Como bien sabemos, el pasado es el más patente, aunque inasible, de los tres estadios del tiempo: pasado, presente y futuro. Tanto así que a Dios le está vedado cambiar el pasado. El presente es efímero, la interfaz difusa de pasado y futuro. Cada minuto del presente se vuelve pasado y el minuto siguiente es futuro como lo fue en su momento el anterior. El futuro lleva en sus entrañas al indefinible destino, a veces encantador, otras veces cruel.

De ahí que solamos impresionarnos por ciertos desenlaces del destino, graficados con expresiones como “¡cosas del destino!”, “¡cosas del futuro incierto!”, “¡cosas del mañana!”. Y sus tratadas crueles son las más recordadas, y quizás por ello se suele hablar del “destino cruel”.

¡Qué crueldad la del destino cuando un grupito de combatientes de la revolución de abril de 1965 aplicamos “perdón de la vida” en vez del “pena de la vida” a dos espías cuya labor ponía en riesgo a miles de personas y/o a una causa; y que a la vuelta de 10 años asesinaron a Orlando Martínez!

Desde el comando central constitucionalista ordenaron eliminar a Freddy Lluberes, conocido por nosotros como “Freddy Social Balazo” y/o “Freddy Social Pistola”, y a Pou Castro, conocido en el barrio como “Ñoñó”

San Carlos. Corría finales de junio de 1965. Vivíamos presionados por informes de preparativos de las tropas estadounidenses y las dominicanas “leales” para atacar y tomar la zona constitucionalista, semanas después de la “operación limpieza” en la zona Norte por las “leales”, asistidas por las estadounidenses, y que finalizó con la derrota de los nuestros; y varios días después de ataques a nuestra zona y avances el 15 y 16 de junio por las tropas estadounidenses.

Desde el comando central constitucionalista ordenaron eliminar a Freddy Lluberes, conocido por nosotros como “Freddy Social Balazo” y/o “Freddy Social Pistola”, y a Pou Castro, conocido en el barrio como “Ñoñó”, ex miembro del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) del tirano Trujillo y oficial de la aviación militar “en desgracia”.

Desde días antes se sabía que subían al techo de la casa donde vivía Ñoñó, la de su hermano Tito Pou y su esposa, en la calle Abreu esquina callejón Abreu, y que tomaban fotografías y a veces hacían mímicas, al parecer claves de comunicación como parte de lo que para la época denominaban “una cadena”, más bien, transmisión de mensajes mímicos a un “relevo” que lo enviaba a otro, etc. Freddy Lluberes residía con sus padres en la Delmonte y Tejada 89, a cinco casas de la mía.

Vivíamos tan ajenos a esos asuntos ocultos que nos enteramos un día antes de la orden de eliminarlos simuladamente y me lo informaron porque al día siguiente sería el jefe del grupo de servicio en esa área, pero como Freddy había sido compañero barrial de muchos de nosotros casi desde su infancia, decidimos, luego de diversas discusiones de grupo, que se le informara la orden para que abandonara la zona. Así salvó su vida.

Y como “Ñoñó Pou” era hermano del apreciado Tito Pou y, por lo demás, porque durante su pertenencia al siniestro SIM no participó en represalias en San Carlos y tuvo a bien avisar a antitrujillistas antes de operativos del SIM en el área, los principales de nuestro comando Avanzada A –yo era el tercero en orden piramidal de mando y me apodaban “Sargento”- decidieron apresarlo y entregarlo al comando central militar que estaba frente al lado sur del parque San Carlos.

Los dos comandantes, Emilio Herasme Peña, del Movimiento 14 de Junio, y José Campo Chestaro, del Movimiento Popular Dominicano (MPD), yo y uno que otro oficial militar dirigimos el operativo que había sido zanjado con el mando militar de apresarlo y llevarlo por la calle Peña y Reynoso hasta el comando militar, pero en caso de que se resistiera con violencia sería abatido.

Ñoñó Pou tenía fama de rebelde y valiente. Dos voluntarios, Manolo Jesurum (El Indio) y Rafael Hidalgo, quedaron a cargo de conducirlo por la calle Peña y Reynoso bajo la condición de sólo dispararle si él se tornaba violento, como era de esperar de parte de un tíguere de su catadura…

Hidalgo le tenía un odio particular, por lo que lo provocó de palabras mientras le apuntaba con un fusil máuser pequeño a sus espaldas y, efectivamente, Ñoñó se detuvo y se viró con cara de fiera. En eso Hidalgo, que tenía sobado su fusil, volvió a sobarlo, que era la señal convenida antes de dispararle, pero en eso el comandante Chestaro y yo intercedimos por él. Bastó decirle:

-¡Ñoñó, sigue que te van a matar!

Y siguió.

Y 10 años después, en 1975, Ñoñó Pou Castro fue el oficial comandante del grupo que asesinó a Orlando Martínez, operativo criminal en el que Freddy Lluberes fue pieza clave: había amistado con Orlando y por eso le hizo detenerse en la calle José Contreras, frente al lado norte de la UASD.

Cincuenta años después de 1965 y cuarenta años después de 1975 siento un friito en la boca del estómago cada vez que pienso con cierto aire de injustificada inocencia: “si a aquellos los hubiéramos eliminados, ¿quizás mi colega y amigo Orlando Martínez se habría salvado?”…