Entre escaramuzas y escaramuzas, la parte oriental de la isla vivió al salto de la pulga, en una paz inestable, mientras los franceses de la parte occidental se consagraban a levantar la colonia esclavista más rica de Francia y la parte oriental entraba en un colapso total de miseria que abarcaría todo el siglo XVII y parte de finales del XVIII, hasta que un buen día de 1795 los dominicanos-españoles se despertaron con el anuncio a son de bando de que mediante el Tratado de Basilea ahora eran súbditos de Francia.
Un revulsivo para las clases esclavistas de la parte oriental que de buenas a primeras iban a verse obligadas a emigrar a otras colonias españolas o avenirse a la nueva situación. Pero Francia, guerreando para apoderarse de toda Europa luego del triunfo de la Revolución republicana en 1789, no pudo ocupar su flamante colonia y España debió guardársela y cuidársela hasta que la nación gala pudiera hacer mejor uso de ella.
De modo que los dominicanos-españoles vivieron de 1795 a 1804 en un limbo, aprovechado por el gobernador Joaquín García para avanzar y reforzar la creencia de que en cualquier momento se podía revertir la situación y volver a ser colonia española, pero Juan Luis Ferrand por fin tomó posesión de la colonia en nombre de Francia luego de deshacerse, no sin una lucha sórdida y astuta, de sus adversarios. Pero antes de que Ferrand tomara posesión de la parte este y unificara la isla, ya en enero de 1801 había sucedido un hecho que marcaría el inicio del odio entre la parte occidental y la oriental.
La ocupación de la parte oriental la hizo Toussaint en nombre de la Convención, jugada política de astucia maquiavélica que le permitió unificar la isla, deshacerse de todos sus adversarios franceses, negros y mulatos en el Saint-Domingue y ganarse la adhesión de los negros y mulatos dominicanos al abolir, mediante proclama verbal, la esclavitud en un acto celebrado en el Cabildo el 27 de enero de 1801, según el Dr. Alejandro Llenas (“Invasión de Tousaint Louverture”. En Emilio Rodríguez Demorizi. Invasiones haitianas. Academia Dominicana de la Historia, 1955, p. 187). El odio que esta medida generó entre los esclavistas forma parte del odio inculcado a los mismos negros y mulatos dominicanos subordinados a la ideología del colonialismo español durante tres siglos, lo que se tradujo en odio mortal a la Revolución francesa y sus derechos del hombre y del ciudadano, donde se estatuye que todos los hombres nacen libres e iguales ante la ley. Esa fue la radical contradicción entre la república francesa y las monarquías europeas.
La tumultuosa proyección de la Revolución francesa, según la descalificación de Marrero Aristy, comenzó en la parte occidental desde 1791 con los primeros levantamientos de los esclavos que comenzaron a matar blancos franceses y a los mulatos y negros aliados de estos y a quemar todos los ingenios azucareros y fincas de otros cultivos, las viviendas y demás propiedades, conducidos por el genio de Toussaint y otros grandes líderes antiesclavistas.
Creo que a partir de esta fecha, llena de miedo pánico al salvaje negro haitiano, el colectivo, para exorcizar el temor al otro, se inventó la leyenda del Comegente, de prosapia y memoria hispánica con el monstruo de Garayos, relatada primero por el padre Pablo Francisco de Amézquita, de La Vega, y luego traducida a literatura por Casimiro de Moya en el texto del mismo nombre (Episodios nacionales. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1985). También hizo un estudio comparativo del Cogemente y el Garayos español el jurista republicano español exiliado en Ciudad Trujillo, Constancio Bernardo de Quirós, en un artículo titulado “Pitaval dominicano. Comegente, el monstruo sádico” para los Cuadernos Dominicanos de Cultura (n.° 2, pp. 289-300).
Pero Toussaint, cuyo proyecto final era la independencia de la parte occidental, midió las consecuencias y tuvo que ir paso a paso consolidando su poder hasta que cometió el único error grave de su carrera política: hacer aprobar una Constitución que fue abiertamente un desafío a Francia y Napoleón lo juzgó así, y pese al respaldo de los Estados Unidos a Toussaint, el Corso envió una expedición al mando de su cuñado Leclerc a fin de reducir a Toussaint, embarcarle a Francia, lo que se logró, unificar la isla y restablecer la esclavitud en la isla entera, según las instrucciones secretas entregadas personalmente por Napoleón a su cuñado.
El resto es historia, pero entonces se endureció la lucha de los negros en contra de las pretensiones de Francia, bien conocidas con el ejemplo de la prisión y destierro de Toussaint en el castillo de Joux, en el Jura. El odio explotó a 451 grados Fahrenheit, para decirlo con una figura del cine, y no cesó hasta que Dessalines y sus seguidores proclamaron la independencia de Haití el 1 de enero de 1804.
El paso siguiente de Dessalines fue invadir en 1805 la parte occidental a fin de liberar de la esclavitud a la parte oriental, ya que el poder francés era una amenaza a la flamante república haitiana. Si los restos de las clases esclavistas domínico-españolas que permanecieron en Santo Domingo y no emigraron a las otras colonias españolas se avinieron al nuevo colonialismo francés, ahora con más fe el odio fue más mortal contra los negros haitianos que durante la ocupación de Toussaint, ya que esta fue breve y sus efectos no tan duraderos debido a que el líder revolucionario debió volver precipitadamente a Haití ante las informaciones de los aprestos de la invasión de Leclerc. Los intereses creados generan ese tipo de odio y resentimiento.
Las de 1801 y 1805 fueron invasiones; y la segunda, en 1822, unión. La invasión de Dessalines en 1805 fue lanzada por el sur, el centro y el oeste. Fracasó a causa de la intervención conjugada de ingleses, franceses y esclavistas domínico-españoles. Los franceses dirigidos por Ferrand se aprestaron, luego de la derrota de las fuerzas de Dessalines y el formidable cerco a la Capital, a reconstruir la colonia y enrumbarla por un camino de prosperidad y bienestar económico, pero, como no hay sentido de la historia…
En ese mismo momento el revulsivo comenzó, si no antes, a hacer su efecto. Y en 1808, luego de un año y meses de lucha, el hatero de Cotuí Juan Sánchez Ramírez, ayudado con armas y dinero por el gobernador español de Puerto Rico, Toribio Montes, más el apoyo total de los terratenientes de la parte este de isla, dieron al traste con la dominación francesa e incorporaron esta parte de la isla a España, hecho similar que se repetirá en 1861 con los mismos hateros dirigidos por Pedro Santana.
Marrero Aristy (I, nota 35, p. 478) reproduce el siguiente juicio de Emilio Rodríguez Demorizi con respecto al episodio de la Reconquista: “La libertad de Haití era obra incompleta hasta 1809, en que los dominicanos expulsaron a los franceses de la parte española. ¿Qué otra mayor contribución a la libertad de los haitianos? Juan Sánchez Ramírez debe ser tenido, en Haití, como uno de sus más ilustres benefactores. Mientras la bandera de Francia ondeara sobre el más ínfimo pedazo de la Isla, peligraba la libertad de Haití, que no la obtuvo, en derecho, sino en 1825: ‘amenaza a la seguridad haitiana’ llama Price Mars a esa vecindad de los franceses. Ciertamente, porque de prolongarse el dominio francés en Santo Domingo, no habría sido imposible el retorno de Haití a la esclavitud. Este máximo servicio, tan tristemente correspondido, fue la épica obra de la Reconquista, la hazaña de Sánchez Ramírez.” (Invasiones haitianas, p. 63).
(*) Publicado en el suplemento Areíto, de Hoy, de fecha 22 de noviembre de 2014 y reproducido con permiso del autor en Acento.com.do de la misma fecha.