En los últimos meses, como cada dos años, se ha incrementado la ola de violencia que abruma a las ciudades y campos de nuestro país. La percepción de inseguridad ciudadana era solo un discurso del precedente jefe de la Policía Nacional pues todos los robos, atracos, asesinatos y hechos violentos de las últimas semanas dieron al traste con la realidad cotidiana de la nación. Y como es tradición, ante el aumento de esos hechos delictivos, el Poder Ejecutivo decidió continuar con la costumbre del cambio de jefatura cada dos años y barrer con el titular de la Policía Nacional y sus allegados.
El actual jefe de la Policía ha asumido el mismo discurso que todos sus anteriores, el cual se resume en: mano dura contra la delincuencia. La propuesta de todos los que ocupan ese puesto ha sido precisamente la misma. Entonces cabe hacerse una pregunta muy obvia: ¿el discurso de la mano dura ha reducido los niveles de violencia y hechos delictivos en República Dominicana? Esta pregunta tiene una respuesta evidente: no.
Y la razón es muy sencilla: la Policía Nacional por sí sola y por sí misma no puede reducir la criminalidad ni ser efectiva reduciéndola. Comenzando con que no tiene la preparación ni los recursos necesarios para brindar un servicio eficaz y respetuoso del Estado de Derecho a los ciudadanos. Los intercambios de disparos muestran la incapacidad de la Policía para detener a los presuntos delincuentes y gracias a esto contribuyen, en muchos casos, al rompimiento de la cadena de investigación de delitos mucho más graves. El muerto no puede hablar ni proveer informaciones que lleven a término las investigaciones sobre la ocurrencia de hechos delictivos.
Las detenciones arbitrarias e ilegales, así como la supervisión de vehículos, sobre todo en esquinas oscuras e inhóspitas, no contribuyen a reducir la inseguridad, pues la ciudadanía desconfía de los agentes de la institución ya que en cualquier momento y quizás sin razón alguna, el cabo, raso, teniente, capitán o coronel de turno, pueda ordenar estacionar para “revisar que todo está orden”.
Falta de oportunidades y empleos para la juventud, salarios indignos, el microtráfico y consumo de drogas, y la alienante sociedad del consumo desenfrenado que impulsa el actual sistema político y económico, son de las cuestiones que están en la raíz del problema. Y es por eso que el tema de la inseguridad ciudadana no puede abordarse por ninguna institución encargada de la seguridad pública como una guerra contra los otros
Estas prácticas contribuyen al aumento de la sensación de inseguridad ciudadana pues la misma no sólo se circunscribe a la delincuencia común sino también a la desconfianza de la ciudadanía en la Policía Nacional. El tufo trujillista es el principal escollo para que la Policía Nacional sea un instrumento efectivo en la reducción de la criminalidad.
Sin embargo, también hay que entender que la inseguridad ciudadana, que debe ser un tema central en las próximas elecciones, es producto de un conjunto de factores que escapan a la política reactiva de la Policía Nacional. Está ligada directamente a las inequidades e injusticias del sistema político y económico. Tan así que puede afirmarse que la criminalidad ha aumentado proporcionalmente a los niveles de desigualdad y pobreza que reproducen el modelo actual.
Falta de oportunidades y empleos para la juventud, salarios indignos, el microtráfico y consumo de drogas, y la alienante sociedad del consumo desenfrenado que impulsa el actual sistema político y económico, son de las cuestiones que están en la raíz del problema. Y es por eso que el tema de la inseguridad ciudadana no puede abordarse por ninguna institución encargada de la seguridad pública como una guerra contra los otros.
El discurso de guerra frontal de mano dura, de aumento de penas y restricción de garantías procesales contra la delincuencia común siempre tiene buena rentabilidad política por el populismo penal. Pero este discurso tiene como inconveniente el hecho de que desvía la atención de los principales problemas detrás del alto índice de inseguridad ciudadana y que son la raíz de ésta.
Por eso, más que un discurso de mano dura y populismo penal, tenemos que propulsar la transformación de la Policía Nacional, para que esta pase a ser un instrumento de política criminal preventiva, respetuosa de los derechos humanos, efectiva al momento de combatir de lleno el crimen, con recursos humanos capacitados y bien remunerados. Y al mismo tiempo, es imprescindible exigir políticas públicas dirigidas a generar empleos dignos y brindar oportunidades tanto laborales como educativas para la juventud.
Si queremos tener seguridad ciudadana, tenemos que dejar de lado el discurso de mano dura e impulsar políticas públicas destinadas mejorar la calidad de vida de la población a través de servicios públicos decentes, salarios dignos, la disminución sustancial de la pobreza y la reducción de la brecha de desigualdad.