Juan Villoro diría que Pep Guardiola aprendió de su padre, de oficio albañil, a consolidar sus equipos. Lo cierto es que el Barcelona que dirigió entre el 2008 y el 2012 era, con perdón del lugar común, una aplanadora. En aquellos años dorados, el club tuvo que mandar a ampliar la sala de trofeos, el sobrecupo era alarmante; ya lo sabemos: un par de Champions y varias Ligas de España y Copas y Recopas y Súper Copas y etcétera. Lo mejor de ese Barcelona, era el cómo jugaba, con clase, con la alegre costumbre de atacar… Todos queríamos ver sus partidos. Aquella base de jugadores (con los refuerzos de Iker Casillas y Sergio Ramos del Madrid) también sirvió para que la selección española tuviera un reinado en ese mismo periodo, ganando dos Eurocopas y el Mundial en Sudáfrica.

Los envidiosos han dicho que aquel Barça, plagado de luminarias (Messi, Xavi, Iniesta, Eto’o, Pujol, Piqué…), podía dirigirse a control remoto y remachaban que el verdadero mérito había sido del holandés Frank Rijkaard, que había dejado un andamio sólido. Además de las técnicas de construcción heredadas de su padre, tuvo a otro maestro incomparable, Johan Cruyff, quien lo nombrara capitán a inicios de los noventa, cuando empezó la tradición blaugrana de quedarse con la Orejona.

Casi nadie recuerda que el catalán, después de haber dejado sus mejores años en el equipo de sus amores y, luego de un periplo más amargo que dulce por Italia (lo acusaron de dopaje y no le fue fácil conseguir su absolución), colgó los botines en un lugar más conocido por sus noticias funestas que por la pasión futbolera: Culiacán, Sinaloa. En esa tierra caliente, que prefiere los batazos a los tiros al arco, Pep siguió derrochando su clase en el medio campo, pese a las lesiones, pese a haber jugado poco. Tiempo después, el gran Diego también vendría a entrenar a los Dorados y casi hace la hazaña de llevarlos a la máxima categoría; aunque esas son harinas de otros costales.

¿Acaso también le envidian su porte de galán de cine? Luego están sus maneras correctas y sin exabruptos. Recuerdo que, si Mourinho, «el villano» que dirigía al Madrid, le decía lo indecible, él solía esquivar los insultos con la misma elegancia con la que eludía contrarios en la cancha. Algunos agregarían que además de apuesto (característica que quizás haya sumado a algunas mujeres a la causa del balompié. ¡Los estereotipos llegaron para quedarse!) se ha preocupado por aprender idiomas. Por ejemplo, en su estancia en Múnich ya se comunicaba en alemán con jugadores y aficionados. Lo mismo ocurre ahora, no necesita intérpretes y se dirige a todos en inglés…Qué tipazo dirán otros.

Sus detractores lo apuran a que gane la Champions League, puesto que ni con el Bayern Múnich, ni con el Manchester City había podido llegar a las finales. El City, equipo de orígenes humildes, cuyos aficionados eran en su mayoría obreros de aquella ciudad inglesa, hoy puede jactarse que sus dueños tienen tanto dinero que viven en castillos de oro, inspirados de Las Mil y Una noches. ¿Ese montonal de plata que los jeques han gastado en jugadorazos le permitirá a Míster Guardiola conquistar el torneo más codiciado a nivel de clubes? Veremos que dice el Chelsea.

¿Será el triunfo en la Champions la cereza en el pastel (otro cliché) de una temporada de ensueño en la que ya obtuvieron la Liga y la Copa? El 2021 ha sido un año rebosante de victorias; sólo han perdido siete juegos, aunque ¡Ojo!, en dos de dichas derrotas, el Chelsea fue el responsable. El sábado lo sabremos. Después de todo, el entrenador no juega (otro lugar común) sólo se come las uñas desde el banquillo, grita indicaciones que nadie escucha y se muerde las ganas de fumar, hoy prohibido por los «bien portados» de la FIFA.

Ya para concluir, nada mejor que invocar a Galeano, el uruguayo mencionaba que al entrenador le piden milagros, resistencia y obvio, resultados: «Los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi».