Otra década pérdida. Durante una reciente entrevista virtual, el expresidente chileno Ricardo Lagos resumía su análisis sobre la situación social y económica de América Latina en la actualidad con esta expresión. La región despide el 2020 sumida en una crisis sociosanitaria de escala mundial y un elevado índice de desocupación laboral, provocada por las medidas restrictivas a las que sucumbieron los gobiernos para controlar el COVID-19.

Sin embargo, en el caso concreto de la República Dominicana podríamos realizar una lectura alternativa. 2020 ha sido el año de las oportunidades y de una reflexión colectiva sobre el posible rumbo ético que queremos para nuestro país. Las preocupaciones éticas marcaron el año, sobre todo en la gestión pública, tanto así que despedimos el 2020 pasando una factura judicial a un pasado y presente gubernamental de cuentas no muy claras o transparentes.

Pero la visualización de la ética y su demanda en el ámbito público representaría una mirada miope si pasamos por alto la ética privada. La transparencia en el ámbito público sería una consecuencia natural de una cultura fundamentada en el razonamiento ético.

Por tanto, la profundización en mecanismos para garantizar un accionar público con sentido ético deben venir acompañadas del resurgir del heroísmo cívico. Por ejemplo, negarse a ser receptor de dádivas, de un tratamiento preferente cuando ya se pertenece a una clase artística privilegiada, en momentos de crisis, es un acto heroíco al que nos hemos desacostumbrado pero de los cuales está llena historia, cuando es mirada con optimismo.

La región amerita ejemplos de heroísmo cívico, y en consecuencia no se trata solo afianzar la ética pública sino también la ética en el ámbito privado. Administraciones Públicas apegadas al imperio de la ley, a la garantía de los derechos fundamentales, al control jurisdiccional de los poderes públicos y de la separación de poderes pueden ser resultado del afianzamiento del comportamiento ético en la cotidianidad del ámbito privado.

Recobrar el heroísmo como valor fundamental en nuestras sociedades latinoamericanas, en la década de los conejos malos, del “negrito ojos claros”, de las letras que denigran la existencia humana a los instintos más primitivos, constituye una tarea urgente a la cual Estado y sociedad han de avocarse juntos para no seguir repitiendo en bucle otras décadas perdidas.