El delito, en el sentido formal de la palabra, consiste en una acción que riñe con las leyes penales. Implica conductas antisociales que están penadas, o tipificadas, por las normativas penales de los países. Aunque las causales que generan los delitos pueden ser múltiples, no se ha agotado el debate en torno a las razones concretas que los originan. Se arguye con frecuencia que la pobreza, entrelazada con la falta de oportunidades en el seno de la sociedad, da al traste con el buen comportamiento de algunos individuos que posteriormente incurren en actividades delictivas, y que incluso, aquella carencia agraviada por precarios niveles de educación puede generar actos espantosos de delincuencia.

Sin embargo, la pobreza, la falta de oportunidades o los bajos niveles educativos constituyen variables que de originar un acto delictivo el mismo debe ser su equivalente. Por ejemplo, de ser la pobreza o la falta de oportunidades la causante de los delitos, los mismos deberían estar más vinculados al Robo antes que a la inmoralidad o la violencia de género; o simplemente no deberían sucederse hechos delictivos en los sectores donde la economía o la educación no constituyen un problema. Es cierto que en los países donde existen altos niveles de desarrollo social se computan, en términos generales, bajos índices de criminalidad, pero aun así el delito, como conducta reprochable, sigue siendo una realidad en aquellas naciones. Dicha visión nos lleva a creer que el “Factor Social” antes de ser el elemento originario de los hechos delictivos, son más bien un agravante, esto es, que allí donde existe el delito y logra mezclarse con las iniquidades sociales aquellos se extienden y se multiplican.

Si no es en lo social donde debemos buscar el origen de los delitos, entonces:¿Dónde debe buscarse el origen? Entendemos que toda inconducta o desafuero debe ser explicado en la naturaleza humana.

Al respecto se originó en el campo de la filosofía lo que podemos considerar un clásico debate con relación a la naturaleza malignadel hombre. Dos filósofos de épocas distintas se alzan con las opiniones dominantes: Por un lado el teórico renacentista Tomas Hobbes, autor de la famosa obra “El Leviatan”, y por otro lado Jean Jackes Rousseau, ilustre por la connotada obra “El Contrato Social”. Ambos filósofos aportaron, en siglos diferentes, sus concepciones con respecto a la naturaleza conductual de los seres humanos.

Para Hobbes, los hombres son malos por naturaleza, esto es, traen desde su nacimiento un impulso que es consustancial a su esencia y que los lleva a actuar de manera desaprensiva. Como los hombres son congénitamente viciosos impera la necesidad de leyes que fuercen un accionar decoroso en los hombres dentro de la comarca social. Pero para Rousseau, los hombres son buenos por naturaleza, quienes al contacto con la sociedad y sus vicios, estos se corrompen.

Una tercera opinión nos la ofrece un personaje de tiempos más recientes pero de principal valía. Sigmund Freud, constituido como una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX e impulsor del llamado Psicoanálisis, planteó al hombre como un ser instintivo, que de no ser por la presión social accionara impulsado por sus instintos de conservación y estado natural. La opinión de Freud no difiere en el fondo de la aducida por Hobbes, en tanto que los seres humanos requieren de una fuerza coercitiva que norme o fuerce su conducta, y estas son, evidentemente, las leyes.