbaud, su nombre y su obra fueron enaltecidos nuevamente por la crítica, singularmente en Francia, como era dable esperar. En Charleville, su ciudad natal en las Ardennes –donde además está su tumba-, volvió a ser erigido, por tercera vez, un busto del poeta, que durante la invasión alemana de 1914 había sido arrancado de allí por los ocupantes para aprovechar como material de guerra el bronce en que estaba fundido”. (Op. cit. p. 5)

Max destaca, a propósito del busto de Rimbaud,un dato curioso por lo repetitivo y político:

“Otro nuevo vaciado del mismo busto, que se debió al escultor y pintor Paterne Berrichon, había sido puesto en el mismo lugar una vez terminada la primera Guerra Mundial; pero durante la segunda el busto fue derribado por los invasores alemanes, en 1940. Vino después, ya en pleno centenario, la tercera inauguración del busto, vuelto a poner en su sitio: allí hablaron con sabia elocuencia dos académicos: el novelista y poeta Georges Duhamel y el ensayista Henri Mondor, que por excelencia suele ser llamado, el biógrafo de Mallarmé”. (Ibídem.)

Nuestro autor analiza el contexto del centenario de Rimbaud, con todo y lo contradictorio de su figura pública y la desmesura de su vida personal, literaria y viajera conocida en Europa y en muchos casos legibles en su correspondencia, donde el autor de Una temporada en el infierno, Iluminaciones y El barco ebrio hace estallar el símbolo y las cardinales de una modernidad creciente en su rebelión y mentalidad.

“Otros muchos actos se organizaron en Francia con motivo del centenario; pero no son esas ceremonias conmemorativas, casi todas de carácter solemne y frío, las que mejor pueden atestiguar la supervivencia de Rimbaud. En cambio, al través de las apreciaciones múltiples y diversas que de su poesía hacen los nuevos escritores y poetas de Francia, sí podemos medir hasta qué grado, al cabo de tres cuartos de siglo de haberse producido, la obra de Rimbaud es tan nueva y tan actual como en el primer momento”. (Ibídem. pp. 5-6)

El poeta Rimbaud no solo estremeció el concepto de poesía, sino también, su misma práctica y espacio fundado en la modernidad. La ruptura metafísica del poema creó desde su obra aperturas, incendios ideológicos y techos expresivos que empezaron a poblar territorios imaginarios en las grandes vertientes creacionales de la poesía.

Grandes intelectuales, poetas y escritores franceses cedieron al llamado, a la ruptura provocadora y “subjetivadora” del poeta Rimbaud:

“Intelectuales a quienes separa de Rimbaud el espacio de dos o más generaciones, como Pierre-Jean Jouve, el cantor altivo de Sudor de sangre, o Luc Estang, ensayista que es a la vez el poeta de Las beatitudes; o Robert Ganzo, venezolano de origen, en cuya rima rica se fundan las influencias del presente con los arrastres del pasado; o Pierre Reverdy, a quien los iconoclastas de hoy respetan como los de otro tiempo respetaban a Mallarmé”. (Ibídem.)

Según Reverdy citado por MHU, sostiene que:

“Lo que me trajo Rimbaud, lo que en la obra de Rimbaud fue para mí el choque decisivo y o que importa aún más y he repetido largamente, es que, ante todo, por primera y única vez, yo no llegué a discernir en su obra los recuerdos literarios, en los cuales es tan rica; fui derechamente a lo que esa obra contenía de sustancia, no alcanzándola, sin embargo, sino en la más deslumbradora oscuridad…” (Ibídem.)

Todo en su propio ritmo de línea generacional y creadora, en el contexto mismo de formaciones poéticas epocales, Max vuelve a citar a Reverdy como parte de una razón histórica y literaria admitida como declaración de adherencia al viaje y la creación verbal, surgentes de la obra de Rimbaud, leída de forma procesual como contrapunto, acentuación estructural y axiológica donde Reverdy reconoce esa historia poetizada por aventuras y aventureros de la modernidad:

“…Rimbaud no es objeto de un culto, como por otra parte tampoco lo es ningún artista ni escritor en el mundo. Pero es un virus filtrante. Se le capta o no se le capta; pero, si se le capta nos conquista por largo tiempo. El no ha penetrado solamente en el circuito de las vetas literarias: también en el de las artes plásticas de nuestra época, en su inicio. Es sobre todo gracias a él que la poesía ha sido entronizada y reina todavía”. (Vid. p. 7).

Max comenta luego de esta cita la deuda que tienen otros poetas y escritores con Rimbaud; que no solo Reverdy, sino también poetas y escritores de generaciones subsiguientes tales como: Jean Grosjean, YannetteDelétang-Tardif, Paul Gilson, Roberto Goffin, Jean Rousselot, y a otros tantos que corresponden más o menos a los nuevos, aunque, nacidos todos antes de 1914… Lo que importa tener en cuenta es que, a pesar de la distancia en el tiempo y en el gusto, todos rinden pleitesía a Rimbaud”.