Toda la trayectoria de conformación de la Antología… será confirmada por un esfuerzo de cuidado, erudición y control donde no solo Justo Sierra, como animador institucional, espiritual y político de dicha antología estuvo involucrado en la misma, sino que el mismo equipo de dicha Antología… se ajusta a un proceso de búsqueda y estudio mediante el cual se hizo necesario el trabajo literario, histórico y comparativo para llegar a resultados legibles y reales.

“El trabajo-continúa José Luis Martínez-debe haber llegado a ser apasionante para aquellos estudiosos que buceaban a fondo en aquel “océano de papel” raras veces explorado.  Debieron disfrutar los hallazgos literarios y los más frecuentes de trivialidades pintorescas y avisos curiosos a que la época era tan inclinada. Y de que contagiaban su entusiasmo a sus amigos lo muestran unos apuntes manuscritos que en aquellos días hizo Alfonso Reyes, sin duda por encargo de su amigo Henríquez Ureña, y que me obsequió.” (pp. XIX-XX)

Según nos relata el citado historiador, el teórico, traductor, tratadista, erudito y escritor Alfonso Reyes, había hecho por aquellos días algunos apuntes manuscritos sobre el Diccionario de México, entre 1805 y 1806, muchos seudónimos e identificaciones que encontró y los lugares de su aparición, así como curiosidades valiosas y menudas.

Sin embargo:

“Los apuntes de Reyes no fueron utilizados, acaso porque el severo Henríquez Ureña le exigió que terminara la revisión de los seis años que le faltaban del Diario de México”. (p. XX)

La historia de la realización de la obra garantizó la calidad de la misma, sin embargo, aparte de los dos tomos conocidos, no se sabe, no se tiene información de que existan otros, sino que se supone dicho proyecto como más amplio, siendo así que motivos graves originados por el mismo contexto revolucionario de entonces, impidieron los posibles volúmenes sobre el proceso de creación en el marco de las otras etapas modernas de conformación de la literatura mexicana, según nos advierte José Luis Martínez:

“Sin embargo –nos dice Martínez- los dos nobles tomos con que contamos no sufren por la falta de los siguientes, por su alta calidad y por su unidad interna.  Y de alguna manera el título, que iba a ser del conjunto les conviene, pues asociamos “Centenario”, también con lo que ocurrió un siglo antes”. (p. XXI)

Según José Luis Martínez:

“Los autores escogidos para dicha antología, van  precedidos de una nota biográfica –la crítica se reserva el Estudio preliminar-, bibliografía de las obras del autor, incluyendo en su caso manuscritos, referencias a consultar e iconografía con informaciones precisas y uniformes.  Los autores representados son 18, aproximadamente por mitad poetas y prosistas, y de las notas preliminares que llevan 11 fueron redactadas por  Henríquez Ureña y 7 por Rangel:” (pp.XXIV-XXV).

“La Antología del Centenario debió ser proyectada, además del cuidado que se puso en su contenido, en cada una de sus características tipográficas por sus autores, que luego revisaron una y otra vez las pruebas de imprenta, como lo muestra la lista final de erratas que escaparon de sus cuidados.” (p. XXVII)

Aparte de ser un ejemplo a seguir en la tradición de estudios y modelos intelectuales latinoamericanos, caribeños y peninsulares, y por gestiones revolucionarias, la Antología del Centenario sigue siendo un esfuerzo pedagógico, literario, cultural y educativo cuyo ejemplo sería imitado más tarde por otros proyectos importantes y encauzados en un marco de proyección y acción cultural.

Lo que destaca José Luis Martínez hacia el final de su ensayo introductorio, confirma el juicio de que la Antología del Centenario “es uno de los libros sabios de México”:

“En aquel momento propicio “en que –como escribió Alfonso Reyes- el espíritu de todo  un país parece reconcentrarse en la contemplación de su historia”, un grupo de estudiosos, Justo Sierra, Luis G. Urbina, Pedro Henríquez Ureña y Nicolás Rangel, como arranque de una obra más amplia, se dedicaron al estudio de la generación y la época que iniciaron nuestra vida independiente.  Por la imaginación, el rigor y la pulcritud con que realizaron su tarea, la Antología del Centenario es una de los libros sabios de México”: (p. XXVIII)

Nuestro estudio iniciado en el año 2000 en torno a la paideia de Pedro Henríquez Ureña, nos lleva a entender, por etapas de reflexión, aquello que el maestro dominicano impulsó y defendió con su práctica y vida: asumir la educación como necesidad de una “cultura de las humanidades” y sus vertientes integradoras, fundadoras de un pensamiento lingüístico, cultural,  historiográfico y literario continental, sujeto a una ética de la interpretación y la visión cultural instruida por una lectura del mundo, la historia, la lengua y las creaciones culturales de “nuestra América.”

Pero el compromiso de este maestro de América se hace legible en un tiempo y un espacio trascendentes, en el espíritu de transformación y reclamo de aquellos lugares y memorias que han constituido los marcos de producción de saberes, aprovechables hoy en la línea de comprensión de las ideas vinculadas y fundadoras de aventuras intelectuales y espirituales de la continentalidad americana.

De ahí que tendríamos que estudiar cómo el pensamiento de Henríquez Ureña logró inscribirse en un arqueado ético e ideal de revolución y cultura en el vivir utópico de una democracia generadora de libertades filosóficas, históricas y creacionales en la América del siglo XX y de nuestros días.  La coyuntura en que surgió la Revolución  mexicana traduce, en sus etapas, el orden y el contraorden que llevó al maestro dominicano a abandonar México, integrarse a la Argentina y luego volver a la República Dominicana en 1931 buscando una esperanza en su país y abandonándolo otra vez y para siempre en 1933.

El pensamiento democrático de PHU ha tenido sus tensiones y visiones en las etapas mismas de su conformación intelectual, pero además, en aquellas cardinales propiciatorias de una idea y un conjunto que han marcado su obra, pensamiento y movimientos constitutivos.