La fragmentación poética y narrativa construye, desde la perspectiva del recordar, un enmarque de lenguaje y posicionamiento de voz que podemos observar en el orden polifónico del texto en cuestión. Otoño…y después Otoño corresponde a una  estructura-función narrativa que se define en sus marcos y ritmos de expresión. La evocación del poeta permanece en la tradición del hablar o narrar poéticos de la tradición textual hispanoamericana.

Esta visión la engendra Pedro Mir en su poética testimonial y en su universo de representación; lo que produce y acentúa la misma línea cardinal que orienta y justifica el fraseo verbal elíptico y el fraseo verbal analítico, en cuya experiencia enunciativa se hacen visibles las situaciones propiciadoras del relato-testimonio y sus dimensiones textuales.

El argumento discursivo del orden poético participa en el concepto de obra-tiempo y de obra-memoria. Ambos modos de percibir el texto artístico-verbal, orientan percepciones de vida y huella del sujeto en la historia y la literatura, toda vez que las imágenes legibles en la experiencia de creación de nuestro autor generan explicaciones contingentes de lo literario.

En efecto, podemos observar un comportamiento cultural y poético en las líneas del relato que presenta Pedro Mir en los focos dinámicos de narración, asumidos desde la práctica sensible y memorial de la historia-literaria. Es desde sus claves como nacen las posibilidades de una visión exploratoria del orden cultural de los signos humanos, geográficos y artísticos que aparecen en la obra de nuestro autor.

Así las cosas, el texto se ordena como suma de ritmos y poetemas generadores de acentos significativos, posicionados en las claves signográficas, legibles en este libro de Pedro Mir. El marco de núcleos y fórmulas poético-narrativas, advierte al lector sobre las huellas e indicios que poco a poco adquieren valor como forma y significación en el relato:

“Si el Viejo se había detenido en aquella página se debió al efecto paralizado de ciertos versos donde cualquier persona impertinente habría podido leer mirando por encima de sus hombros

Te recuerdo como eras en el último otoño

Eras la boina gris y el corazón en calma

Y aunque lo más probable es que el viejo los hubiera leído por milésima vez y por tanto debieron haber perdido para él ese resplandor que pierden los versos arrastrando interminablemente como un vidrio sobre la playa por el vaivén incesante de la lectura su cabeza otoñal se echó hacia atrás y se entregó a la doble fruición de la evocación y del pensamiento como si los leyera por primera vez debido al súbito retorno de una imagen real suscitada en su mente por la simple vibración de la palabra otoño pues por estos lares no ronda esa estación sino una vaga leyenda amarilla siempre arrebatada por ventolinas vertiginosas según cuentan las páginas curiosamente llamadas hojas acaso por la misma circunstancia amarilla de ciertos libros recuperados de un antiguo anaquel mientras un verano eterno sigue cumpliendo aquí sin darle paso a ninguna otra estación sus normas de verdor implacable por ciudades y campiñas y resulta que también él como el poeta del libro abierto aún sobre sus piernas recordaba a una distante amiga como era en aquel último otoño” (vid. pp. 45-46).

Justo en “aquel último otoño” Pedro Mir se deja leer como “el poeta del libro abierto” en la misma pauta de escritura, donde evoca tradiciones y momentos de esperanza lírica, épica y dramática. Se trata de una cosmovisión asumida como tiempo-espacio del poema, como obra que unifica intuición, poesía y pensamiento.

Tal y como se puede advertir en el fragmento anterior, lo poético y lo narrativo son dos condiciones y cualidades articuladas y consolidadas en la obra de Pedro Mir. Pero esta oposición, conjunción y pronunciamiento de lenguaje atilda sobre la escucha poética del texto que evidencia su valor estético-literario en el proceso mismo de interpretación de cardinales de creación. El libro, en este caso, se transforma en gesto de natura y cultura. El viejo-otoño ordena una visión y un fondo humano confluyente en el libro como símbolo abierto a la mirada.

“…y por eso el libro cayó de sus manos por el efecto paralizador del recuerdo siempre acompañado de ese esfuerzo profundo sin duda necesario para hacer retroceder el tiempo obligándolo a marchar hacia atrás con la dificultad natural de todo mecanismo forzado a funcionar al revés y destrozando su marcha acostumbrada y fue así como su imaginación voló a través de los párpados entornados hacia aquel otro otoño donde moraba sus fugaz amiga perpetuada como había sido entonces con la misma bufanda robusta en torno a su cuello delgado aunque no necesariamente con una boina gris y menos un corazón en calma…” (Vid. p. 46).

En efecto, tanto la fluencia simbólico-verbal y los esquemas rítmicos del texto activan una sensibilidad generadora de sentido y visión textualizada como voz y experiencia espacio temporal:

“… porque su otoño no era gris como suele serlo la primavera ni siquiera amarillo como cuenta la leyenda porque es hijo del verano a su vez hijo del sol y éste siempre se vuelve amarillo de oro cuando se retira para dar paso al otoño dejándole en herencia un sol mortecino que se extiende por todo el follaje mezclándose con la savia de los árboles convirtiendo el paisaje otoñal en un incendio rojo profundamente rojo delirantemente rojo donde las piedras blancas se convierten en piedras rojas y envolviendo a las hojas en sus llamaradas y a los corazones en sus desbordamientos y poniéndose cada vez más rojo a medida que avanza la estación y como que la intimidad de las personas sufre inevitablemente la acción de estos cambios sucesivos de escenario ella llevada en medio de aquellas inmensas cortinas rojas no una boina gris sino un corazón de fuego” (p. 47).

Es importante señalar que el nexo “y” que como categorema textual enlaza con los demás textemas de conformación, también se consolida la historia-movimiento que asume Pedro Mir. La metáfora-tiempo y la génesis figural que se produce en su narrativa, generan en proceso un mundo de leyendas y fuerzas pensadas como claves de reconocimiento, motivo, presencia y actitud en el orden tropológico del relato.

En este sentido, el siguiente fragmento complementa y construye el momento de vida y memoria que se ajusta a su propósito poético-narrativo:

“y afortunadamente aquella redun-

dancia roja hizo posible una amistad muy conversadora por-

que en una ocasión ella dijo

Ustedes los antillanos están emparentados con el otoño por-

Que ambos son descendientes del sol

Y esto le hizo a él mucha gracia porque

Somos una familia tan desunida que ni siquiera nos conoce-

mos

Le dijo y eso también la hizo reír  a ella y así las tardes las ma-

ñanas los mediodías comenzaron a desfilar por sus conversa-

ciones entre las hojas rojas y las sendas llenándose de

historias narraciones desenlaces y descripciones sin fin donde

circulaban criaturas y conflictos por calles y caminos de esta

lejana antilla y todo esto iba directamente encaminado hacia

El amor porque no solamente se ama a las personas cuando se  las conoce y se intima con ellas sino también a los países los mares los archipiélagos y ella se deslizaba suavemente hacia el Mar Caribe arrastrada por la onda narrativa y la corriente amorosa imaginándose descalza y saltarina de isla en isla hacia llegar a aquella denominada una vez orgullosa aunque fugazmente LA ESPAÑOLA por sus descubridores fascinados…” (Vid. pp. 47-48).

La evocación como pronunciamiento poético del recordar orienta la conexión entre voz, tiempo y persona en la gramática narrativa de nuestro autor, toda vez que las soluciones y formas de significación, engendran en la estructura de superficie del texto un núcleo de imágenes expresivas, sorprendentes por sus estados y fórmulas poético-verbales surgentes de la cardinal cohesiva del texto.

El nivel de interpretación y comprensión que sugiere y pone a prueba el texto en cuestión, encuentra en los diferentes  puntos del escenario, un grado de significación de la diferencia antropológica marcada por la relación sujeto-historia, sujeto-narración, sujeto-acción y sujeto-alteridad; lo que propicia un estado de generación impuesto como visión y memoria de escritura.