Como en las de  1978, ahora se está expresando una voluntad de cambiar el  gobierno en las elecciones próximas.  En aquel año había un líder y sector político  que se empecinaba en mantenerse, apelando a todos los recursos del  poder, la compra de conciencia mediante dádivas a clientelas; la represión policiaco-militar y el dominio sobre  la Junta Central Electoral.

Era la voluntad de cambio del  pueblo,  contra el poder establecido expresado de múltiples maneras.

De más en más era evidente que el pueblo quería el cambio.  Pero de  tal envergadura era la disposición del gobierno de turno a quedarse de cualquier manera,   que sólo contados analistas políticos vaticinaban que el 16 de mayo de ese año se produciría la alternabilidad del poder;  incluso muchos grupos políticos  afirmaban que el cambio era imposible.

Y el cambio se produjo.

La movilización popular permanente en calles y plazas, combinada con una campaña de sensibilización al pueblo en el sentido de no vender su dignidad, y la denuncia sistemática  a nivel nacional e internacional en favor de la alternabilidad,    neutralizaron los planes del gobierno  para subvertir la voluntad popular.

No se si esta vez estamos ante la versión trágica,  o la  cómica,  de esta repetición de la historia.

El hecho es que esta vez se ha escuchado al mismo presidente de la república arengar a los candidatos de su partido diciéndoles que él tiene el dinero que necesitan para ganar.

Inverosímil.  Nadie se imaginó siquiera que  escucharía algo así del presidente que quería quedarse en 1978.  Aunque sus parciales hicieran uso de dinero para comprar votos, por lo menos no lo declaraba, como lo hace el actual jefe del Estado.

El caso es  que,  del  uso  de recursos económicos  abundantes  y  de  otra índole,  depende la posibilidad del PLD  revertir la voluntad creciente que tiene el pueblo de sacarlo del poder.

Ese partido ha perdido  la magia política con la que encantaba a la clase  media  y a gran  parte de los sectores populares; sus miembros, que hacían privanza pública de pertenecer al partido de Juan Bosch,  ahora esconden pertenecer al mismo, o por lo menos, no reivindican de manera abierta esa  militancia.

Así pasaba con gran parte de los reformistas que vivían en  sectores populares en 1978.

Pero  la  de ese año era una sociedad en la que todavía no había una degradación de valores como en la de hoy; no eran tan exacerbados como ahora  el consumismo y la necesidad de dinero rápido  para satisfacer necesidades impuestas por el mercado, y hasta por las  políticas públicas  promovidas por el PLD en sus 16 años de gobierno,  que han creado una clase media de burbujas.

Si el presidente, que estudia de manera sistemática el mercado electoral,  se atreve a decir que tiene el dinero necesario para ganar las elecciones, es porque sabe que sus palabras tienen auditorio.

EL PLD ha devenido en un partido de sargentos políticos,  cada uno de estos con poder  político y recursos económicos a manos para mover votantes; y consecuentemente ha creado una amplia base política  parasitaria con niveles de vida y de confort dependientes de su inserción y   relaciones colaterales con el Estado, que ha ensanchado de manera enorme el mercado de conciencia, de compra y venta de votos,  que en 1978 era apenas imperceptible.

Este mercado es la esperanza del PLD para ganar ayuntamientos en las elecciones del próximo 16 de febrero, y apoyarse en este hecho en busca de airearse hacia las  legislativas y presidenciales de mayo.

El PLD sabe, porque como partido y como Palacio Nacional hace encuestas todas las semanas, que crecen a chorro  las simpatías por los candidatos de la Coalición por el Cambio que lidera el PRM, por  Luis Abinader,  candidato presidencial;  Carolina Mejía, candidata a Alcaldesa en el Distrito Nacional;  y de Manuel Jiménez, que faltando 15 días para las elecciones lleva una ventaja de 26 % sobre el candidato oficialista en el Municipio Santo Domingo Este.  Para  solo citar las dos plazas más emblemáticas en la competencia electoral.

La apuesta del PLD es,  a que otra vez  le  den  resultado sus operativos electorales con derroche de dinero y otros recursos en los  días finales de la campaña, y en el mismo día de las elecciones, teniendo como plataforma  al gobierno y  la riqueza acumulada por sus candidatos.

Así las cosas, la lucha por el cambio tiene en el grito de ¡Vergüenza contra dinero! un frente de trabajo tan vital como los demás relacionados con  la promoción, el crecimiento,  y la formación de los defensores del voto en los colegios electorales.

A este frente se le debe dar connotación de cruzada nacional, de todos a una,  e  integrar una diversidad de  programas públicos de acción y opinión,  que neutralicen las múltiples y continuas maneras que el PLD inventa para subvertir conciencias y el voto popular.

La derrota al PLD en este frente de ¡Vergüenza contra el dinero! confirma que el cambio va.