La crisis política venezolana ha vuelto a ser noticia durante las últimas semanas. Volviendo a ser tema de comentario para muchos dominicanos. Y con ello, como durante las protestas luego de las elecciones ganadas por Nicolás Maduro el pasado abril, tenemos la oportunidad de vernos en ese espejo.
Como es natural, nadie –aunque se lo proponga- puede analizar este caso sin que le afecte su prisma ideológico. Esto es particularmente cierto en un caso con los antecedentes históricos y sociales de este. Por eso, muchos de los argumentos y contraargumentos que pasan por análisis de la crisis no son más que nuevas formas de expresar el acuerdo o desacuerdo con las políticas del gobierno. Esta es una trampa que debemos evitar, pues si ese es el punto de partida, entonces todo lo que hagan los afines –sean gobierno u oposición- nos parecerá justificable.
Puestos ante una situación con estas características, lo importante es tratar de buscar terrenos de acuerdo. Es decir, aquellas cosas que, sin importar las inclinaciones políticas, todos los demócratas entienden que deben ser preservadas. Me refiero a las reglas de la democracia y la necesidad –y responsabilidad- del diálogo. Algo que ninguna de las partes parece estar haciendo.
De hecho, entiendo que la principal causa de la crisis es la incapacidad del gobierno y la oposición de entender que en una democracia es necesario aceptar al otro como interlocutor constante. En el caso venezolano, parece confirmarse que unos no saben perder y los otros no saben ganar. Comenté en mi artículo “En el espejo de Venezuela” de mayo del año pasado que: “ni el vencedor debe olvidar que la conciliación es su responsabilidad, ni el vencido debe pretender desconocer los resultados que no le permitieron alcanzar la Presidencia”.
Ha pasado casi un año y ninguna de las partes ha asumido su papel. Ambos insisten en jugar al todo o nada, algo sumamente peligroso para una democracia.
Y lo es porque ninguno de los bandos enfrentados quiere reconocer las legitimidades que asisten al otro. La oposición venezolana (y con este término me refiero a la oposición política organizada, no a los ciudadanos de a pie) no reconoce los triunfos electorales del chavismo. Su manejo e instrumentalización de las protestas estudiantiles son una repetición de lo ocurrido el año pasado. Básicamente, salir a la calle a intentar lograr por medio de protestas lo que no se logró por las urnas.
Esta lógica del “si no gano, arrebato” –muy común dentro y fuera de los partidos en nuestro país- es un serio atentado al fundamento mismo de todo sistema democrático. Tienen razón los que dicen que la democracia no se limita a celebrar elecciones, pero sin ellas tampoco puede existir. Siempre que la vía electoral esté abierta, y en Venezuela lo está aunque algunos insistan en lo contrario, la forma de remover gobiernos es ganarles elecciones.Un derrotado electoral que pretende forzar el desconocimiento del mandato de las urnas es tan peligroso para una democracia como un gobernante autocrático.
Lamentablemente, en Venezuela ese parece ser el caso. Las protestas estudiantiles iniciales tenían como objetivo principal un reclamo de seguridad ciudadana. Algunas fueron violentas –por lo menos eso dice el alcalde opositor de Chacao- y fueron reprimidas con violencia injustificada por las fuerzas de seguridad ciudadana.
Hasta ahí nada parecería fuera de lugar en ningún país de América Latina, o los alrededores de la UASD. Buenos ejemplos, justo el año pasado, fueron Colombia con las protestas agrarias y Brasil, con las protestas contra los precios del transporte urbano.
Pero en Venezuela las protestas y la causa de los estudiantes fueron cooptadas por un grupo extremista dentro la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) para exigir la salida del gobierno. Esto sólo ocho semanas después de que el partido gobernante le sacó once puntos de ventaja a la MUD en unas elecciones municipales que se celebraron en todo el territorio venezolano.
¿Es esto leal con la democracia? ¿Es lo mismo protestar en contra de las políticas del gobierno, que procurar sacarlo del poder instrumentalizando protestas que no tenían ese objetivo? Salvando las enormes e insuperables distancias entre el gobernante venezolano y Bosch y Allende, lo mismo ocurrió en nuestro país en 1963 y Chile en 1973. Tampoco debe olvidarse un ejemplo que en Venezuela tiene mayor importancia: abril de 2002, cuando algunos de los mismos protagonistas de hoy usaron los mismos mecanismos para dar un golpe de Estado.
Los sistemas democráticos exigen que las urnas se respeten. Las elecciones son válidas también cuando se pierden. La salida a una crisis de esta naturaleza tiene que ser siempre electoral. Las manifestaciones deben tener como objetivo cambiar las acciones de los gobiernos, no cambiar los gobiernos. Por ejemplo, una de las virtudes de las protestas de finales de 2012 en República Dominicana fue el hecho de que en las mismas no se exigía una salida del gobierno, sino un cambio en las políticas públicas.
Habiendo establecido las taras que en este momento demuestran los que no han sabido perder, es importante señalar las de los que no han sabido ganar.
Desde la distancia parece obvio que Nicolás Maduro no está a la altura de Chávez, y que las carencias de su gobierno han creado una situación económica y social que requieren de una madurez política que le hace falta. Un proyecto que se dice revolucionario no debe repetir algunas de las más nefastas prácticas del autoritarismo latinoamericano. La represión policial contra las protestas pacíficas es inaceptable. Que las protestas de los primeros días hayan estado marcadas por actos de violencia no justifica en ninguna medida la forma en que han actuado las fuerzas de seguridad en las semanas siguientes. Sobre todo por las acciones de grupos armados paramilitares, que no tienen lugar en una democracia.
Gobernar una sociedad democrática no está supuesto a ser fácil. Sobre todo –y en esto tienen razón los críticos del gobierno venezolano- porque la democracia no se acaba el día de las elecciones. Con esto no quiero decir que los actos que buscan desconocer elecciones democráticas deben ser aceptados, pero sí que hay que distinguir entre estos y las protestas legítimas. Ese derecho de poder decirle al poder lo que no quiere escuchar es un elemento fundamental de la democracia.
Maduro no debió esperar a que la situación llegara a este punto. Tiene la obligación, como gobernante, de mantener un estado de diálogo permanente con la sociedad. El extremismo de Leopoldo López ha encontrado su caldo de cultivo precisamente en la cerrazón de un chavismo que cree que las elecciones lo justifican todo.
Maduro no es un dictador, pero no parece entender plenamente las responsabilidades que la democracia le impone, en ese sentido es muy parecido a los que propugnan por el desconocimiento de las elecciones. Y ambas cosas son peligrosas e inaceptables.
Tanto el gobierno como la oposición organizada le están fallando al pueblo venezolano, que está compuesto por chavistas, antichavistas y personas a las cuales los dos les resultan indiferentes. Se impone el reconocimiento de todas las herramientas de la democracia. Incluyendo las elecciones –aunque se pierdan- y el diálogo –aunque no nos guste-.
La alternativa es peor que cualquiera de las cosas que hemos visto hoy. Imaginémonos por un momento que se obliga a Maduro a renunciar. ¿Quién lo sucederá? Le corresponde a su vicepresidente Jorge Arreaza, yerno de Chávez. Si no se acepta esto ¿quién?¿Se disolvería todo el Poder Ejecutivo? ¿Se dejaría la Asamblea Nacional en manos de Diosdado Cabello? Si no es así, ¿se celebrarían elecciones? ¿Dejarían participar al chavismo? ¿Qué pasa si participan y vuelven a ganar? Pero además, la pregunta más importante de todas ¿qué piensan que harán los votantes del chavismo, cuyo sufragio se habrá irrespetado y que habrán visto cómo se acepta la calle como sustituto de la urna?
Venezuela sufre, como nuestro país, de una falta de cultura del diálogo democrático. Su caso es más extremo, pero en nuestro país los “que se calle, y punto” y las descalificaciones –y recientemente amenazas- del adversario están a la orden del día. Si queremos ver dónde lleva esto sólo tenemos que ver al otro lado del Mar Caribe. Tiempo tenemos para evitarlo, y la advertencia de ejemplos actuales.