Hoy día nos encontramos con la palabra “fascista” hasta en la sopa.  Vemos emplearla para designar a las políticas o acciones que nos resultan odiosas, para hacer un insulto fino, o expresar nuestro temor por el auge de movimientos de extrema derecha que de cuando en vez afloran en los países del Centro.

Etimológicamente, procede del latín “fasces”, utilizado para denominar una suerte de tolete formado por un haz de varillas amarradas alrededor de un hacha que cargaban las escoltas de los magistrados en la antigua Roma.  Simboliza la fuerza de la unión y fue empleado por primera vez en el argot político italiano a finales del siglo XIX por el movimiento socialista democrático Fasci Siciliano.

Independientemente de sus usos y de su atractivo sonoro, el término fascismo pertenece a las cloacas de la condición humana.  Se trata de un sistema político anti-democrático de extrema derecha que surgió en Europa en el siglo XX y se desplegó por muchos países.

Los fascismos más emblemáticos son el italiano y el alemán.  El primero porque es precisamente en Italia donde nace este engendro y el segundo porque son los alemanes quienes lo perfeccionan, llevándolo a niveles horripilantes donde el genocidio y el delirio hicieron causa común.

Todo empezó después de la Primera Guerra Mundial, cuando los soldados italianos y alemanes regresaron a países diezmados por la derrota.  Se sintieron defraudados al no encontrar empleos y otros privilegios que entendían les correspondían luego de haberse jugado el pellejo por lo que el gobierno les había vendido como la defensa de la patria.

Lo que sí se sabe es que el fascismo se fundamentó en ideas ultraconservadoras que se oponían a toda política vinculada con el Renacimiento o la Revolución Francesa, llámese democracia, liberalismo o socialismo.  Mussolini estuvo influenciado por dos pensadores italianos, Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, que hacían hincapié en la superioridad de las élites en la sociedad

En Italia, este estado de cosas fue capitalizado por un periodista y renegado socialista llamado Benito Mussolini que había sido expulsado del Partido Socialista por apoyar la guerra a la cual esa organización se opuso.  Organizó los llamados Fasci Di Combattimento, formados por excombatientes, y los constituyó en una fuerza nacionalista y ultraderechista.

Mussolini no sólo usurpó la palabra “fasci” sino también las tácticas de luchas populares de las fuerzas de izquierdas, pero con fines diametralmente opuestos.  Más adelante se creó el grupo paramilitar Camisas Negras como fuerza de choque para boicotear y agredir a los grupos progresistas.  Con esta táctica, los fascistas lograron atraer una gran parte de la pequeña burguesía desencantada y afectada por la crisis, además de una fracción importante de las clases económicamente poderosas.  Esto dio paso a la formación del Partido Fascista Nacional que asaltó el poder en 1922.

En la Alemania de la postguerra también se estaban dando condiciones similares a las de Italia, con la diferencia que aquel era un país más desarrollado que contaba con muchos de los mejores científicos e intelectuales de la época.  Allí, los veteranos de guerra se organizaron en un grupo paramilitar denominado los Freikorps que se emplearon como fuerza de choque. Entre sus víctimas estuvieron importantes líderes de izquierdas.  Poco tiempo después, otro veterano de la guerra llamado Adolfo Hitler fundó el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores (o Partido Nazi), al cual una gran cantidad de miembros de los Freikorps se integraron.

En 1923, los nazi intentaron dar un golpe de estado que fracasó.  Hitler fue encarcelado por un año y durante ese tiempo escribió su  libro infame Mein Kampf (Mi Lucha), donde describe su estrategia política.  El Partido Nazi no cobra importancia hasta después de la crisis del mercado mundial de 1929 y en 1933 gana las elecciones con un 43 por ciento de los votos, debido en parte a la negativa de alianza entre las fuerzas de izquierdas.  Los primeros pasos de los nazis fue abolir los partidos izquierdistas y los sindicatos.  A los judíos se les consideró doblemente peligrosos: muchos eran vistos como bolcheviques subversivos y otros capitalistas corrompidos.  Eliminarlos equivalía a matar dos pájaros de un tiro.  El resultado lógico de este absurdo fue el Holocausto.

Se ha pretendido asociar directamente al concepto del superhombre de Nietzsche y a la teoría de selección natural de Darwin con la tradición intelectual del fascismo.  Sin embargo, aunque Mussolini citó a Nietzsche en varios de sus escritos y Hitler en algunos de sus discursos, nunca lo hicieron en términos estrictamente filosóficos o científicos.  Además, los libros de Darwin estaban en la lista de libros prohibidos en la Alemania Nazi.

Lo que sí se sabe es que el fascismo se fundamentó en ideas ultraconservadoras que se oponían a toda política vinculada con el Renacimiento o la Revolución Francesa, llámese democracia, liberalismo o socialismo.  Mussolini estuvo influenciado por dos pensadores italianos, Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, que hacían hincapié en la superioridad de las élites en la sociedad.

Hitler, por su parte, alimentó su racismo y lo integró a su política de Estado bajo la influencia de los escritos del francés Joseph Arthur de Gobineau (quien afirmaba que las razas que mantenían su pureza eran superiores) y el inglés Houston Stewart Chamberlain. Este último era yerno del compositor Richard Wagner y se convirtió en un teórico de la superioridad racial alemana frente a la inferioridad judía; terminó uniéndose a las filas nazis.