Lo que nadie sabe es que cuando Kylie Minogue (a quien estoy comenzando a idolatrar), decidió cansarse de ciertos asuntos –incluyendo el amor, según sus palabras–, una serie de tuiteros le dio un soporte importante en un momento tan fuerte para ella.
Minogue –que no puede saber que yo existo– lo dijo en un momento que entendí (yo no estaba con ella y la vida no es fácil): se había cansado de muchas cosas, algo que me disgustó bastante también por una pública razón de Paul A. Samuelson.
El economista de Chicago University, nos habló –en ese capítulo memorable– del sentido de oportunidad en una medida de carácter económico. Siempre me pregunté si era cierto que la canción Jump de Eddy Van Halen tenía persistencia en los bajos fondos de Baltimore, porque siempre supe que en cualquier época, la adscripción a otra música –más en el caso del Pop, ciertamente–, tenía una especie de espacio en la memoria vital de generaciones que nunca nos han explicado cómo se construye ese sentimiento de legalidad en un soundtrack automático.
Siempre supe que Van Halen, en un mundo de inesperadas conclusiones, tendría una vida que a mí no me interesaría tanto como la de Stuart Mill, por ejemplo que, dicho sea de paso, no siempre tuvo idea de que en toda cifra existe una antinomia que sí entendió un tal Francis Bacon.
A medida que pasó el tiempo me di cuenta que Van Halen –que fue todo un personaje– no tenía que decir el límite ese donde podemos decir que se especula con una disposición foránea. Hoy vemos que toda risa –y todo poder– es posible después de Wandering star, como dice Luke: entre el azúcar y lo divino. Es el chiste más grande de los últimos diez años, esto es: la canción más depurada –y las más fina– de los últimos años. Pajitas que le caen a la leche.
Aunque esto pueda parecer demasiado simbólico, en la serie de los Flintstones, producida por Hannah Barbera en 1994, pero que llegaba al país por Telesistema, uno se quedó con una indudable sospecha. Esto iba más allá de la simple cronología de la serie.
Quién negará que el abrazo entre Shaggy Rogers y el viejo Scobby Doo demostraban la amistad más sincera e instintiva de que, entre dos personajes animados, podría tenerse memoria? Por qué razón, había que resolver un misterio donde siempre hubo un peligro inminente, algo que no queríamos: se trataba de la vida de Shaggy.
Aunque Rogers y Scobby se protegían, no deja de ser cierto que el peligro de un fantasma corría por todas partes. Muy difícil. Mi abandono de cierto cine en la búsqueda de otro que incluyera cierta dosis de misterio, tiene que ver con Shaggy y con esa calle de Londres donde Arthur J. Raffles era un ladrón con las manos de seda. Lo más importante, algo que hubiera aprobado el mismísimo Don Mattingly: en esa calle londinense había un portal de niebla. Solo un testigo minucioso podría entender lo que eso implicaba en el entretanto de cada capítulo nocturno.
Quizás sea solo yo, pero asumo que también un Tim Lefebvre podría –a estas alturas– haber descubierto el asunto. Habrá que identificarse con una versión del Hapschichord de Londres. La partitura incluye una sola nota en sibemol. He incluido –como única alternativa a esta conversación– a la líder de Swing Out Sister, Corinne Drewery, con esa voz tan suave como la seda y tan acoplada como el algodón en el pixelado acústico de un marsmellow, la cosa más notable que nos pasó en muchos años. Hoy recomiendo la importante escena de su reveladora canción Waiting game del álbum Kaleidoscope World (de 1989).
Alguien de Londres me dice, como si no nos hubiéramos leído a Dominique Lapierre tres veces, que no deje de oir Somewhere in the world. En definitiva, lo que se busca es esa intención de obtener el tema de James Bond en cualquier momento y a cualquier costo (la página de Facebook SWING OUT SISTER MUST DO THE JAMES BOND THEME tiene mucha gente ahí en una cruzada internacional que no ha llegado a ninguna parte). Para este loable propósito, hemos pasado más de cuatro años de campaña en Facebook con la fe secreta de los seguidores de David Carradine que esperan, en algún momento, su turno para explicarlo todo.
Discretamente, resulta importante investigar el devenir de HAROLD BLOMM HEREDEROS, MARK SHENTON, MARK PULLINGER, Y JORDI, que fue quien dijo que Bob Dylan le explicó: “puro marketing, vendía poco y se nos ocurrió ampliar mercado..ni siquiera fueron buenos discos”.
Con 73,000 mil pistas en catálogo, de noche en la ciudad, lo que escucho no siempre es Vocal. Cada track entra en un proceso de independencia de motores –algo que ahora llaman autonomía– que significa otro duro golpe de nostalgia. Hubo gente que me preguntó –hacia 1991– por qué razón me pasaba la mano por el pelo de manera constante. Un tick, respondí esa noche. Aunque D. armó un show en Neón, nadie entendió lo que nos pasó en ese baño en el momento preciso en que Crystal Waters con Gypsy Woman –hubo que no esconderlo– nos advertía a todos que nadie prolongaría la especie y menos de esa forma.
Fue cuando en una mañana tranquila, José Luis Alemán –que sabía el significado de la palabra Amiens–, resolvió el problema del desempleo en Santo Domingo. Le expliqué que Cristopher Cross, un tipo loquísimo, nos dejaría el mismo sentimiento que tuvo Adam Smith cuando, en la vieja elocuencia de Panmure House, descubrió el ritmo de los más íntimos ciclos vitales. Pedíamos un bálsamo que terminó siendo lo más oculto.
Ahora, 25 años después, nos hemos dado cuenta que esa memoria que evoca Rick –estos son los baños del Hotel Jaragua, wonderful hair– terminó siendo el prodigio de una íntima especulación del mundo moderno.
Las generaciones vendrían y se irían pero algo si nos quedaba: the music plays forever. Al cabo de un tiempo, nos quedó claro que en la sobria noción de Gary Carter –que me lanzó como un cometa hacia la Juan Rodríguez– había una especulación que solo se percibe en medio de una lección irredimible que no tuvo con retornar a Gazcue o recuperar una moneda escondida en la Biblioteca Nacional. Hoy sabemos que Luke jugará con fuego y que una tipa de Boston seguirá también lo que ocurra en Australia y que en la mejor de las noches de un mes olvidado, no tendremos por qué recurrir al viejo argumento del “rosiscler de los amaneceres” que Joaquín Balaguer pronunció en un mítin en la calle 27 de Febrero, con las manos de Angel Lockward en los micrófonos.
Final de juego: Joe Shipes, director ejecutivo de BikeFest de Leesburg, ante la multitud congregada para ver a Robert Van Winkle, –que hemos conocido como Vanilla Ice desde siempre– ha declarado a los medios: He visto los posts en Facebook, y agregó de manera aún más contundente: Hay mucha gente que no son fans, pero hay muchos que sí lo son. Esto también es un símbolo.