La crisis sin precedentes generada por el coronavirus nos ha llevado a reflexionar sobre lo frágil que es la vida y cómo podemos perder la normalidad cotidiana, con todas las comodidades y seguridad que esto implica, en cuestión de días. Otra cosa en la que debemos reflexionar en esta crisis es en la importancia de tener un gobierno eficiente, conducido por personas capaces y honestas. De una vez y por todas, debemos entender que la certeza de aquella frase de que “el gobierno es un mal necesario”, es mucho mas evidente en tiempos de crisis. La realidad es que, diariamente, desde la calidad del aire que respiramos hasta la tranquilidad con que podemos irnos a dormir por las noches, tiene que ver con decisiones gubernamentales.
Pero todos los gobiernos no son iguales, pues reflejan las fortalezas y debilidades de las personas que están a su cargo, y en tiempos de crisis, esto puede hacer una diferencia de vida o muerte. Tener a Donald Trump, un individuo insensible, irresponsable y que no tiene ninguna vocación, preparación, ni capacidad para el servicio publico, ha sido lo peor que nos podía pasar en estos momentos, no solo a los que vivimos en Estados Unidos, sino a todo el resto del mundo.
La forma caótica en que el señor Trump ha manejado el gobierno durante tres años se ha hecho mas evidente durante la pandemia del coronavirus. Desde que el mundo se enteró del brote viral, Trump hizo un esfuerzo evidente por desacreditar la seriedad del caso, y se mostró mas preocupado por lo que esto pudiera provocar en el mercado que por la salud de la población. Comenzó a dar opiniones infundadas e irresponsables de que el virus se debilitaría con el calor, entre otras declaraciones sin fundamento y fracasó en tomar las medidas que ameritaban la amenaza de pandemia, como lo habían hecho administraciones anteriores. Los gobernantes tienen que aprender y mantener las cosas buenas de sus predecesores y corregir las malas. Por su forma de hacer las cosas, Trump perdió un tiempo precioso en tomar las decisiones que pudieron ahorrarle al mundo, o por lo menos mitigado un poco mas, esta terrible situación.
Recordemos que luego de la forma caótica con que la administración de Bush respondió al huracán Catrina por parte de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias -FEMA-, el presidente Barak Obama aseguró que, en vez de nombrar a un amigo, como había hecho Bush, el director o directora de dicha agencia fuese una persona experta en la materia.
La misión de la administración de Trump, por el contrario, ha sido desbaratar todos los avances que se habían logrado antes, desde la educación, la salud, hasta el medio ambiente. Es decir, su filosofía es la de establecer un anti-gobierno desde el gobierno, y esto es fatal para la población.
Recordemos que cuando el brote de Ébola en África, un virus tan o mas terrible que el coronavirus, amenazaba con convertirse la pandemia, inmediatamente la administración de Obama lo catalogó como un asunto de seguridad nacional. Y en verdad, ¿qué puede ser mas importante para la seguridad nacional que una amenaza de pandemia? Obama respondió inmediatamente con la creación del Equipo de Seguridad de Salud Global en el Consejo de Seguridad Nacional para prepararse, ayudar a detener la amenaza del Ébola para el mundo y como resultado, se logró parar esa plaga.
Trump en cambio, en mayo de 2018, decidió disolver el equipo creado por Obama, alegando que “es una persona de negocios” y no le gusta tener demasiadas personas empleadas cuando no la necesita, insinuando que no pensaba que una pandemia era algo posible, a pesar de que los científicos vienen advirtiendo sobre esto durante décadas. Si el gobierno de Estados Unidos gasta 934 mil millones preparándose para guerras, lo menos que puede hacer es invertir en mitigar el impacto de amenazas de salud que pueden crear caos equivalentes y hasta mayores que las guerras.
Está claro que las acciones gubernamentales en China, Italia, España, Brasil, Alemania, Francia, el en Estado y la ciudad de Nueva York, han tenido algo que ver sobre la magnitud del impacto que el virus ha tenido en esos lugares. Y en el caso del gobierno federal de Estados Unidos, por su papel geopolítico mundial, recae la mayor responsabilidad. Pero eso es tan funesto, que tengamos a un individuo que no tiene la menor idea de cual es ese papel en la Casa Blanca.
Para los que conocían a este personaje, recuerdo que el ascenso de Trump a la presidencia parecía inverosímil. Muchos se consolaron con un dicho popular de que “el gobierno de los Estados Unidos había sido inventado por genios para que pudiese ser manejado hasta por idiotas.” Pero esta crisis, y otros entuertos de esta administración, han demostrado que no es así. La calidad de un gobierno, y de sus gobernantes, hace la diferencia entre vivir mal y bien en un país.
La elasticidad de su Constitución le ha permitido a Estados Unidos reajustarse a las circunstancias que le imponen los tiempos, logrando en gran medida su estabilidad mediante el fortalecimiento y respeto a las instituciones y a las buenas tradiciones. Pero los tiempos de crisis nos ponen a prueba y nos emplazan a reflexionar sobre lo importante que es tener personas honestas y preparadas para el servicio publico en el gobierno.
Como la política es una carrera tan liberal, es natural que muchos charlatanes crean que deben ser ellos los que gobiernen, y ciertamente la democracia debe permitir ese libre ejercicio. Sin embargo, es responsabilidad de la población, de cada individuo, entender que, a pesar de su mala reputación, el gobierno es esencial para el bienestar de nuestras vidas. Hay que invertir un poquito de energía y tiempo en escoger a quién le daremos el poder.
Es indiscutible que han sido el liderazgo de los gobiernos estatales y municipales (¡Que viva el federalismo!), y las acciones de la ciudadanía, que ha entendido la magnitud de esta crisis y ha asumido el distanciamiento social, las mejores armas para mitigar el impacto de la pandemia. ¡A ellos debe ir nuestro agradecimiento! Se que vamos a superar esta crisis y que estaremos mejor preparados para seguir adelante.
Fernando Aquino es profesor Adjunto de Lehman College y reside en la ciudad de Nueva York.