§ 8. Tal como lo intuí, la palabra “cuero”, como sinónimo de prostituta, aparece documentada a inicio del siglo XX en Mao, el 16 de mayo de 1922, en plena ocupación militar de los Estados Unidos a nuestro país, en un informe que el futuro escritor, poeta, folklorista y periodista Ramón Emilio Jiménez envió al Superintendente General de Enseñanza Julio Ortega Frier acerca de la «historia, raza, carácter, costumbres, religión y lenguaje de los habitantes de las comunes que integrar el Distrito Escolar 40», del cual era Inspector.
§ 9. En el artículo anterior conjeturé que, si PHU incluyó el vocablo “cuero” con el sinónimo de prostituta en su libro de 1940 El español en Santo Domingo, lo lógico, desde el punto de vista lingüístico, era que dicha palabra existiera a finales del siglo XIX o inicio del XX con un uso bastante extendido por todo el país. En efecto, la palabra “cuero”, figura en la página 172 del referido informe copiado íntegramente en el libro de Emilio Rodríguez Demorizi Lengua y folklore de Santo Domingo (Santiago: UCMM, col. Estudios, 1975), al igual que están consignados por el autor un número importante de otros informes de inspectores de Distritos Escolares del país, según un formato tipo encuesta que les envió la Superintendencia General de Enseñanza para esas fechas. De los informes consignados por Rodríguez Demorizi ninguno trae la palabra “cuero” y esto se debe a que la sociedad dominicana de principio de siglo, deudora del colonialismo español, estaba profundamente imbuída de la ideología de la moral y de la estética de la lengua, así como de un concepto convencional de apego al mantenimiento público de un código de “buenas costumbres” resumido por Manual Antonio Carreño (Compendio del manual de urbanidad y buenas maneras (1860) arreglado por él mismo para el uso de las escuelas de ambos sexos (Nueva York: D. Appleton, 1860) y que rigió en América Latina desde 1860 hasta la década del 40 del siglo XX, conocido popularmente como “Manual de Carreño”, aunque todo el mundo participaba de una doble moral, una para el espacio público y otra para el espacio privado. Llegó a ser tan popular este manual, que todavía a inicio de los años 60 del siglo XX oí muchas veces, dirigida a quien cometía una falta a la moral, la educación y las “buenas costumbres”, la frase siguiente: ¿Y tú has leído a Carreño?
§ 10. Ramón Emilio Jiménez documenta su insólito vocablo en el apartado en el que estudia el léxico más usado en Mao y sus comarcas, pero no usa el sinónimo “prostituta ni “puta”, sino “ramera”, que como se vio en el artículo anterior, quedó documentado en el Diccionario español-latino de Nebrija, publicado en 1495. Pero en las obras posteriores suyas, Jiménez no volvió a hablar de “cuero” por temor a la censura de tema tan escabroso por parte de los moralistas y estetas de la lengua: ni en Al amor del bohío (Ciudad Trujillo: Montalvo, 1927), ni en Savia dominicana (Santiago: El Diario, 1948) y mucho menos en La patria en la canción (Barcelona: Imprenta Hispanoamericana, 1933 [1980]), ni sorprendentemente en Del lenguaje dominicano (Ciudad Trujillo: Montalvo, 1941).
§ 11. Pero tal como me dictó mi intuición, Deive en su obra ya citada La mala vida, (pp. 74 y 124) aporta dos ejemplos esclarecedores de la relación entre el nombre de “cuero” como sinónimo de prostituta y los demás ejemplos eufemísticos con que se la designaba entre los siglos XVI al XVIII en la isla de Santo Domingo, es decir, a las prostitutas a las que se les pagaban sus servicios sexuales con cuero de vaca. Con este ejemplo al canto, no se trata todavía en esta obra de Deive de una documentación incontrastable según la cual efectivamente a partir del siglo XVI y el XVIII inclusive, comenzó a designarse con el nombre de “cuero” a las prostitutas, incluso si la cuarteta de Quevedo que el autor cita, parece sugerir esa sinonimia. Dice Deive (op. cit., p. 124), luego de acotar que, para evitar escándalos a los vecinos, el rey de España, mediante cédula de 31 de agosto de 1526, «ordenó al cabildo, justicia y regimiento que eligiese un solar adecuado para construir la casa» de Juan Sánchez Sarmiento en las afueras de la ciudad, solicitante de licencia para operar un burdel: «Más que mancebías, la prostitución se ejercía en Santo Domingo en calles y campos, sueltamente, sin vigilancia ni tapujos. La mayoría de las que se dedicaban a ella eran –dadas su extracción y condición social y racial– negras y mulatas ganadoras y libres. Se desparramaban por los hatos en busca de mayorales y vaqueros, quienes, para pagarles sus servicios, robaban reses y cueros. Lo propio hacían las negras y mulatas, de manera que, para remediar ese mal, el gobernador Diego Sandoval ordenó en 1608 que ninguna de ellas [de las mancebas o prostitutas, DC] osare llevar consigo cuadrillas o manadas de perros, que azuzaban al ganado hasta que lo mataban (…) Las esclavas ganadoras, al igual que las libertas se prostituían obligadas por su condición servil y social. Lo crecidos jornales que les cobraban sus amos las empujaban necesariamente a entregarse a negros y, según decían las autoridades de 1785, ‘a otras depravadas personas’. Las ganancias extras, cuando las había, las ahorraban para comprar su libertad. Entre las esclavas forzadas a ejercer de rameras estaban las de los dos conventos de monjas de Santo Domingo.» (Pp. 124-125).
Y la otra mención de Deive en la que existe una relación entre el vocablo “cuero”, el cuero de vaca y las prostitutas es la siguiente, extraída del acápite “Una honra perdida entre esclavos”: «Hecho un basilisco, Luis [de Mesa] juró y perjuró que no volvería a soportar más tantos azotes y descomedimientos. Estaba dispuesto a abandonar la casa en la que tan mal lo había acogido (…) Tres días después del desaguisado con el clérigo Francisco Mejía, “santo varón de oratoria fácil y tronituante”(sic) (Deive, p. 73), Juan, el otro primo de Luis, se quejó de que este y Alonsico continuaban siendo clientes de los burdeles de la ciudad con tanta asiduidad que bien podían aplicarse a ellos los versos de Quevedo: “Vayan como lechoncillos, /dijo, entre hembras del trato/ a preciarse de los cueros, /pues el burdel es su rancho.” (Deive, p. 74). Debo añadir que peiné dos voces el libro Poesía original completa (edición, introducción y notas de José Manuel Blecua. Madrid: Planeta, Autores Hispánicos, 1990) y no encontré el poema que contiene esta cuarteta del inmortal del conceptismo del Siglo de Oro, pero ella documenta que a las prostitutas ya se las designaba con el vocablo “cuero”, aunque todavía no me doy por satisfecho y sigo escarbando en viejos infolios y no concederé tregua hasta encontrar, en nuestra cultura colonial y republicana, la documentación precisa e irrefragable.
§ 12. La vena abierta por Ramón Emilio Jiménez al documentar la palabra “cuero” en el Informe de 1922 permitió posiblemente a PHU el introducirla en El español en Santo Domingo en 1940, pero no así a Manuel A. Patín Maceo en su libro Dominicanismos (Ciudad Trujillo: Montalvo, 1940 [1989], obra en que figura la palabra “cuero”, pero no con el significado de “prostituta”, vedado en el registro escrito por una caterva de eufemismos propios de la moral y la estética del trujillismo. En la entrada de la letra C de su diccionario (1989: 71) Patín Maceo no consigna el vocablo “cuero”, sino la locución “en cuero”: «… loc. adv. En cueros, en pelota, en carnes o en cueros vivos. El pueblo dominicano también dice en cuero en pelota: borracho como estaba, salió en cuero en pelota par la calle.» (P. 71). Trae también autor el verbo “cuerear” con el significado de “putear o putañear”, arcaico ya este último sinónimo. Pero trae Patín Maceo, para sorpresa, el sintagma “cuero macho”, como sinónimo de “hombre pervertido” y ha quedado dormido en el inconsciente del autor el femenino de tal expresión: “cuero hembra”. Otra víctima de la moral y la estética de la lengua. (Continuará).