Tras el anuncio de la muerte de Osama Bin Laden, las reacciones de júbilo en diversas ciudades estadounidenses no se hicieron esperar. En medio de tanta celebración, a muchos les cuesta detenerse y comprender que, aun con la eliminación de Bin Laden, movimientos extremistas continuarán siendo un peligro para la humanidad. Las implicaciones de su muerte circundan diversas áreas: el surgimiento de un nuevo liderazgo dentro de su organización terrorista, la posible contraofensiva de Al-Qaeda y sus afiliados, las relaciones bilaterales Estados Unidos – Pakistán, así como la estrategia estadounidense en Medio Oriente son algunas de las incertidumbres que sólo serán despejadas tras el correr del tiempo.

Con relación a la sucesión en la "jerarquía yihadista" mundial, figuras como Ayman al-Zawahiri y Anwar al Awlaki representan una garantía de continuidad de la radicalización del Islam. Según el Departamento de Estado norteamericano, al-Zawahiri suplantó hace años a Bin Laden como el comandante estratégico y operacional de Al-Qaeda. A al-Zawahiri le ha sido atribuida la creación de la línea ideológica de esa organización terrorista, además de ser catalogado como el cerebro detrás de las operaciones terroristas ejecutadas por la misma. La férrea persecución de Bin Laden tras el 11 de Septiembre, no le permitieron mantener el control táctico, operacional y estratégico de Al-Qaeda, situación utilizada por al-Zawahiri para empoderar su figura dentro de la organización. Esto sólo pone en evidencia una triste realidad: Al-Qaeda y sus afiliados continuarán planeando atentados, como lo han estado haciendo desde hace tiempo, sin la autorización, dirección o control de Osama Bin Laden.

Y no es que la muerte de Bin Laden sea insignificante, pues la relevancia de su carisma dentro de sus seguidores, su liderazgo y su figura como motivador espiritual extremista no ha sido alcanzada ni por el mismo al-Zawahiri. Por consiguiente, su muerte representa un "shock" instantáneo a su organización terrorista, pero uno que eventualmente será superado porque el funcionamiento de Al-Qaeda dejó de ser dependiente de Osama Bin Laden a principios de la década pasada. Si ha esto le sumamos la mis-interpretación que extremistas le dan al  "Martirio" (Martyrdom, vocablo anglo utilizado por organizaciones anti-terroristas norteamericanas), la muerte de Osama Bin Laden lo convierte ante los ojos yihadistas en un combatiente formidable, merecedor de veneración. Esto último de seguro servirá de aliciente para la inmortalización de su imagen e ideología dentro de los círculos radicales alrededor del mundo, no exactamente lo que muchos deseamos.

Con su muerte, lo que ha desaparecido es el símbolo, esa cuasi-deidad que representaba para los yihadistas la encarnación de su lucha en un hombre. Un golpe fuerte, de seguro, pero no lo suficiente para desarticular una organización que ha crecido mas allá de sus fronteras y que ha descentralizado sus actividades. De hacer sucedido hace 10 años, la muerte de Bin Laden hubiera puesto en serios aprietos al desarrollo de esa organización. Pero hoy, y como consecuencia de la persecución a sus principales figuras, Al-Qaeda opera a través de células independientes, interconectadas de manera coyuntural pero homogéneas en su estructura de mando. Incluso, en algunas ocasiones, lo único que ata a nuevas células extremistas con Al-Qaeda es la ideología que ha inspirado la creación de las mismas, mientras sirven como plataforma para lo que auto denominan como "guerra santa".

Afiliados de Al-Qaeda, como Al-Qaeda en la Península Arábica (AQAP, con base en Yemen), Lashkar-e-Taiba, diversas células terroristas en el oeste de Europa, entre otros, han probado tener los recursos, logística y capacidad operacional para planear y ejecutar ataques estratégicos dentro y fuera de sus fronteras. Ilustrando esta nueva realidad, quedan como evidencia atentados como la bomba en la ropa interior de un joven en un vuelo con destino a Detroit, la detección de dos cartuchos para impresoras cargados de explosivos y destinados a vuelos de carga hacia la ciudad de Chicago (ambos fueron operaciones de AQAP), así como los atentados terroristas en Inglaterra y España.

Asimismo, AQAP, brazo de Al-Qaeda que se ha desarrollado como un torbellino bajo las ordenes de un asistente personal de Osama Bin Laden,  Nasser al Wahaysi, teniendo como líder espiritual a Anwar al Awlaki, ha tomado tal protagonismo que sus actividades preocupan día tras día a las diferentes agencias de inteligencia estadounidenses. Sus tentáculos, ya sean directos o mediante inspiración ideológica, han llegado hasta las costas de los Estados Unidos, como lo evidencia el ataque de Fort Hood, Texas.

Por su parte, la posible contraofensiva extremista no debe tomar a nadie por sorpresa. No cabe dudas que los yihadistas buscaran vengar la muerte de Osama Bin Laden. Las alertas para viajeros estadounidenses, así como el alto estado de seguridad en bases militares, embajadas y consulados norteamericanos son evidencia de que represalias, más que posibles son casi inminentes. En ese sentido, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Leon Panetta, declaró públicamente que era "casi seguro" que Al-Qaeda y el Talibán intentarán tomar venganza tras la muerte de su líder.

Aun así, el operativo que conllevó a la muerte de Osama Bin Laden ha servido de catalizador mediático para la Casa Blanca. En ese sentido, el ajusticiamiento del líder de Al-Qaeda responde a la necesidad mediática del gobierno norteamericano de exhibir ante los ojos del mundo que cualquier acto terrorista no quedará impune. Ante la opinión pública, especialmente a nivel local, el gobierno de Obama puede acreditarse un punto a favor, dejando detrás un sentido de que uno de los objetivos de la intervención se ha logrado. Además, esta exitosa operación de la CIA y fuerzas especiales de la marina (Navy Seals), permite subrayar la eficiencia del sistema de inteligencia, cuya efectividad había sido cuestionada desde aquel fatídico 11 de Septiembre. La circunstancias presentadas eran perfectas para una reivindicación, aun fuere moral.

No obstante, desafortunadamente, la amenaza terrorista es y seguirá siendo parte de nuestra cotidianidad a corto y mediano plazo. Gobiernos autoritarios, la desigualdad social, la discriminación y los altos niveles de pobreza en las áreas del mundo más vulnerables a la retórica terrorista permitirán que la ideología extremista encuentre tierra fértil para poner a germinar sus semillas. Mientras esos males no sean erradicados, el potencial de que surjan nuevas células terroristas seguirá latente. Y he allí, tal vez, el mayor legado de Osama Bin Laden. Aun sin controlar su organización, este individuo logró motivar e inspirar a jóvenes en diversas áreas del mundo a unirse al Yihad. Ahora, y con tristeza lo admito, hará lo mismo, pero desde su tumba.

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