En nuestro artículo anterior hicimos un recorrido por algunas de las pandemias más impactantes en la humanidad desde tiempos remotos. Por ellas y con ellas la humanidad se vio forzada a moverse en direcciones distintas a las programadas y a cambiar hábitos y estilos. Al final de cada una se aprendieron lecciones, pero siempre quedó espacio para más.
En 1918, el virus de la influenza A del subtipo H1N1 provocó la Pandemia de 1918. Esta pandemia fue erróneamente catalogada como «gripe española», en gran parte porque España, que era un país neutral durante la Gran Guerra, por tanto, sin los rigores de la censura, hizo público el evento.. El caso índice fue ubicado en el Condado de Haskell, en Kansas (EUA), en el campamento Funston, donde el cocinero Albert Gitchell se reportó enfermo de la gripe en marzo de 1918. Poco después fue confirmado en Francia entre las tropas aliadas estadounidenses que desembarcaban, en el desarrollo de la Primera Guerra Mundial.
En unos meses el H1N1 se había expandido a todas partes, favorecido –como en el pasado romano- por la movilización de tropas y por el hacinamiento. Fue devastadora en Estados Unidos, Asia, África y las islas del Pacífico, con una tasa de letalidad de hasta un 20% en algunos lugares. Más de una cuarta parte de la población mundial contrajo la gripe y la cifra de muertos pudo llegar a los cien millones. Más terrible aún es que la mutación del virus, estimada para agosto de 1918, lo hizo aún más letal y regresó para matar a muchos de los que lo evitaron durante la primera ola. Se estima que el 75% de todas las muertes ocurrieron en esta segunda ola.
Por primera vez se pudieron medir los efectos a largo plazo de una pandemia. Entre 1960 y 1980, en EUA, Almond encontró que los niños nacidos de mujeres expuestas a la pandemia tenían «un menor logro educativo, mayores tasas de discapacidad física, menores ingresos, menor estatus socioeconómico y pagos de transferencia más altos en comparación con otras cohortes de nacimiento».
La pandemia tardó en remitir y hubo oleadas y valles con la típica forma de W pero, entre 1922 y 1928, en muchos lugares la W se transformó en una U.
Inevitablemente, los daños causados por la pandemia se mezclaron con los de la Gran Guerra. Se reportaron importantes caídas de las tasas de fecundidad (por ejemplo en India) y de la producción agrícola e industrial, pero lo cierto es que circuló poca información sobre el estado general debido a la situación político-social imperante en la posguerra. En cierta forma, el interés público sobre la pandemia se vio sustituido por otro de igual o mayor impacto, el fin de la guerra. Además, según Huremovié, el que la pandemia pasara a segundo o tercer plano, también podría explicarse porque así es como las sociedades lidian con pandemias que se propagan rápidamente: «al principio un gran interés, horror y pánico y luego, tan pronto como comienza a disminuir, con desinterés desapasionado».
De cualquier forma, conscientes o no, esta pandemia dejó a su paso una humanidad muy cambiada. Por ejemplo, hay quienes aseveran que la eliminación selectiva de los grupos más vulnerables redujo la población a una más sana con óptima capacidad reproductiva. En términos demográficos, la población dio un salto cuantitativo al aumentar los nacimientos en la década siguiente, aunque este fenómeno de hiperfecundidad ya había sido notado a continuación de grandes conflictos armados. Algunos autores han llegado a sugerir que la salud de los seres humanos fue mejor después de la gripe de 1918 (Spiey).
Los desórdenes mentales se incrementaron notablemente durante y después de la pandemia (hay que recordar que también circulaba la encefalitis letárgica). Así, entre 1918 y 1924 los ingresos en hospitales siquiátricos en promedio se septuplicaron, con relación a un lapso similar de tiempo antes de 1918. Lamentablemente, no se cuenta con el diagnóstico de ingreso de la mayoría, pero se ha supuesto que estos pacientes fueron, en gran medida, supervivientes de la gripe que padecieron algún grado de depresión o, como era habitual llamarle coloquialmente, melancolía. Por melancolía muy poca gente acudía al médico, así que puede que los pacientes fuesen muchos más. También se reportó aumento de casos de delirio, alucinaciones y «demencia precoz», esta última resultó ser un proceso pasajero y posteriormente etiquetado de esquizofrenia.
La gripe se resolvió lentamente, tal cual empezó, muy probablemente por el desarrollo de muros inmunológicos entre los supervivientes inmunizados, razón por la cual es posible que el brote de H1N1 de 2009 resultara mucho menos letal.
No podemos dejar de lado a la que, en su momento, fue denominada la epidemia del siglo pero que, por definición, es una pandemia. Se trata del VIH/SIDA. Los datos de 2018 la sitúan con más de treintaicinco millones de casos activos. Su forma insidiosa de aparecer y su manera de transmisión no han producido el impacto sicológico de las otras pandemias, caracterizadas por el drama y el temor que infundieron, sobre todo porque para aquellas el avance médico de la época era insuficiente y para esta hay mejor y más amplio conocimiento e información y existen mecanismos más viables de contención y prevención.
En la práctica, es la verdadera pandemia de todas. No hay rincón sobre La Tierra que no tenga casos diagnosticados; de ahí que la Organización Mundial de la Salud la denominara pandemia global. A diferencia de otras enfermedades causantes de pandemias, esta no se ha ido y cada año se reportan hasta dos millones de casos nuevos o más.
Su origen se ha llevado hasta Kinshasha, en el Congo, tan atrás en el tiempo como 1920, según una investigación de 2014. Desde 1981, cuando se reportó el primer caso, ha matado a más de treinta millones de personas.